El sol de esta época del año pega con furia en la Ruta Nacional 9. El hilo de asfalto parece derretirse a la vera del cauce seco del río Grande. Hacia el norte, apuntando a la frontera con Bolivia, estamos en el corazón de la bota jujeña. El cuentakilómetros llega a arañar el centenar tras la capital provincial, San Salvador. También quedaron atrás Purmamarca, Maimará, Tilcara, tantos otros pueblitos de cuento. El encanto, la belleza, el silencio de la Quebrada rompe los ojos, templa el alma, acelera el corazón, sensibiliza todos los sentidos. El valle andino se acurruca entre las altas cadenas y la naturaleza parece zambullirse en cada mirada, en cada metro recorrido, en cada rincón agreste, salvaje, maravillosamente natural.
Una curva acaricia un cerro bajo para acomodar el camino hacia la izquierda, cuando un brillo parece surgir del horizonte. No es un oasis, sino un monolito blanco, una especie de obelisco norteño de forma triangular que apunta, recostado, levemente hacia el norte. Un reloj de sol que con su sombra indica no solo la hora, sino también la fecha del año. Un sol amarillo se describe sobre el fondo liso, blanco. Y a unos metros, en una piedra, la inscripción confirma que estamos en el Trópico de Capricornio. Una figura de una cabra con cola de pez, representación típica de la constelación, completa la imagen.
La leyenda cuenta que en ese preciso sitio, un 21 de diciembre, el invasor inca, que adoraba el Sol, festejó el triunfo de la luz sobre las sombras. La modernidad hace cruzar por el trópico una línea imaginaria, a una latitud de 23°26’17»: no es un capricho, sino que se refiere al punto más meridional en el que, justamente al mediodía, el sol puede alcanzar su punto más alto, el cenit.
Y allí donde la “Pachamama vital y creadora derrocha energía en colores y aromas tan poderosos como sensibles”, nace Huacalera, un pequeño pueblo, como salido de un cuento, atravesado por el Trópico, un verdadero atractivo especial de la región. Una invitación para repasar la historia, sus tradiciones ancestrales y la muy particular arquitectura del alma norteña, del corazón jujeño. Y de un modo muy especial, a su gente, tan cálida, tan afectuosa.
A 2641 metros sobre el nivel del mar, con una población habitual que no suele superar los 1000 habitantes, Huacalera fue originalmente un asentamiento de indígenas omaguacas, y con el paso de los años, por su configuración geográfica, pasó a ser valorada como una posta muy adecuada en el camino a Bolivia. En pleno siglo XXI, es una alternativa muy especial de paseo por la hermosa Quebrada de Humahuaca.
HISTORIA Y MISTICISMO
Justamente, una de las más especiales atracciones de Huacalera también aparece súbitamente entre la ruta y el río Grande, al final de una frondosa avenida de árboles: la Capilla de la Inmaculada Concepción. Por ella transita la enorme mayoría de los turistas. Declarada Monumento Histórico Nacional en 1941, se trata de una joya de la arquitectura colonial. Construida en 1655, en 1841 se detuvo allí la columna que huía a Bolivia con el cadáver del general Juan Lavalle, asesinado en Jujuy. En 1850 el templo estaba en ruinas, y un sacerdote recordado simplemente como el padre Díaz lideró la reparación, con materiales como adobe y madera de cactus, incluso un llamativo cupulón donde se encuentra el campanario. Conserva imágenes de arte indígena, con influencia española y dos cuadros aplicados de San Pedro y San Pablo. Y sin duda, en el altar que data de 1699, es impactante la imagen de la Virgen de la Inmaculada Concepción con su brillante corona de plata repujada.
También, por supuesto, en Huacalera es típica una escuela erigida en el siglo XIX, con paredes de adobe. O un tradicional molino antiguo que perteneció a la orden jesuita. Y un poco más allá, un almacén que resulta imprescindible visitar para encontrar productos lugareños, sabrosísimos, los más variados. Los quesos y los dulces son irrepetibles. Y los licores, ideales para ser degustados, con la paciencia, la lentitud, la alegría, la profundidad de esa tierra que emociona a cada paso, en cada mirada.
Un descanso en la historia. Otro lugar que, sin dudar, merece ser visitado y recorrido especialmente es la Posta de Huacalera: edificada a fines del siglo XVIII a orillas del río Grande, en 2005 recibió el merecidísimo título de “Monumento Histórico Provincial”. Se trata de una construcción típica de adobe, con cubiertas de madera y torta de barro. En cada rincón se podrá sentir el relato del paso de los ejércitos patriotas para reaprovisionarse de víveres y mulas, como así recuperar a los heridos y refugiar a las mujeres, cuando estallaban las guerras, por caso la de la Independencia. Por sus habitaciones descansaron, entre otros, Manuel Belgrano, Juan José Castelli, Martín Miguel de Güemes, el coronel Manuel Eduardo Arias y Manuel Álvarez Prado. Nada menos. La historia argentina incrustada en sus paredes.
LOS ABUELOS
Una atracción diferente en Huacalera es Casa Mocha, un espacio de encuentro, turismo gastronómico, vitivinícola y cultural. Un lugar para disfrutar de reuniones artísticas, comer rico, descansar y degustar vinos de la Bodega El Bayeh y quesos de La Huerta Tambo, siempre en el marco de los inigualables paisajes de la zona.
