Experiencias

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Guillermo Jaim Etcheverry

Médico, científico y académico; rector de la Universidad de Buenos Aires entre 2002 y 2006. En Twitter: @jaim_etcheverry

 

Hace algún tiempo, al analizar su aproximación a la música contemporánea, Beatriz Sarlo señaló: “Escuchamos mucha música por primera vez. Contra los que piensan que hay que confiar todo a la sensibilidad (¿cuál sensibilidad?, ¿salida de dónde?), el arte necesita ser hablado y escrito. No es solo una cuestión de gusto, porque el gusto no es anterior a la experiencia”. En esta última frase está cifrada una de las razones de ser de la educación: la inexcusable necesidad de proponer a niños y jóvenes nuevas experiencias, acceder a lo no conocido para que puedan gustar de lo que experimentan por vez primera, apasionarse con ello. Ha sido ya tan citada la anécdota que no recuerdo quién la relató inicialmente: una persona pregunta a otra si ha leído un gran libro o si ha escuchado determinada composición musical, respondiendo ante la negativa: “¡Cómo le envidio la felicidad que experimentará la primera vez que lo haga!”.

Es innegable que, como nunca, nuestros jóvenes están hoy bombardeados por experiencias. Pero aquellas que como padres y educadores nos corresponde hacerles descubrir deberían estar vinculadas con lo mejor del ser humano. A este respecto, recurro a una definición memorable de la tarea de aprender que diera hace poco el actor y artista plástico Julio Chávez: “‘Aprender’ –dijo– es la palabra más hermosa del mundo. El conocimiento no es solo algo que se adquiere, es también algo que se recupera. Cuando leo a un Pessoa, a un Shakespeare o a tantos otros pensadores, no solo estoy descubriendo algo que desconocía, sino que estoy recuperando algo que no sabía que era mío”.

Aunque creamos lo contrario, no nacemos como si fuéramos el primer ser humano, sino que lo hacemos en un medio ya organizado al que nos incorporamos en plenitud mediante la educación. Su objetivo no es divertir al niño, sino rescatarlo de la agitación de la sociedad para expandir su experiencia asegurando las condiciones para que su realidad y lo mejor de su herencia puedan ser recibidas y, sobre todo, transformadas. Cuando recuperamos nuestra herencia de cultura y de saber trascendemos nuestro ser biológico y adquirimos la dimensión de seres históricos, insertos en el tiempo.

El hecho de que conocer es experimentar y también recuperar resulta esencial para explicar la tarea de enseñar, porque destaca que de lo que se trata es de mostrar lo que, aún no conocido, se encuentra al alcance de quien aprende, listo para ser experimentado, recuperado. Quien enseña nos acerca a esa realidad y, además, nos muestra la importancia de hacer nuestra una herencia que nos pertenece por el solo hecho de ser humanos.

“El hecho de que conocer es experimentar y también recuperar, resulta esencial para explicar la tarea de enseñar”.

La educación, considerada por algunos como una imposición, es la única alternativa que permite contrarrestar el poderoso despotismo de la maquinaria cultural que hoy influye en nuestros niños y jóvenes, convertidos en un redituable mercado de lo fácil, lo banal, lo primario. Nos rebelamos ante quienes intentan elevar el listón, pero no cuestionamos a los que lo bajan hasta niveles que denigran la condición humana. Por eso la educación es hoy claramente contracultural: debería ofrecer a los recién llegados experiencias que, al elevarlos, les permitan disfrutar de las mejores realizaciones humanas.

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