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Una teoría evolucionista ubica el origen de los primates 30 millones de años atrás. Desde entonces ocurrieron múltiples adaptaciones físicas y funcionales, en particular el cambio de postura cuadrúpeda a bípeda, que nos hizo llegar al homo erectus. 

La reducción de bosques obligó a los homínidos a desplazarse a la sabana, donde la postura erguida era indispensable para vigilar el horizonte y controlar potenciales peligros. Las patas delanteras quedaban libres para múltiples usos, como alimentación, cuidado personal y fabricación de utensilios. 

Es curioso que esta evolución sea reproducida por cada niño actual durante su primer año de vida. 

Todos los bebés nacen con una estructura física de primates cuadrúpedos. Disponen de cuatro patas con similar agarre, apoyo y habilidad. Las sutiles diferencias son uñas en lugar de garras, y dedos más cortos en las patas traseras. 

Recién entre los tres y cuatro meses de vida las ahora llamadas “manos” comienzan a diferenciarse de los ahora llamados “pies”, por la oposición del pulgar y, en etapas siguientes, logran sus primeras destrezas manuales, aparentemente sencillas pero valiosas para determinar su normalidad.

Después de los seis meses de vida, la mayoría de los bebés logra sentarse, usando las manos, tanto para el apoyo como para manipulaciones complejas; y desde los ocho meses muchos consiguen la ansiada libertad a través del gateo. 

Este desplazamiento adquiere diversas formas, desde el avance “a lo cangrejo” hasta el uso de tres patas, rezagando una cuarta; desde movimientos “oruga” hasta un organizado y veloz gateo bien coordinado. Todo es normal, en tanto les permita cumplir el objetivo de llegar a donde quieren y cuando quieren. 

Después de los diez meses casi todos consiguen ponerse de pie y algunos ensayan pasos, siempre con sostén. En posición erecta, su campo visual se agranda y esa perspectiva los deslumbra. Ante un nuevo horizonte, no pocos postergan el gateo para insistir en sostenerse en las patas traseras. 

Todos los bebés nacen con una estructura física de primates cuadrúpedos”

Niños-simios y niñas-simios comienzan a “abandonar los bosques para poblar la sabana”.

El panorama ha cambiado radicalmente: frente a ellos hay un mundo para explorar. A partir de entonces quieren tocar todo, tirar, romper, masticar y desordenar. Y lo logran. 

Los padres, entre embelesados y temerosos, acompañan este crecimiento sin reparar en que su retoño ha sintetizado, en pocos meses, la evolución humana de millones de años.

Como logro mayor, los chicos comienzan a caminar solos después del año de vida; siempre presionados por la ansiedad familiar, sobre todo si son primeros hijos.

No obstante, los pediatras preferimos que posterguen la bipedestación para que, cuando caminen, lo hagan con seguridad y menor riesgo de golpes.

En una síntesis emocionante, tanto familiar como de la humanidad, el homínido ha quedado de pie.

En la alegría de verlos crecer no se advierte que luego deberán cargar con algunos inconvenientes que conlleva el aún imperfecto logro de la bipedestación: cefaleas, dolores de espalda, columnas vertebrales deformadas, várices, hernias y problemas de tensión arterial. 

Pero claro, son humanos actuales: caminan en dos patas. 

A partir de entonces solo resta saber lo esencial: hacia dónde irán. 

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