La revolución tecnológica, dictada por el advenimiento de lo digital, es descrita de modo sencillo por el escritor Alessandro Baricco: “En veinte años la revolución ha ido anidando en la normalidad; en los gestos simples, en la vida cotidiana, en nuestra gestión de deseos y miedos”. Es en esta realidad donde surge la pregunta sobre la “edad” para recibirlo y no si alcanzaron la “madurez” para usarlo de modo responsable.
La Argentina es el país latinoamericano con acceso más temprano a un teléfono inteligente: como promedio, 8,9 años; dos años menos que en 2016 y cinco menos que en 2010. Y los chicos no lo esperan para tranquilizar a sus padres con una mejor comunicación, sino para el ocio: videojuegos, música y chat. Las razones que esgrimen son simples: “Los amigos ya lo tienen”, “Si no, se quedan afuera” y “Mis padres están cansados de prestarme el suyo”.
Lo cierto es que desde pequeños quedan expuestos a una adicción con idénticos criterios de toda adicción conductual o química: es una enfermedad crónica que genera dependencia psicológica y fisiológica, causa deseo imperioso y no controlado de consumir, abstinencia, tolerancia (necesidad de aumentar la dosis) y escaso reconocimiento de las consecuencias.
Las disfunciones emocionales y sociales son fácilmente observables en la “cultura del dormitorio”, con chicos cada vez más aislados y menos supervisados. Se sustituyen códigos de comunicación tradicionales por los tecnológicos, con los equívocos que estos generan a edades precoces, aumenta el sedentarismo asociado al sobrepeso infantil y la tendencia a la ansiedad y a la depresión.
Jesse Weinberger expone en su libro El hombre de la bolsa existe: y está en el bolsillo trasero de tu hijo: “Antes de los 15 años los teléfonos son distracciones adictivas que desvían la atención de los deberes escolares, además de exponer a los niños a problemas de acoso cibernético”. Advierte que el sexting comienza en quinto grado, mirar pornografía a los ocho años y la adicción al uso del celular alrededor de los once.
“Un smartphone es hoy algo infinitamente más complejo que intercambiar llamadas o mensajes”.
Un smartphone es hoy algo infinitamente más complejo que intercambiar llamadas o mensajes; es una puerta abierta al universo múltiple de la web, lo que tienta a reformular la pregunta inicial: ¿cómo incorporar los beneficios de los teléfonos en la vida de los chicos sin correr riesgos? Una posibilidad concreta es establecer reglas familiares que los comprometan a no exponerse a contenidos potencialmente negativos, como establecer contactos con desconocidos, pornografía, consumo de drogas ilícitas, lenguaje soez y burlas. Lo más valioso de esta estrategia no es necesariamente su cumplimiento, sino que adviertan que sus padres están preocupados por y ocupados en ellos.
Es justamente en ese marco cuando deberían formularse las verdaderas, importantes preguntas. Las que llevan al reconocimiento de la singularidad de cada hijo. ¿A qué edad dejarlo cruzar solo una avenida? ¿Cuándo dormir en casa de amigos? ¿Cuándo darle la llave de casa? ¿Cuándo la del automóvil?
Si los padres son capaces de responder estas y otras cuestiones, resultará sencillo saber cuándo sus hijos están preparados para recibir ese idealizado, excluyente y esperado objeto del deseo.