En la región, históricamente, se denominó Casa Mocha a la casa de los “abuelos”, los primeros que habitaron la Quebrada. “Mochar” también significa adorar; la “mocha” es un gesto ritual que señala lo sagrado. Las comunidades originarias construían sus casas de adobe, generando un entramado con las casas de los vivos y las de los muertos. Para distinguirlas se les “mochaba” el techo.
Casa Mocha fue creada por los Manzur, una familia de inmigrantes libaneses que decidieron habitar este suelo en las primeras décadas del siglo XX y la llaman la “aventura de El Líbano a la Quebrada”. Afirman que en la actualidad sobrevive “una familia de tres generaciones”. Aseguran que “es una morada que recuerda el valor de lo sagrado, el valor de nuestra cultura, el valor de nuestras costumbres, las que nos dieron nuestros abuelos”.
“Los colores, los aromas y los sabores de la Quebrada de Humahuaca en una copa de vino”, figura en la convocatoria a la Bodega El Bayeh. El nombre proviene de Boutrus Mansour El Bayeh, quien llegó a Jujuy en la década del 30. Aclaran que El Bayeh quiere decir “vendedor de frutas y hortalizas” y se definen como “parte de una tradición de trabajadores y comerciantes agrícolas”. La bodega tiene dos fincas propias: Ollantay, en Maimará, y Los Faldeos, en Huacalera. Aseguran, asimismo: “Creamos vinos de calidad con una enología moderna que promueve productos fáciles de disfrutar y agradables en el consumo”.
DE FIESTA
La Ceremonia del Inti Raymi o Fiesta del Sol forma parte de “la espiritualidad de los pueblos andinos, del reconocimiento y respeto a una energía sagrada, que es el sol”. Se celebra durante la noche del día 20 y la madrugada del día 21 de junio, coincide con el solsticio de invierno (el día más corto y la noche más larga) y con el nuevo año andino. Generalmente se coloca sobre el suelo una manta de lana debajo de un papel y una lana de color, formando un círculo con fuego y, dentro, elementos de agradecimiento como hojas de coca, koa y un sinfín de amuletos de diversas formas. La ofrenda se coquea y se fuma esperando al Tata Inti. Cuando el Sol asoma, los brazos hacia arriba reciben la energía del sol y la conexión vital con la naturaleza. Es una de las ceremonias más sensibles y reconocidas que se realiza en Huacalera, siempre en los alrededores del monolito.
Por supuesto, en esa fecha, o en este verano tan cercano, o en cualquier momento del año, podemos regresar a la ruta. Al mediodía, cuando el trópico no tenga sombra o en cualquier otro momento, cuando una decena de cabras, tal vez un centenar, probablemente arriadas por una jujeña ataviada en vestidos típicos de la puna, se trasladen con la quietud, el silencio, la moderación y el destino incierto. Otra de las más particulares postales del norte argentino.
Historia y emoción a cada paso. Almuerzos, catas y degustaciones, la posibilidad de llevarse productos regionales de gran calidad para completar una recorrida imprescindible por Huacalera, uno de los muchos lugares maravillosos del norte, un sitio emblemático de la hermosa Quebrada de Humahuaca. Un paseo siempre inolvidable.
MUCHO MÁS QUE ASFALTO
Es otra de las rutas emblemáticas de la Argentina. Así como la mítica Ruta Nacional 40 une el país de Ushuaia a La Quiaca, en Jujuy también cobra trascendencia la Ruta Nacional 9, que desde la mismísima CABA llega a la frontera con Bolivia, tras un trayecto de 1969 kilómetros que atraviesa Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Santiago del Estero, Tucumán, Salta y, por supuesto, Jujuy. Huacalera es una de las poblaciones a su vera. Queda a unos 15 kilómetros de Tilcara, a 23 de Maimará, a 40 de Purmamarca y a 99,9 de San Salvador. Hacia el norte se encuentran diversas localidades muy características como Las Peras, Villa Laureana, Uquia, Hornaditas y Azul Pampa, entre otras, para llegar, finalmente y tras transitar 183 km, a La Quiaca y la frontera con Bolivia.
CON ENCANTO
Una alternativa más que interesante para alojarse en la Quebrada es La Comarca, que se presenta como un “hotel con encanto”. A 60 km de Jujuy y a 180 km de Salta, es un alojamiento construido en el bellísimo pueblo de Purmamarca, muy cerca del espectacular cerro de los Siete Colores. Su estilo arquitectónico se inspira en el entorno natural y en la cultura de la región, recreando un pueblo andino, que combina tranquilidad y comodidad. Tiene una estructura abierta, organizada alrededor de una plaza central: disponen de cabañas cuádruples, casas, 13 habitaciones y la suite con vista lateral al cerro. Está construida con materiales tradicionales de la zona: piedra, adobe, paja, cañas y maderas canteadas a mano. El hotel cuenta con un spa y, por supuesto, el restaurante de La Comarca, con una fusión de platos regionales y cocina moderna e internacional: desde las clásicas empanadas y humitas en chalas hasta carpaccio de llama y truchas de las lagunas de Yala.