Yo les dije: «Chicas, primero hay que saber dónde vamos a meternos y con qué medios económicos contamos, porque no teníamos ni un peso partido al medio”, dice Sandra Valdés, presidenta de la cooperativa de trabajo Manos Libres Limitada, una lavandería que nació de la voluntad de un grupo de mujeres en situación de encierro en la Unidad Penitenciaria Nº 4 de la ciudad de Santa Fe.
Fue en 2021, con los resabios de la pandemia, que esta iniciativa abrió sus puertas al público. En ese entonces solo contaban con un lavarropas y muchas ganas de salir adelante. Hoy las integrantes societarias suman 12 y no todas están o estuvieron privadas de su libertad. Algunas vienen de vivir en contextos vulnerables, otras son víctimas de diversas situaciones de violencia. “Nosotras tratamos de darles un lugarcito acá si saben lo que es el oficio”, cuenta Sandra.
Las puertas de la lavandería están abiertas de lunes a viernes de 8 a 17 horas y funciona sobre la calle Urquiza 3186 de la capital santafesina. “Para mí, la cooperativa es como una familia, nos sentimos apoyadas. Yo no sé hablar muy bien como quien dice, pero me siento bien porque salgo de ese lugar feo y sé que tengo trabajo, porque hoy es difícil conseguir trabajo, más en nuestra situación”, dice Graciela, una de las integrantes de Manos Libres.
Algunas de ellas aprendieron el oficio de lavanderas dentro de la unidad penitenciaria, puesto que era el trabajo que realizaban. Pero no se trata solo de un trabajo, también representa el aprendizaje de una herramienta para hacer frente a su vida en libertad.
Todo surgió al interior de la unidad penitenciaria, donde un grupo de mujeres privadas de su libertad participaban en reuniones con terapistas ocupacionales y trabajadoras sociales de la Universidad Nacional del Litoral. Allí recibían formación sobre la administración de una cooperativa, pero también aprendían en cada encuentro el significado de pertenecer a un núcleo asociativo. En ese lugar, se encendió la chispa.
Aprendieron a lavar, a planchar, a blanquear y a hacer el trabajo de apresto, pero también a resolver las cuestiones de logística que acarrea el negocio. No fue fácil, pero después de cuatro años, el negocio funciona y buscan expandirse.
El trabajo más fuerte que realizan en Manos Libres es el lavado artesanal, es decir a mano. Además, empaquetan la ropa, atienden al público y hacen todo lo que exige el servicio de lavandería. Se encargan de dejar impecables camisas, trajes, manteles y sábanas, entre otras prendas. Calculan que por día reciben entre 300 y 400 unidades para lavar.
“Nosotras hacemos blanqueamiento de camisa, cuello, axilas, desmanchado de suéter, jogging, todo lo que se te ocurra, blanqueamiento de sábana, de mantel, hay manteles antiguos de abuelas que vienen de más de 80 años, te juro que es una belleza lo que traen”, señala Sandra con orgullo.
Como cooperativistas, van generando sus ganancias y cada semana reciben su paga.
Para Alicia González, ser parte de este grupo también representa un ingreso para ayudar a su familia. “Me encanta estar en la cooperativa”, lanza. Nahiara, que tiene 20 años, dice que Manos Libres significa mucho porque gracias a la cooperativa tiene trabajo. “Además me gusta el ambiente, somos muy unidas, nos ayudamos mutuamente”.
El modelo de aprendizaje, trabajo e inserción ha despertado el interés en países como Chile, Uruguay, Brasil y diferentes provincias argentinas. Pero llevar el negocio adelante no ha sido tarea fácil y han tenido que pedir ayuda a diferentes organismos para poder sostener el proyecto. Hoy está en pleno funcionamiento y buscando alianzas, como con el Programa Espuma, por ejemplo, una iniciativa que recicla aceite usado para fabricar jabón evitando así contaminar el agua. “Queremos tener el sello que diga que cuidamos el medioambiente”, indica Sandra.
“Queremos tener el sello que diga que cuidamos el medioambiente”.
Sandra Valdés
Esta cooperativa que comenzó con apenas dos personas y dos clientes ha logrado crecer hasta convertirse en una organización sólida y reconocida, y hoy estas 12 mujeres se plantean ser pioneras en iniciativas como el primer lavadero de triple impacto. Pero no solo eso, también quieren conformar un equipo de ayuda terapéutica para acompañar a quienes enfrentan problemáticas personales o dificultades en su entorno. “Todos, en algún momento, necesitamos apoyo”, reconoce Sandra.
En la diaria, no todo es trabajo para ellas. También se hacen su espacio para desayunar y almorzar juntas, porque de eso se trata el cooperativismo. La conversación es clave en el día a día, pero reconocen que jamás pierden el objetivo laboral por cumplir.
Estas mujeres que aumentaron su número de clientes en los años que llevan adelante el negocio pueden acceder a comprar lo que desean sin tener que depender de prestamistas o usureros que se aprovechan de sus circunstancias. “Aquí les decimos: ‘Vos trabajá, ahorrá, podés comprar y acceder a servicios como a una clínica privada cuando la atención pública no puede esperar’”, menciona la presidenta.
Además, explica que para hacer el trabajo en la lavandería se necesita poner el cuerpo. “Uno tiene que valorar eso, el sentido de obligación y responsabilidad que tienen, porque hay que contar con mucha fuerza de voluntad para venir y hacer lo que ellas hacen, es un trabajo sacrificado. Es muy corporal”.
Sueñan con hacer crecer el negocio, crear más puestos de trabajo y sobre todo incorporar la costura en el eje laboral. También quieren realizar confecciones a medida y hacer bisutería. Y si hay algo certero que observa Sandra es que “a estas chicas les sobra garra”.
