A un paso de Buenos Aires: Castillos de película 

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El siglo XIX al alcance de la mano, con una historia munida de sinos trágicos. Cercanos a CABA, dos predios de cuentos de hadas, propicios para locaciones, paseos o fiestas familiares. Ideales para adentrarse en su paz, en sus leyendas y, de paso, disfrutar del sol y un riquísimo asado.

Un imponente liquidámbar, uno de tantos en esos pacíficos prados, está enhiesto, radiante, voluptuoso, con sus hojas rojizas-anaranjadas tan típicas de esta época, que se muestran brillantes, a punto de caer y transformar ese césped virtuoso en una manta colorida. Más allá, sóforas péndulas que exhiben sus copas cansinas, imponentes. En otro rincón, se entremezclan alcanfores que exponen con admiración secreta sus orígenes chinos. Y en el corazón de ambos jardines, entre otras especies bellísimas, algunos cedros del Líbano, con su magnipresencia y sus siglos de longevidad, como si estuvieran en sus originales montañas de la cuenca del Mediterráneo Oriental, y no en el corazón de la provincia de Buenos Aires.

Esta recorrida arbórea que proponemos es una de tantas características en común de ambas estancias que contienen sendos castillos enmarcados en jardines de exorbitante belleza. En la estancia San Carlos se encuentra uno de ellos, construcción del siglo XIX, cobijado por la frondosa arboleda, a solo 80 km de CABA, en Domselaar, municipio de San Vicente. En la estancia La Raquel, en el partido de Castelli, está ese otro castillo de color rojizo, que se asoma desde un campo precioso y se admira desde la RN 2.

El origen de ambos predios y su presente es común: los lazos íntimos con la familia Guerrero y la trágica historia de Felicitas… Así se abren al público sus historias, su pasado salpicado de drama, su atrayente estilo francés y su presente de turismo, gastronomía y confort.

El recuerdo de la trágica historia de Felicitas Guerrero está presente en el castillo La Raquel, ubicado en la localidad de Castelli, sobre la Ruta Nacional 2.

FELICITAS

Uno de los prestigiosos poetas del romanticismo argentino del siglo XIX, Carlos Guido y Spano, calificó a Felicia Antonia Guadalupe Guerrero Cueto como “la mujer más hermosa de la República”. Le decían Felicitas para diferenciarla de su madre, Felicia Cueto y Montes de Oca.

Su padre, Carlos José Guerrero y Reissig, nació en Málaga en 1818 y de adolescente viajó a América para formar su propia flota naviera. Tuvieron once hijos: Felicitas y Manuel, los primogénitos. Se integraron a la oligarquía y entablaron amistad con los Álzaga Unzué. Cuando aún era una niña, a los 15, aunque ya tenía sus pretendientes predilectos –por caso, Enrique Ocampo–, sus padres le procuraron un novio, el hacendado Martín Gregorio de Álzaga Pérez, 32 años mayor que ella. Se casaron y tuvieron un primer hijo, Félix Francisco, que murió a los tres años de fiebre amarilla. El segundo hijo, Martín, falleció a las pocas horas. Álzaga no lo soportó y murió a los seis días: le dejó una inmensa fortuna a Felicitas y a una familia paralela, que concibió con María Camino, con la que tuvo cuatro hijos. 

A sus 24, Felicitas se recuperó, frecuentó los más exclusivos ámbitos porteños, fue admirada por su belleza, modales refinados e instrucción. Ocampo volvió a la carga: ella lo rechazó y con el tiempo entabló una relación con Samuel Sáenz Valiente, otro hacendado, dueño de una estancia vecina. Ocampo no admitió un nuevo fracaso y la fue a buscar a la quinta que la familia Guerrero tenía en Barracas. Discutieron, le disparó dos veces: ella murió a la mañana siguiente. También hirió a un hermano, Cristian, quien en el forcejeo le disparó a Ocampo, que a su vez falleció a las pocas horas. Aunque su muerte se caratuló “suicido”. El arma fue ocultada por años. 

