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Especialmente en abril

Fernando Medeot
Familiero. Licenciado en Comunicación, publicitario, docente, agnóstico, soñador. Fanático de Serrat, Federer, Benedetti y el buen cine.

En mi mundo ideal hay una pradera donde el viento hace bailar las ramas del árbol, proyectando luces como manchas de leopardo en la superficie de un estanque. El árbol luce imponente, grande y solitario, cubriendo con su sombra el mundo que existe debajo de él. En ese lugar guardo cada recuerdo tuyo, cerca de tu dulce mirada y lejos de la indiferencia del resto. Sé que regresaré a mi pueblo, cerraré los ojos y mi único consuelo será haberte conocido”.
Nuestra existencia es breve, ya lo sé. Cada historia de vida es un escenario donde suceden cosas diferentes. Viajamos en una cápsula de tiempo irrepetible. Los segundos se consumen llenando el cenicero, sin posibilidad de volver a ser humo. Toda felicidad y tristeza duran poco. Ningún acontecimiento ni ninguna emoción resultan permanentes. Como el día y la noche; luces y sombras, solo momentos que van girando sobre nuestras personas. Tenemos que aceptarlos como parte de la dualidad de la naturaleza, porque son la naturaleza misma de las cosas.
Y debemos hacer lo imposible para conservar ese algo tan valioso que llamamos “tiempo”. Tal vez sea un buen comienzo si lo invertimos recuperando la lucha por las causas perdidas. Desanudar las sogas que nos atan. Pensar en nuevos caminos, alejados de los que ya transitamos, contar las cicatrices y armar un nuevo mapa para empezar a recorrer ya mismo.
Soñar con un mundo más justo, donde no siempre ganen los malos, los que tienen más bombas. Y siempre pierdan los inocentes, los desvalidos, los que tienen más hambre. Un mundo donde los ricos dejen de gobernar para los ricos.
Volver a sentirnos niños y creer en los Reyes Magos. Montar la vigilia y asombrarnos cuando entran con la bicicleta.
Hacer como Miguel, el mexicanito de la película Coco, que logró mantener vivos a los muertos a través del recuerdo.
Dejar que en cada sueño bailen los fantasmas de las sombras sin formas. Que se escuden en rincones llenos de curvas, se eleven, midan sus fuerzas y, al final, florezcan con siluetas de inocencia.
Que la fruta nos haga ver el árbol. Que una nube construya otra lluvia. Que una estrella sea el universo. Que los labios del viento se conviertan en huracán y nos empujen hacia adelante. ¿Quiénes somos para no besarlos?
Abramos la caja de Pandora para encontrar la esperanza, aunque esté al fondo, agazapada, invisible.

“Debemos hacer lo imposible para conservar ese algo tan valioso que llamamos ’tiempo’”.

Adivinemos el cuadro del artista ingresando al jardín de las delicias. No podemos dejar que lo bello y lo bueno se conviertan en una quimera.
Aprendamos a domesticar, como hizo el Principito con la rosa y el zorro, para que nuestros lazos sean únicos en el mundo, invisibles a los ojos, pero eternos en el corazón. Hagámonos carne en las palabras de Frida: “Pies, para qué los quiero, si tengo alas para volar”.
Todavía nos queda el infinito. Y seguramente un par de sueños por cumplir. Mojarnos un lunes de lluvia o pisar esa vereda tapada con hojas secas. Todavía nos queda una mochila llena de pequeñas cosas, esas que dan sentido a un atardecer cualquiera. Todavía nos quedan un par de abrazos, esos que curan y consuelan. Todavía quedamos vos y yo, en una tarde de abril. Especialmente en abril.
Dejemos que en nuestros vuelos, en nuestras canciones, en nuestros pensamientos, siempre haya una ilusión. Y derribemos los miedos a fuerza de abrazos.
Es tiempo, nuestro tiempo.
Disfrutémoslo ahora, cuando el sol todavía brilla y acaricia nuestras fantasías, antes de emprender su fuga hacia el invierno.

Algunas citas pertenecen a otros autores.

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