Es hermosa la manera en que el poeta Octavio Paz define al ser humano: “Estamos hechos de palabras. Ellas son nuestra única realidad o, al menos, el único testimonio de nuestra realidad. No hay pensamiento sin lenguaje, ni tampoco objeto de conocimiento: lo primero que hace el hombre frente a una realidad desconocida es nombrarla, bautizarla”. Así de fuerte es el poder de las palabras.
La capacidad de emplear los términos que mejor se ajusten al discurso es un arte. ¿Les ha pasado de encontrarse con personas que parecieran tener esta habilidad de modo innato? Lo cierto es que la facultad de nombrar de manera precisa es algo que siempre se puede conseguir por medio de la lectura o del estudio.
Los caminos de la vida también nos encuentran con otras personas que se la rebuscan con el vocabulario que tienen (“Pasame el coso”, “Es tipo esto, pero con algo arriba”, “Y yo dije: Tipo nada”). Lo cierto es que ser minuciosos en nuestra comunicación es un gesto amable para con el otro.
En los textos, muchas veces, existe la figura del corrector, ese centinela de la lengua que pasa su ojo sigiloso por las palabras y limpia las historias de errores gramaticales, sintácticos, semánticos y ortográficos.
El 27 de octubre es el día que se eligió para homenajear a los correctores, profesionales que velan por el uso preciso de nuestro idioma. La Fundación Litterae, institución argentina abocada al estudio de la lengua, fijó esta fecha debido a que se corresponde con el día del nacimiento del humanista holandés Desiderio Erasmo de Rotterdam (1467-1536), quien, además, se desempeñó como corrector.
“El corrector no reescribe, pule. No es coautor, simplemente hace brillar al autor”.
En los albores del siglo XVI, Aldo Manuzio tenía una imprenta en Venecia. Él no se conformaba con imprimir los textos de los autores clásicos, sino que para pulirlos creó la Academia de Expertos en Literatura Griega o Nueva Academia, también conocida como Academia Aldina o de la Fama. Formaban parte de este círculo grandes pensadores y humanistas de la época.
Cuando en cierta oportunidad estuvo frente a una megainiciativa, el impresor solicitó la colaboración de Erasmo para enmendar las obras por publicar. El humanista aceptó gustoso. Así, Erasmo participó de un plan que tenía como fin poner los textos más destacados del momento al alcance de todos. Según la biografía que escribió sobre él Johan Huizinga, Erasmo “hizo correcciones de texto hasta en la última prueba”.
El trabajo del corrector es por definición silencioso. Cuando él pasa por un texto, no deja huellas, porque no reescribe, sino que pule. No es coautor, simplemente hace brillar al autor. Lamentablemente, notamos su presencia cuando aparece el error.
Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura 1982, desató una polémica en el I Congreso Internacional de la Lengua Española cuando dijo que habría que jubilar a la ortografía porque es el “terror del ser humano desde la cuna”. Sin embargo, con el tiempo, terminó reconociendo sus dificultades en este terreno y agradeció a sus correctores. Sirva este caso para saludar a los correctores en su día.