De inmediato, Carlos Guerrero, su esposa y la familia, por el dolor, decidieron dejar la ciudad. Adquirieron las estancias San Carlos y La Raquel. En la primera, más cercana a la ciudad, erigieron el Castillo Domselaar, donde él fallece en 1896 y ella en 1906. 

Cuando ingresan al interior del castillo Domselaar, los visitantes se maravillan con la extensa biblioteca y sus antigüedades.

EN DOMSELAAR

Originalmente se trataba de la estancia Santa Isabel, perteneciente a Jorge McFarquhar. Guerrero hizo construir la llamativa casona de cuatro pisos en el predio, que pasó a llamarse San Carlos. Tras un siglo y medio, muestra ese frente de tono amarillo pastel y contiene una historia que en muchas ocasiones es contada por los propios herederos. 

Un largo camino de tierra surca el generoso parque hasta que de repente se observan esos amplísimos balcones, irregulares y muy llamativos bajo increíbles techos a la mansarda, sostenidos por columnas que le dan marco al imponente edificio, con una buhardilla en el techo. En su interior, 24 habitaciones muy amplias, bien amobladas, con accesorios originales. Las salas se mantienen en excelente estado de conservación merced a que son permanentemente refaccionadas. Una de las maravillas que se muestra es su sótano en altura. También sus pisos ingleses en perfecto estado y una escalera aérea deslumbrante.

Es realmente imponente llegar a ese casco luego de transitar la RP 210 y arribar a Domselaar, una localidad atravesada por las rutas que llevaban a la denominada Tablada Vieja, el paraje donde se concentraba el ganado para su inspección y posterior remisión a los saladeros del Riachuelo. Por allí transitaba el Ferrocarril General Roca, inaugurado en 1865 bajo la disposición de la empresa británica Buenos Aires Great Southern Railway. No es un dato menor: facilitó la construcción del castillo, menos de una década después.

Por sus entrañas deambuló lo más selecto de la oligarquía argentina: con el tiempo, remodelada y tan coqueta como en sus orígenes, la estancia se convirtió en un centro turístico que refleja historias en sus paredes, escaleras, ventanales, balcones, cortinados, barandas de madera, techos con molduras, columnas imponentes y una colosal biblioteca con ediciones antiguas de obras clásicas, una colección de grabados de Giovanni Piranesi y otros cuadros de todos los tiempos, del mismo modo que obras de arte y muchas reliquias.

También sus colosales espejos, arañas majestuosas, ventanales con vitraux, muebles del 1700, un sillón del 1800 del antiguo Teatro Colón, sillas inglesas y un comedor con la mesa, siempre servida con un juego de losa británica que usaban los primeros integrantes de la familia. Y la esencia de la elegancia y el lujo de la época en un detalle: ollas de cobre de más de 140 años. 

Claro, se muestran objetos históricos, como el auténtico batón chino de más de 150 años que le regaló Martín de Álzaga a Felicitas. Y también se expone el revólver lefuser de la policía montada de 1856, con que se frustró su vida trazada por tragedias e historias de amor. 

Turistas recorriendo los jardines de La Raquel, diseñados por Frederic Forkel.

EN CASTELLI

La RN 2 ofrece una tupida arboleda hacia el oeste en el km 168. De pronto, un claro, un parque de 80 hectáreas, rabiosamente verde, de ensueño, enmarca una vista salida de un cuadro pintado hace solo unos minutos. En el horizonte, un castillo de color salmón extraído de un cuento de hadas, con grandes ventanales y una gran torre en el centro. En pleno partido de Castelli, una construcción del 1894, clásico estilo francés, en medio de un parque pensado por Frederic Forkel. Es la estancia La Raquel: un sobrino de Felicitas decidió homenajear de ese modo a su esposa, Raquel Cárdenas. Su padre, Manuel Guerrero, había recibido unas 40.000 hectáreas, afectadas a la producción de leche en la Cuenca del Salado. Generaba unos 18 mil litros diarios, con técnicas de avanzada, que se despachaban por tren a Buenos Aires desde la Estación Guerrero. En el corazón de ese predio se concibió la estancia. 

