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Lisas y rayadas

Es verdad que en nuestros pueblos chicos, de gesto antiguo, abundan. Y también es cierto que en un rinconcito, el más pequeño que quede en medio del asfalto de las grandes ciudades, se ven y asombra. Me refiero a las canchas de bochas.

En este abril, que tiene a nuestro querido campeonato argentino de ese deporte en Neuquén, es lindo saludar desde el corazón de Convivimos a cada uno de los miles de bochófilos federados o no, con canchas inmejorables o baldíos interminables, vestidos de blanco o con la ropa del barrio, que juegan por una copa nacional o internacional, o simplemente por una damajuana y un lechón, para el trío, la pareja o el ganador individual.

Cada barrio de cada lugar tiene un club. Muchos de ellos dejaron de ser lo que eran. Ya no se practican algunos deportes por imposibilidades propias o ajenas, económicas o de costumbres; pero eso sí, el club tiene su bar, sus mesas de truco y, al fondo, la cancha de bochas. ¿Quién no tiene un pariente que juega a las bochas? Esos que lo hacen cada atardecer en el baldío del barrio, en una canchita cercada por tablones de madera y un final de cabecera que la cierra.

Los términos o las jugadas de las bochas son asimilados por la gente desde siempre, ya que en algún momento les anduvieron cerca. Lisas y rayadas, arrimar o bochar, chanta cuatro, cada jugador con su especialidad.

En algún momento, la “leyenda” hablaba de juego de varones grandes de edad. Cuestión que fue desmentida por la realidad, por los hechos y por los campeones juveniles y de damas que se nos aparecieron.

Gino Osvaldo Molayoli fue para los amantes del deporte blanco algo así como el Maradona de las bochas. Nacido en Río Cuarto en 1931, nos dejó en 2011. Ganó 57 títulos, incluidos tres mundiales. Y si decimos en el ayer Molayoli, nombramos en el hoy a chicos de nivel internacional, como Nicolás Pretto, nacido en Sacanta, considerado alguna vez el Messi de las bochas, y ahora Facundo Capdevila, de Esquina, también Córdoba, consagrado a nivel mundial. Estos son solo algunos de los tantos nombres que honran a este deporte y nos representan. Los más grandes y los más chicos, las damas y los caballeros; todos de la mano de una historia familiar, de esa sensación de “jugar a las bochas”. En la playa, en el campito, en una placita. ¡Si habremos sido testigos de la “rebelión” de la barra de los que jugaban en una esquina cuando ese sitio era materia de construcción, por sus dueños, y la canchita debía mudarse o simplemente despedirse del paisaje en donde había estado siempre!

La escenografía de la cancha de barrio es única. Hasta hay alguna mesita para apoyar el vermut y la radio. Los “mirandas”, como se nombra a los curiosos de siempre, los que están por estar, disfrutando de esa rutina fantástica que se queda en el barrio o trasciende fronteras.

En tiempos de un nuevo Argentino, vaya pues ese movimiento de nostalgias y presentes, con un arrimador, un bochador y una tiza o un contador para marcar los tantos. Las bochas son el antes, el ahora y el después. Están, claro que están. Rodando en cualquier club o cancha del país y el mundo. 

Ilustración: Pini Arpino.

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