Avanza el año escolar más complejo de la historia reciente. La educación en las escuelas intenta encontrar su rumbo entre las amenazas sanitarias, las urgencias económicas y la necesidad de madres y padres por encontrar algún orden.
Al tremendo desafío se suma otro, inesperado: el aumento del analfabetismo.
Hasta el año 2019, la Argentina era uno de los países más alfabetizados de Latinoamérica, con índices de escolarización primaria del 99 por ciento y secundaria del 46 por ciento. Todo esto, según la tradicional definición de que alfabetizado es quien sabe leer y escribir.
Pero ¿es adecuado mantener ese criterio?
Muchos chicos son analfabetos porque nunca accedieron al sistema educativo. Algunos se las arreglan incluso para desarrollar una vida productiva, pero, en verdad, viven condenados al iletrismo. La solución no parece lejana. Bastaría con incorporar a los chicos a la escuela, pero hoy la institución enfrenta tantas dificultades que podría, sin intención, generar más analfabetos funcionales.
Las clases virtuales recibidas sin una adecuada conectividad han demostrado que existen otros niveles de analfabetismo.
Es así como muchos niños, niñas y adolescentes saben leer y escribir, pero no logran comprender el significado del lenguaje. Conocen las formas, pero son incapaces de interpretar su sentido. Son meros repetidores de frases, vacías para el aprendizaje. “Leo y leo, y no entiendo”, dicen.
Otro analfabetismo surge del anterior: pudiendo leer, escribir y también comprender un texto o una charla, los alumnos no pueden reproducirlo. Son incapaces de enunciar conceptos o de hacerlos comprensibles para otras personas. Esto se evidencia en las evaluaciones, orales o escritas, en las que los chicos no logran demostrar sus conocimientos porque no saben expresarlos. “Estudié, sé, pero no lo puedo explicar”, argumentan.
“Los analfabetismos funcionales son territorio fértil para las ideas absolutas”.
Un nivel diferente de analfabetismo es la dificultad o imposibilidad de generar pensamientos o ideas a partir de lo adquirido con el lenguaje. Chicos que leen y escriben, que entienden e incluso reproducen ideas haciéndolas comprensibles a otros, pero no relacionan temas para elaborar ideas propias. En este nivel está una enorme mayoría que transita la escuela “rebotando” frases, conceptos y proyectos a los que les falta creación e imaginación.
Los analfabetismos funcionales son territorio fértil para las ideas absolutas, para los prejuicios, para los dogmas que uniforman pensamientos. Y los chicos y las chicas actuales están groseramente expuestos a “formadores de opinión”: youtubers, periodistas, cantantes de moda y demás influencers.
No pocos padres aseguran que la verdadera alfabetización actual es la tecnológica. Lo que ignoran es que antes hay que haber construido ciudadanía digital (seguridad y responsabilidad en el manejo de la tecnología) y creatividad digital (saber convertir las ideas en realidades).
Entonces ¿cuántos analfabetos hay en la Argentina? ¿Cuántos más acumulará la pandemia? ¿Cuántos chicos dejarán de pensar por sí?
Porque, en algún momento, esta pandemia cederá, y la nueva normalidad llegará. Pero hasta entonces, nuestra sociedad no puede seguir formando ciudadanos sin opinión, sin ingenio y sin autoría.