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La lengua de los hombres

Muchas mujeres nacimos y nos criamos en micromundos machistas. Vivimos infancias en espacios donde el hombre mandaba y la mujer criaba hijos (miles). Tuvimos que desandar caminos muy pedregosos para cambiar nuestra idea de que los hombres eran más lúcidos y menos conflictivos.

Una frase impactante al momento de considerar a las mujeres como seres pensantes y transmisoras de ideas es la de Victoria Ocampo, la primera mujer designada miembro de número de la Academia Argentina de Letras. Ella dijo: “Mi única ambición es llegar a escribir un día, más o menos bien, más o menos mal, pero como una mujer”.

De la mano de esta escritora, vamos a introducirnos en la perspectiva sexista de la lengua. 

La cosmovisión androcentrista, o centrada en el hombre, elaboró una forma de nombrar y de ver el mundo a partir de un masculino genérico. Entonces, existe un convencimiento de que el género masculino tiene un valor universal y de que el femenino se refiere a lo específico. Pero esto es una construcción, y como tal, elabora realidades, como por ejemplo que los hombres son más inteligentes y menos conflictivos.

La lengua es el vehículo del pensamiento, nos permite comunicarnos. No obstante, es necesario reconocer que no es inocente. Transmite estereotipos, conocimientos, valores, prejuicios, ideas, ideologías. Es un elemento con el que los seres humanos construimos la realidad. “Las lenguas son amplias y generosas, dúctiles y maleables, hábiles y en perpetuo tránsito; las trabas son ideológicas”, afirma Eulàlia Lledó Cunill, doctora en Filología Románica.

“La lengua nos permite comunicarnos. No obstante, es necesario reconocer que no es inocente”.

Ahora bien, recordemos, la lengua no es sexista, sino el uso que de ella se hace. Por eso, es bueno admitir que este es un modo más (entre todos los que existen) de invisibilizar a la mujer. “En un mundo donde el lenguaje y el nombrar las cosas son poder, el silencio es opresión y violencia”, dice Adrianne Rich, en Sobre mentiras, secretos y silencios.

“El género masculino es universal”, nos dicen. Y, sin embargo, con naturalidad empleamos expresiones que tienen diferentes significados, según sean expresados en su forma masculina o femenina: “zorro” (hombre muy astuto) y “zorra” (prostituta), y todo según la Real Academia Española (RAE).

Desde esta misma academia, sostienen que las guías de lenguaje no sexista contienen recomendaciones que “contravienen las normas del buen uso de la lengua”. Ante esta crítica, es preciso recordar que la lengua dispone de múltiples recursos que nos posibilitan producir mensajes variados, no repetitivos, precisos y no sesgados, sin que por eso tengamos que renunciar a la estética y a la economía del lenguaje: la utilización de nombres colectivos (“las víctimas”, “las personas”, “la gente”), de abstractos (“la dirección”, “la legislación”), de la forma impersonal en tercera persona con “se” (“se vivía”, “se considera”), por nombrar algunas.

En suma, el mensaje no es que cambiemos cien por ciento nuestra forma de comunicarnos, simplemente que seamos un poquito más conscientes de lo que el lenguaje puede generar. 

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