Con récord de transmisión histórico y 18 nuevos individuos registrados, el programa Siguiendo Ballenas en Chubut concluyó otra temporada exitosa.
Electra partió el 6 de noviembre de 2021 junto a su cría desde península Valdés y navegó con rumbo sudeste hasta el extremo sur del golfo San Jorge. En la cuenca oceánica realizó grandes círculos para luego desplazarse hacia el norte e ingresar a la plataforma continental, donde permaneció alimentándose frente a las costas de Chubut y norte de Santa Cruz, y regresó a la península en la tercera semana de mayo de 2022, esta vez al golfo San José.
Electra es una ballena real y el suyo fue el primer registro de un viaje migratorio completo de una hembra con su cría, después de recorrer 18.368 kilómetros, que fue posible gracias al programa Siguiendo Ballenas (www.siguiendoballenas.org), que se realiza en esa zona del mar patagónico argentino desde 2014 utilizando chips de transmisión satelital que se introducen en los animales sin afectar su salud ni su comportamiento.
Este programa se da en el marco del Plan de Manejo para la Conservación de la Ballena Franca Austral del Atlántico Sudoccidental de la Comisión Ballenera Internacional y es posible gracias al trabajo del Conicet, la Fundación Patagonia Natural (FPN), el Instituto de Conservación de Ballenas (ICB) y la Wildlife Conservation Society Argentina (WCS), entre otras organizaciones locales e internacionales.
Entre 2014 y 2020 permitió conocer las trayectorias de 47 individuos por el litoral marítimo argentino, las rutas migratorias y las áreas de alimentación. En su sexta temporada (2021-2022), se sumaron 18 ballenas más. En esta edición del proyecto, también hubo récord de duración de emisión con la ballena Amalthea durante 302 días, se verificó el viaje más austral con Andrómeda y con Antares se logró un registro inédito de una ballena en años diferentes.
“Toda la información que se genera es luego utilizada de manera concreta en acciones de conservación y de gestión, desde la identificación de áreas clave hasta acciones de mitigación de impacto”, aporta a Convivimos Valeria Falabella, directora del Programa Marino de WCS, quien participó de la marcación en septiembre.
“Si me preguntás qué es lo que vi, vi muchas ballenas, muchas más de lo que esperaba. Fue fabuloso. Es una temporada hermosísima, de muchos animales”, asegura.
BIEN PROTEGIDAS
“La población de ballenas ha crecido hasta un siete por ciento anual, que es algo maravilloso, teniendo en cuenta que en el siglo XVII y XVIII se las mataba para comercializar la grasa, el aceite y las barbas. Un animal tan majestuoso como la ballena y tan enorme tuvo una fragilidad igual de grande que su tamaño, y la recuperación en estas últimas cinco décadas fue increíble”, describe a Convivimos Alan Arenea, guardafauna y encargado de Logística en la FPN.
“Tuvimos récord en península Valdés de llegada de individuos y de nacimientos”, continúa, y agrega: “Solamente desde la costa en el Área Protegida El Doradillo en el golfo Nuevo contamos 150 ballenas la semana pasada”.
La FPN tiene un observatorio terrestre en Punta Flecha desde donde se hace un conteo semanal de ballenas. Una vez al mes, como parte del programa de ciencia ciudadana, también puede sumarse la comunidad al conteo, acercándose con sus binoculares.
“Hoy esta especie está protegida y tiene zonas de reproducción en las cuales está bastante libre de impacto, si bien cualquier especie del mar se encuentra expuesta a amenazas, porque las hay y son muchas”, relata Falabella.
La situación de la ballena franca del sur es muy diferente a la del Atlántico Norte, cuya población ronda los 300 ejemplares. Entre las amenazas se encuentran las colisiones con barcos y los enmallamientos en artes de pesca, la sobrepesca de krill, su principal alimento, los ataques de la gaviota cocinera, la exploración sísmica y los microplásticos que consumen. Y, por supuesto, el cambio climático.
Estos animales, de hasta 17 metros y unas 60 toneladas, son “fertilizadores” de los océanos por los nutrientes que aportan en sus heces, favoreciendo la floración de algas de las que se alimenta el krill y ayudando a regular el clima mediante la captura de carbono. Para conservarlos, los esfuerzos se enfocan en el cuidado del mar y la investigación.
ÁLBUM DE FOTOS
A través del Programa de Investigación Ballena Franca Austral, el ICB lleva 51 años estudiando la dinámica poblacional de estos cetáceos. Cada año, junto a Ocean Alliance, realiza relevamientos fotográficos sobrevolando unos 500 kilómetros de costa en épocas clave para la península Valdés, un área de apareamiento y parición entre mayo y diciembre. La identificación de cada ballena a través de fotos se logra por el patrón de sus callosidades, que son únicas en cada caso. Este es el estudio más largo del mundo basado en la fotoidentificación de ballenas en su ambiente natural.
“Con esa información, actualizamos nuestro catálogo, que hoy en día tiene como 4100 ballenas identificadas”, cuenta a Convivimos Mariano Sironi, director científico del ICB y quien estuvo a cargo de las fotografías en la última campaña.
De esta manera, es posible comparar los cambios año tras año y obtener datos de la supervivencia, la cantidad de individuos que visitan anualmente la península, el tamaño y el crecimiento de la población, todos aspectos fundamentales para proteger a la especie. Durante el relevamiento realizado el 31 de agosto y 2 de septiembre, se registraron 1420 ballenas francas, el máximo número de individuos observados hasta ahora.
Otro programa es el de Monitoreo Sanitario Ballena Franca Austral, que el ICB realiza con la Universidad de California e indaga en las causas de mortalidad de ballenas encontradas en la costa a través de estudios post mortem.
En relación con la comunidad, el ICB ofrece la posibilidad de adoptar a una ballena colaborando con una suma mensual y pudiendo elegir entre uno de los individuos censados, lo que permite conocer la historia de esa ballena en particular, recibir una cartilla educativa y noticias bimestralmente.
PELIGRO: GAVIOTAS
En los últimos años apareció una amenaza impensada que preocupa a los investigadores: las gaviotas cocineras, que se alimentan de la piel y la grasa de las ballenas vivas, especialmente las crías, causando un intenso dolor, alterando su comportamiento y transmitiendo enfermedades. “El crecimiento de las poblaciones de gaviotas en la Patagonia fue subsidiado por los basurales a cielo abierto y por los descartes de pesca”, explica Falabella y asegura: “Eso señala una responsabilidad humana”.