Recostada sobre el Río de la Plata, hermana en historias y complicidades, la capital uruguaya está siempre a mano para una escapada con la promesa de un tiempo amable con ritmos y sabores propios, caminatas culturales y la calidez de su gente.
Pública y generosa, con 25 kilómetros de largo, algunos guías aseguran que es el paseo costero urbano más largo del mundo. Dicho así, parece un récord propio del folklore brasileño más que de la idiosincrasia uruguaya, pero nadie duda de que la Rambla de Montevideo es desde 1935 un símbolo de la ciudad, punto de encuentro, vía para el ordenamiento paisajístico y expresión cabal de los valores uruguayos, a tal punto que la Unesco estudia un pedido para declararla Patrimonio Histórico Mundial. Y haría muy bien en disponerlo.
La vida entera pasa por allí y cualquiera puede meterse en la trama de esa película urbana. Los fines de semana, la Rambla es el gran patio de recreo de la ciudad, pero todos los días tiene actividad y es un lugar seguro para el visitante, ideal para una parada contemplativa frente a ese río calmo que parece un mar. Con una superficie de 200 kilómetros cuadrados y una población que desde hace 20 años ronda en torno a los 1,5 millones de habitantes, tal vez el gesto apacible de los montevideanos se explique en ese horizonte siempre disponible donde el agua se junta con el cielo.
Al frente, a unos 200 kilómetros en línea recta, está la ciudad de Buenos Aires.
Aún se debate si es verdad que el arquitecto italiano Mario Palanti quiso unir ambas capitales con los haces de luz de dos majestuosos edificios que diseñó a ambos lados del Río de la Plata. En 1923, en Buenos Aires, había firmado los planos del magnífico Palacio Barolo, al que le puso un faro en la cúpula, y lo mismo hizo cinco años después en la plaza principal de Montevideo con el Palacio Salvo, el rascacielos histórico más bello de la ciudad.
Mito o realidad, lo cierto es que el puente de luz nunca se concretó, entre otras razones, porque la curvatura de la Tierra lo habría impedido y porque no había en 1928 –ni tampoco hoy– tecnología láser capaz de atravesar más de cien kilómetros de oscuridad. Pero la anécdota es simpática y está presente en todos los city tours.
PUNTO DE PARTIDA
Al pararse uno en el centro de la plaza Independencia, el Palacio Salvo deslumbra por los ribetes de su torre art déco. Fue hotel, casino y también teatro. Ahora tiene una confitería en el último piso y alberga básicamente oficinas en sus 370 departamentos, muchos de los cuales se alquilan al turismo.
En un golpe de vista también se destacan el Palacio Estévez, clásico, con frontón triangular y pórtico de columnas, donde hay un museo dedicado a los presidentes constitucionales (de acceso gratuito) y en cuyo balcón del primer piso brindan su mensaje al pueblo los presidentes electos que asumen cada cinco años; la espejada Torre Ejecutiva, actual sede de gobierno; y el Edificio Ciudadela, de 1958, moderno monoblock de 23 pisos de líneas claras y simples, diseño de Raúl Sichero Bouret, autor también de varios edificios igualmente armoniosos en la Rambla de Pocitos.
No sería la plaza principal de la ciudad sin el mausoleo del general José Gervasio Artigas y la estatua ecuestre del Libertador, de 1923, que derriba otro mito. Supuestamente, las patas de los caballos indican si el jinete murió combatiendo (dos patas en el aire), por las heridas sufridas en batalla (una pata en alto) o por causas naturales (cuatro patas en el suelo). Tal vez para mostrarlo más aguerrido, el artista italiano Angelo Zanelli montó al prócer sobre un caballo con la pata delantera en alto pese a que el héroe oriental murió en Asunción del Paraguay a los 86 años. Es apenas un detalle menor del imponente monumento de 17 metros de altura que muestra al venerado general vestido con poncho, sosteniendo las riendas con una mano y llevando en la otra los documentos de la Asamblea del Año XIII.
DE PASADO COLONIAL
La plaza Independencia abre la puerta a la Ciudad Vieja, el barrio antiguo donde hoy se concentran bancos, empresas, algunas dependencias públicas y también librerías, galerías de arte, casas de diseño, bodegones populares y barcitos encantadores, además de plazas con buena sombra y algunas pocas iglesias.
La Puerta de la Ciudadela, uno de los monumentos más destacados y de mayor valor histórico, evoca la Montevideo del siglo 18 cuando los españoles la convirtieron en una fortaleza militar protegida por una muralla. Quedan algunos vestigios de aquellos muros de piedra que primero perforaron los ingleses y luego se tiraron abajo para darle lugar a la ciudad actual.
Perfectamente se puede recorrer por cuenta propia, pero es una buena idea sumarse a algún free walking tour (recorridas gratuitas a pie, con colaboración a voluntad), que salen todos los días desde la Puerta de la Ciudadela. Además de seleccionar muy buenos puntos de interés, los guías aportan una mirada fresca sobre la cultura, las costumbres y creencias de la comunidad uruguaya.
