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Diez aprendizajes

Médico pediatra y neonatólogo, docente universitario, padre de dos hijas; autor de libros sobre familia, infancia y adolescencia.

Durante este complicado año en el que convivimos con la pandemia, surgieron aprendizajes inesperados.

Esto permitió que algunas familias pudieran mantener su armonía, otras vieron agigantarse sus problemas previos debido al aislamiento, y la mayoría hizo lo que pudo. Pero ninguna quedó al margen de cambios y adaptaciones.

El primer aprendizaje ocurrió apenas impuesta la cuarentena. La frenada fue violenta. Los que viajaban con cinturón de seguridad (casa, comida, trabajo y conectividad) amortiguaron el impacto; pero los desprotegidos sufrieron daños aún visibles. Así todos aprendimos que, en una sociedad fragmentada, hay diferentes modos de transitar una tragedia.

En abril surgió otro aprendizaje a partir de una pregunta desafiante: ¿quién ordena las jornadas de los niños y adolescentes? Sin escuela como institución reguladora de horarios, obligaciones, socialización y conocimientos, cundió el desconcierto entre los padres. Esta lección deslumbró hasta a los más escépticos: los colegios no solo transmiten contenidos, sino que gestionan las rutinas infantiles.

La nueva convivencia llevó a numerosos padres a re-conocer a sus hijos. Y con ello les otorgó la libertad de ser re-conocidos como padres. Justicia pura. 

En los meses siguientes surgieron malestares preocupantes. Los chicos mostraban tics, malhumor, trastornos digestivos, pesadillas y distintos grados de tristeza y desazón. Aquellos adultos que supieron esperar aprendieron que eran manifestaciones pasajeras que se resolvían sin intervenciones médicas. Otros, como es su costumbre, patologizaron la infancia. El aprendizaje no fue solo familiar, sino social.

“Un aluvión de niños aprendió que existe el entretenimiento sin baterías ni enchufes”.

Antes o después muchos adultos comprendieron el riesgo que implica exponer a los chicos a pantallas que desbordaban números de expuestos, infectados y muertos. Muchos cambiaron de canal; otros, de actitud, y entonces los alejaron.

Un aluvión de niños aprendió que existe el entretenimiento sin baterías ni enchufes. La lectura y los juegos de mesa resucitaron en reuniones hogareñas, tiñendo de nostalgia y de alegría a todos.

En los últimos meses no pocos escolares comenzaron a extrañar la escuela. Descubrieron que, además de niños, ellos son sus cuadernos ajados, sus encuentros con amigos, levantar la mano y su jolgorio en los recreos.

En algún momento renació el valor de un concepto desprestigiado: el aburrimiento. Esa pausa necesaria para la imaginación y la creatividad infantil; ese vacío indispensable en el que brotan las mejores ideas.

La mitad de la población escolar no dispuso de conectividad segura para mantener su escolaridad virtual. Se estima que perdieron contenidos pedagógicos, pero en su lugar asomaron tareas manuales y de ayuda en el hogar que valieron para resignificar su condición de aprendientes.

Y, como en otras circunstancias, muchas personas se transformaron súbitamente en especialistas en temas sanitarios, difundiendo insólitos conceptos sobre “carga viral’, “índice Ro”, “paciente asintomático” y “anticuerpos”, entre los más reiterados. 

Este difícil año podría resumirse en estos diez aprendizajes acuñados en nueve meses. Diciembre sería un inmejorable momento para dejar de aprender, al menos de esta manera, y tomarse unas vacaciones. 

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