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Turbulencias

Cuando el avión atravesó el primer cúmulo de nubes, te sorprendiste con la inagotable belleza de la blancura. El sol estaba por encima y el brillo de las gotas condensadas rebotaba, llenando de luz un espacio inimaginablemente celestial. Te dejaste deslumbrar por la naturaleza, pero enseguida retomaste el tema que necesitabas analizar con madurez. Querías reflexionar sobre tu vida: te preocupaba cómo ibas a vivir el resto de tus días. 

El futuro luce incierto, tu salud exige recaudos y no estás para un partido de fútbol, ni para una maratón, aunque podés jugar otros juegos.

Seguís siendo sensible, las emociones te golpean más fuerte. Cualquier tipo de pérdida te afecta, porque has comprobado que la vida es aquí y ahora, un trayecto hermoso del cual te perdiste los dos años del inicio y no sabés cuándo ni dónde ni cómo termina. Solo importa disfrutar el camino. Te acordás de Serrat: “Vivo con lo que el día me ofrece y las posibilidades que el cuerpo me da. Y estoy muy a gusto con proyectos a corto plazo”. 

Sentís que el fuego de la pasión es más mesurado y las mariposas en la panza no revolotean tanto. Has convertido en tibieza lo que antes era un volcán. Y la necesidad de dar o recibir caricias es parte del corazón, pero llega menos a tus manos. Por eso, cuando masajeás los recuerdos, aparece tu alma de soñador buscando que el encanto de las emociones no te abandone. Comprendiste que hay travesías por el pasado que son imposibles de compartir.

Te das cuenta de que has ido cambiando, sos más complejo y menos tolerante. Estás sobrado de dudas. Al principio encontraste sogas que te permitieron crecer. Pero luego aparecieron nudos. Algunos pudiste desarmar, otros quedaron para siempre. Ahora, tratás de convivir con cada uno. 

“Un amor requiere mil batallas, pero también una zona de paz posible”.

También te preocupa tu convivencia. Este viaje, este tiempo que estuviste lejos, te permitió tomar distancia de las costumbres y los hábitos repetidos. La odiosa rutina. Has conservado intacto el paisaje de ella, su luz, su presencia. ¿Eso es amor? No encontraste respuestas. Necesitás razonar. Un amor requiere mil batallas, pero también una zona de paz posible, un remanso que parece lejano. 

Querés recuperar al niño que fuiste, ese que tenía alas de libertad tan vigorosas como las de los dragones. Y compartir el vuelo con alguien, no importa si es a ras del piso o bien alto. Soñar tu sueño, buscarte y encontrarte, volver a emocionarte con una línea de texto o un par de notas musicales o un sorbo de Malbec al atardecer.

Lo pensás mientras el avión continúa su vuelo, sereno y apacible. De pronto, sucede un imprevisto. La luz se opaca y aparecen nubes oscuras. La voz metálica del comandante anuncia turbulencias. La máquina se sacude, se mueve peligrosamente, produce ruidos raros. Sentís miedo, porque te das cuenta de que no todo depende de vos.

Luego, la incertidumbre pasa. Las nubes se corren, el sol vuelve. El avión se estabiliza, sigue su vuelo calmo. Entonces entendés todo. De nuevo, la naturaleza te mostró el camino. Tu vida tiene turbulencias, pero el viaje continúa. 

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