A mitad del siglo pasado, una gran inundación en la zona provocó que el casco central permaneciera aislado y la casa se cerrara por un tiempo. Inevitable, el deterioro edilicio. A mediados de los 70, otra hija de Manuel, Valeria, y su marido, Juan Pablo Russo, crearon la fundación que hoy se muestra “comprometida con el desarrollo de la cultura, actividades solidarias y producción agrícola sostenible”. Cecilia, bisnieta de Felicitas, prácticamente fue criada en torno al castillo: la familia Guerrero reacondicionó las instalaciones de la antigua casona para convertirla en un museo, junto a la estación, el almacén y la planta de lácteos. Generaron también una huerta orgánica, a la vez que diversas actividades culturales como conciertos, eventos sociales y empresariales, que suelen ser capitalizados para obras de conservación del predio y también en acciones sociales.

Exhiben con orgullo un programa de producción en hidroponía, método alternativo para cultivar plantas, innovador, que se desarrolla mediante la disolución de minerales en agua, en reemplazo de la tierra, como en la agricultura tradicional. Así generan variedades de alta calidad de lechuga, cilantro, ciboulette, tomate, pimiento, kale, espinaca, acelga, cebolla de verdeo, frutilla, mostaza, berro y pepino. Al tiempo, se realizan acciones como colaborar con el equipamiento integral de alta complejidad del Servicio de Neonatología del Hospital de Castelli, o el mantenimiento de la denominada “Casita del Niño”. 

El castillo fue construido a principios del 1900 y tuvo diversas intervenciones. Sus referentes destacan que en los 40 fue fundamental Jorge Bunge. Pensada como casa de verano, lograron generar amplios corredores de ventilación. El color tan particular de su exterior, tono terracota pastel, es mantenido con fidelidad. También su mobiliario original, suntuoso y elegante, aun cuando tenga antecedentes y orígenes diversos. Las columnas y torres afiladas le otorgan un aspecto principesco al casco, que cuenta con media docena de habitaciones en suite, puestas en valor, así como la casa de huéspedes, producto de una restauración llevada a cabo de manera meticulosa para respetar la historia, el pasado y también el presente. 

Y cómo no, sus nutridos jardines que mantienen el grado de naturalidad, con el toque agreste imprescindible para convertirlo en un lugar espléndido para serenas caminatas.

Así, los visitantes pueden darse un baño del siglo XIX en uno y otro castillo, que ofrecen la locación para producciones de todo tipo, como books de 15 años o de bodas, producciones, workshops y distintos eventos. Además, las visitas incluyen paseos y visitas nocturnas, una experiencia diferente que incluye cenas, accesos al jardín y show de música y luces. 

En ambos sitios se percibe el relato de la particular vida de Felicitas Guerrero y su increíble historia de amor. De película. 

LISTOS… ¡ACCIÓN! 

En la estancia San Carlos y su castillo se realizaron múltiples proyecciones. Por caso, Crónica de una fuga (Adrián Caetano, 2005, con Rodrigo de la Serna y Pablo Echarri), que cuenta una historia trágica de la dictadura; o Cornelia frente al espejo (Daniel Rosenfeld, 2012, con Eugenia Capizzano y Leonardo Sbaraglia). Las vistas aéreas de El cuento de las comadrejas (Juan José Campanella, 2021, con Graciela Borges, Oscar Martínez y Luis Brandoni) son inigualables y también sus interiores. El jardín de bronce (Adrián Suar, 2017, con Joaquín Furriel, Julieta Zylberberg, Gerardo Romano), de igual modo, capitaliza la belleza interna y externa. Claro que también fue excelente locación de algún capítulo de la serie Tierra incógnita (el 2, “La Calesita”) o de videoclips, como uno de Lali Espósito (“Del otro lado”, 2015), otro de Miranda! (“Puro talento”, 2013) o de Cazzu (“Brujería”, 2019).

También las tranqueras de La Raquel fueron traspasadas por las cámaras. Por ejemplo, le dio marco al programa de Susana Giménez, quien allí hizo la primera emisión del ciclo de 1996 junto a Julio Bocca; y fue locación de la película El Ratón Pérez 2, al mismo tiempo que fue escenario de múltiples capítulos de programas, videoclips y publicidades.