Aunque el retorno a la escolaridad presencial es un proceso en marcha, resulta difícil explicar cómo será el año lectivo a quienes se identifican, desde temprana edad y hasta el final de la adolescencia, como escolares.
Se saben escolares no por estar matriculados en colegios, sino porque sus hábitos cotidianos dependen de modo fundamental de una institución externa llamada “escuela”.
Este gran ordenador social condiciona horarios, traslados, vestimenta, momentos de alimentación y, especialmente, vínculos con pares: esos andamios emocionales que sustentan las diferentes etapas madurativas.
Los adultos no son ajenos a las estrategias de organización que propone la escuela, ya que no solo apoyan las actividades de sus hijos, sino que condicionan las propias.
Prueba de esto fue el cursado del año pasado: sin las “antiguas” rutinas de escolaridad presencial, la mayoría de las familias experimentó una conmoción de la que aún muchos no se recuperan. Sorprende recordar que cuando se decretó la cuarentena, la interrupción de clases fue mayoritariamente celebrada. Alegres voces festejaban una pausa que prometía ser transitoria y que “permitiría el reencuentro entre padres e hijos”.
Lo que en realidad sobrevino fue un tedioso período de aprendizaje de nuevas formas de comunicación escolar, para culminar con una etapa de inédito cansancio y desconsuelo por falta de escuela palpable.
“Una estrategia sería utilizar frases simples que sinceren la inestabilidad de las medidas”.
Preocupa mucho que este comienzo de ciclo escolar encuentre a (casi) todos en el mismo agotamiento que en diciembre pasado.
Más aún, la gran mayoría de la población no tuvo “vacaciones”; la breve pausa estival fue interrumpida precozmente por la necesidad de idear el nuevo orden que permitiera a las familias cumplir con las actividades educativas de los chicos y laborales de los grandes.
REACCIONES
Sin dudas, el regreso a las aulas alivia a muchos padres; tal vez porque toda noticia que promete recuperar algo de la realidad anterior a la pandemia es recibida como un bálsamo.
Los educadores, en tanto, muestran diferentes reacciones. Muchos han dedicado gran parte del verano a pensar en cómo adaptarse a las modalidades posibles. Y no pocos iniciaron un año de cursado mixto (virtual-presencial) con el desánimo de presentir mayor carga laboral a cambio del mismo –magro– reconocimiento social y económico.
Queda pendiente cómo se resolverá su mayor riesgo de contagio de COVID-19. El proceso de vacunación es irregular, y las burbujas sanitarias funcionan con grupos reducidos de alumnos de un colegio, pero no con docentes que circulan por varias instituciones.
No obstante el ímpetu de las autoridades por iniciar este ciclo, las condiciones sanitarias fluctuantes podrían determinar cambios. El número de infectados de COVID-19 se mantiene en meseta, sin señales de un descenso a corto plazo; los movimientos turísticos y los (incontenibles) desbordes juveniles debilitaron severamente las medidas de prevención.
Entonces, y ante tantas variables sociales: ¿cómo explicar a los chicos su año escolar?
Una estrategia sería utilizar frases simples que sinceren la inestabilidad de las medidas y que, además, respeten su pragmatismo: “Si el día está lindo, saldrás a jugar. Si no, no”.