El agua, la panacea

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Se estima que alrededor del 80 por ciento de los niños, las niñas y los adolescentes transcurren su vida deshidratados. Esto no significa que sufren una enfermedad aguda, con síntomas súbitos y que requiere administrarles líquido intravenoso. No, son chicos en apariencia sanos, pero que consumen menos agua de la que requiere el cuerpo cada día para funcionar con normalidad. 

El agua representa el principal componente biológico humano: es el 80 por ciento del peso de un recién nacido, el 70 por ciento en los lactantes y el 60 por ciento en los escolares. No mantener ese porcentaje es facilitar la aparición de síntomas inesperados.

El menos sospechado es la alteración del humor. No pocos niños experimentan tristeza y cansancio de larga data, mientras que otros parecen vivir permanentemente enojados o frustrados. Es interesante observar cómo, al incorporar cuatro o cinco vasos de agua por día, su ánimo cambia y mejoran sus vínculos personales. Solo con agua.

Se supone que los recién nacidos y lactantes tienen asegurada una hidratación eficaz mientras toman leche materna. Sin embargo, al estar sometidos al frecuente sobreabrigo estimulado por bisabuelas y abuelas (varias prendas superpuestas, mantas de lana, chalecos “cubrecorazones” y gorros apretados), su pérdida hídrica es mayor que el ingreso. 

Ese desbalance provoca que estos pobres críos –que no hablan, pero que lloran y protestan– manifiesten sed, irritabilidad, cefaleas y calambres en brazos y piernas.

“Es interesante observar cómo, al incorporar cuatro o cinco vasos de agua por día, su ánimo cambia”.

Ya más crecidos, los niños y las niñas conocen rápidamente el sabor dulce de las bebidas azucaradas y rechazan el agua pura. Es preciso recordar que los jugos y las gaseosas no aportan agua al cuerpo; por el contrario, se la quitan a fin de diluir la excesiva carga de azúcar. Sería impensable prohibir el consumo de bebidas dulces a hijos de padres y madres que se confiesan adictos a estos brebajes, pero sí sumar agua al día infantil.

Durante edades escolares, los adultos no están pendientes del consumo de agua en sus hijos o nietos como cuando eran bebés. En tales circunstancias, aparecen trastornos por deshidratación crónica. La piel, las conjuntivas y el pelo –perfecta barrera de protección corporal– pierde vitalidad y muestra inflamaciones (dermatitis seca), eccemas y conjuntivitis. La constipación es frecuente, y los procesos respiratorios con catarro suelen prolongarse debido a la menor fluidez de las secreciones.

Esta “sequía corporal” se agrava debido al habitual rechazo de chicos y chicas por otras importantes fuentes de agua, como las verduras y las frutas. 

Es sabido que muchos adolescentes no consideran el agua ni para bañarse. En tal caso podrían sufrir el “síndrome de fatiga crónica” descrito en personas mayores y que incluye dolores musculoesqueléticos, cansancio persistente, fastidio y desinterés por sus actividades habituales. Como son adolescentes, todo suele justificarse por su carácter díscolo, cuando en realidad podría solucionarse con… agua. 

Eso significa una panacea: una sustancia que cura diferentes malestares y que, además, es de sencillo consumo, accesible y universal. 

Beber agua, sin azúcar añadido, colorantes o conservantes es ganar tiempo mientras se buscan modos estructurales de mejorar la calidad de vida de los chicos.