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Áreas protegidas: aún lejos de la meta

Hay unas 500 en la Argentina y este número sigue creciendo, pero aun así el país no logra cumplir con los estándares internacionales de conservación.

Frente a las amenazas del cambio climático y la contaminación, los animales y las plantas se encuentran vulnerables y necesitan de refugios, espacios sanos donde la naturaleza sea libre para mantener su equilibrio. A esas zonas que fueron designadas para ser resguardadas de estos y otros peligros se las denomina “áreas naturales protegidas” (ANP).

Hay unas 500 ANP en nuestro país. La mayoría de ellas son terrestres y protegen el 11,62 por ciento del territorio continental. Las 31 restantes son costero-marinas y resguardan el 3,44 por ciento de la superficie de las aguas interiores y el mar territorial; a estas se suman las tres áreas marinas protegidas creadas en la zona económica exclusiva (ZEE), que representan el 5,53 por ciento de estos espacios marinos. La superficie marina protegida es del 7,05 por ciento de nuestros espacios marítimos, según la Fundación Vida Silvestre Argentina (FVS).

“Aún estamos muy lejos de lo que deberíamos haber cumplido para el 2020. En el marco del Convenio sobre la Diversidad Biológica, las metas al 2020 proponían un 17 por ciento (para la tierra) y un 10 por ciento (para el agua)”, detalla a Convivimos Fernando Miñarro, director de Conservación de FVS.

“La Argentina no ha podido alcanzar esos porcentajes que recomiendan los especialistas a nivel mundial para conservar una muestra de cada uno de los ecosistemas que tenemos en el mundo”, aclara Miñarro. 

“En nuestro país tenemos una responsabilidad muy grande, porque a algunos de estos ecosistemas solo los encontramos acá y otros apenas los compartimos con algunos países vecinos: la ecorregión del monte, regiones importantes como la pampeana, que compartimos con Uruguay, y la Patagonia, en parte con Chile”, expresa.

Las ANP brindan soluciones naturales para la adaptación a los efectos del cambio climático, como las inundaciones o las sequías, son importantes para la investigación y la educación, contribuyen a las economías locales y proveen servicios ambientales como agua, alimentos y medicinas, entre otros beneficios. Según las organizaciones que protegen el ambiente, en nuestro país las regiones que tienen menos porcentaje de protección son las que están destinadas a la actividad agropecuaria, como la región pampeana, que con los años se fue extendiendo hacia la chaqueña, afectada por la deforestación. Y también el Litoral.

“Ha habido mucha conversión de ecosistemas naturales en otros usos de tierra: actividad agropecuaria o, como ocurre en muchas zonas de humedales, el crecimiento de las ciudades, el sector inmobiliario también”, señala Miñarro. 

Con este panorama, en el mundo se están replanteando nuevas metas de protección y se espera que las próximas sean del 30 por ciento de resguardo tanto en el caso del territorio como en los mares, lo que nos dejaría aún más lejos de los objetivos del planeta.

“Hay razones para aconsejarles a los países que aumenten el grado de protección por la pérdida de biodiversidad, la afectación de ecosistemas críticos para comunidades locales, la seguridad alimentaria y el cambio climático”, enumera Santiago Krapovickas, coordinador del proyecto sobre fortalecimiento de áreas marinas protegidas en Chile y Argentina del Foro para la Conservación del Mar Patagónico. 

Los ecosistemas marinos, cuando están bien conservados, ayudan al secuestro de carbono de la atmósfera y a guardarlo a largo plazo en el fondo del mar o en las especies vivas. Si los ecosistemas marinos están impactados por el hombre, absorben menos. Pero, además, la afectación de estas áreas por la sobrepesca, la captura incidental, el descarte, la contaminación, la prospección sísmica y la introducción de nuevas especies también puede impactar en las comunidades que viven de la pesca. Krapovickas advierte además sobre la explotación petrolera en el mar “a una escala que no conocemos”. 

“En la Argentina hay pozos marinos para la extracción de gas y petróleo. Ese uso se puede llegar a extender mucho. La Argentina lo promueve. Hay barcos internacionales contratados para buscar petróleo, y la idea es que se empiece a explotar de manera permanente, sobre todo frente a la Patagonia y hacia el sur de la provincia de Buenos Aires”, menciona. 

ÁREAS DE PAPEL 

Si bien la creación de ANP fue en aumento en nuestro país, todavía falta trabajar en la implementación y la correcta gestión de esas zonas. La Argentina cuenta con un Sistema Federal de Áreas Protegidas que reúne al sistema de la Administración de Parques Nacionales y a los sistemas provinciales, regidos por las leyes de cada distrito.

“Lo que hay protegido es buenísimo, muy valioso y costó muchísimo conseguirlo”, aclara Krapovickas, y destaca por su buen desempeño, entre otras, algunas áreas costero-marinas protegidas de Chubut, además de la creación de dos áreas nuevas con un grado de implementación incipiente: Yaganes, en el sur de Tierra del Fuego, y el banco Burdwood II, 200 kilómetros al sur de las islas Malvinas. 

“En nuestro ambiente solemos decir que tenemos áreas protegidas de papel, es decir que están creadas, cosa que no es menor, pero después en la práctica no cuentan con presupuesto, con guardaparques, infraestructura, no pueden recibir turismo ni hacer investigación porque no hay fondos. El nivel de gestión de las áreas suele ser muy malo”, resume, por su parte, Miñarro.

Paralelamente, es fundamental el rol del sector privado en la creación y conservación de las ANP. La FVS creó la Red de Refugios de Vida Silvestre en 1987, compuesta por reservas privadas, e impulsó la Red Argentina de Reservas Naturales Privadas. “Ese rol es fundamental, sobre todo en un país como la Argentina, donde más del 90 por ciento de la tierra está en manos de propietarios privados”, explica Miñarro. 

“Cuantas más áreas marinas protegidas tengamos, le daremos más oportunidades a la naturaleza para que se reacomode favorablemente, pero el beneficio no es automático. Es una política de largo plazo”, concluye Krapovickas. 

CONECTADAS EN RED

Cuando se crean ANP, es necesario evaluar el movimiento de las especies entre una zona y otra cercana. Por ejemplo, si en una se reproducen tiburones y hay ejemplares pequeños (las llamadas “nurseries”), y a unos kilómetros hay otra área donde se alimentan individuos de esa misma especie más grandes, es deseable tratar de evitar los impactos humanos severos en ese espacio de desplazamiento para que se puedan conectar. Se recomienda que las áreas protegidas sean diseñadas en conjunto como una red.

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