Una parada obligada es el Teatro Solís, cuya construcción llevó más de 14 años y fue inaugurado en 1856. De fachada neoclásica y auditorio de corte lírico, con platea y cuatro anillos en altura, la sala mayor con capacidad para 1200 personas es la más antigua del país. Desde que reabrió en 2004, luego de un incendio ocurrido en 1998 que obligó a importantes reformas, “el Solís” ofrece exposiciones y programación variada en sus distintas salas y también en la explanada, sobre la calle Buenos Aires 652, donde son frecuentes las performances que apelan al público. Apenas se llega a la ciudad, es recomendable buscar la programación y disponer de alguna noche para las artes escénicas.
Sede de la Comedia Nacional Uruguaya y de la Orquesta Filarmónica, el Teatro Solís se abre a producciones independientes y elencos internacionales de calidad. Los precios son accesibles y algunos espectáculos son gratuitos. Hay visitas guiadas todas las tardes y bien vale tomar un refresco o una infusión en el café Allegro, junto al lobby.
No sería la plaza principal de la ciudad sin el mausoleo del general José Gervasio Artigas y la estatua ecuestre del Libertador.
Por la peatonal Sarandí se va derechito al casco viejo. La Plaza Matriz está ornamentada con una fuente de mármol que evoca los principales hitos históricos del país, y que se puso en funcionamiento en 1871 para celebrar la primera red de provisión de agua potable. Como toda plaza diseñada por la colonia española, hacia allí miran el Cabildo y la iglesia mayor.
La peatonal Pérez Castellanos es otra referencia para anotar en busca de cafecitos ricos, librerías al paso y mesitas para el vermú.
Un buen destino final para la caminata puede ser el Mercado del Puerto, abierto de lunes a domingos con puestos que ofrecen “la mejor carne del Uruguay” y locales rebosantes de recuerdos para llevar, desde mates, bombillas y yerba uruguaya hasta frascos de dulce de leche y botellas de “Medio y Medio”, un vino típico de Montevideo que surge de mezclar medidas de espumante con vino blanco dulce por partes iguales, o vino tinto con rosado, que antes solo se tomaba en bares y ahora también se ofrece envasado para cargar en la maleta.
PARA MIRARTE MEJOR
De doble mano y tres kilómetros de extensión, la avenida 18 de Julio marca el pulso comercial de la ciudad. Nace en la plaza Independencia hacia el lado opuesto a la Ciudad Vieja (en dirección al barrio de Tres Cruces, donde está la Terminal de Buses) y en su traza conviene ir mirando hacia arriba para descubrir algunas joyas arquitectónicas en art déco.
La plaza Cagancha tiene bares que ofrecen “chivito”, el sándwich de carne típico montevideano, y al caer la tarde se arman patios de tango y milonga. Muy cerca, en la esquina de la avenida con la calle Yi, está la Fuente de los Candados, donde miles de parejas sellaron sus promesas de amor y tiraron la llave al agua.
Otro edificio donde hay que parar es el de la Intendencia, para subir al Mirador Panorámico y llevarse la mejor vista de la ciudad. Está en el piso 22, casi a 80 metros de altura, y en la cima tiene un bar con comida casera, wifi, tienda de regalos y paraguas por si llueve. De día, de noche, con sol o con cielo encapotado, la panorámica en 360° vale la pena siempre. También posee un museo de fotografías antiguas de la ciudad para no dejar pasar. El acceso es gratuito, por la calle lateral, todos los días de 10 a 20.
En el camino está el Museo de Historia del Arte, didáctico como pocos, que exhibe piezas originales y réplicas de distintas culturas del mundo. Gratuito también.
Si es domingo, hay que llegar por la avenida hasta la calle Tristán Narvaja para perderse en la feria y comprobar que todas las cosas tienen una segunda oportunidad. Son diez manzanas de ropa, alimentos, vajilla, libros, discos y todo lo que a uno se le pueda ocurrir.
PUERTO Y DESTINO
En bus, en bicicleta, auto propio o remís, la Rambla, con la línea de edificios recortando el cielo, es el corredor más ágil para ir de una punta de la ciudad a la otra. Allí palpita la vida, con el río como testigo.
Mujeres en calzas y zapatillas aprovechan la marcha para ponerse al día, un grupo de ciclistas pasa como una ráfaga cortando el viento en la zona del puerto. Un señor pasea a sus perritos con una correa en cada mano, dos chicas caminan sin apuro compartiendo el mate, las familias jóvenes llevan el triciclo y la bici para que practiquen los chicos.
En los bancos de madera del centro una pareja feliz sella la conversación con un beso. En la zona de playas de arena hay redes de vóley y se arman los picaditos de fútbol. El morro del Parque Rodó se adivina por el enjambre de reposeras. Cerca del faro de Pocitos aparecen los monopatines eléctricos y los pibes en skate. Rumbo a un bar de la playa de Carrasco va un grupo que parece recién salido del secundario, cada uno con su propio termo bajo el brazo.
Montevideo y su Rambla, puerto y destino. De una punta a la otra, Uruguay en estado puro.
RICO Y SALUDABLE
En el primer piso de la Intendencia de Montevideo (Av. 18 de Julio 1360) funciona la primera Cantina Saludable de la ciudad, habilitada para cuidar los hábitos alimentarios del personal, pero abierta también al público. De lunes a viernes, de 9 a 16, ofrece a buen precio desayunos, almuerzo y meriendas, elaborados por cooperativas integradas por personas con discapacidad. El gerenciamiento comercial es de mujeres emprendedoras. La iniciativa fue distinguida por la Red de Ciudades Saludables, que apoya la Fundación Bloomberg, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y Vital Strategies.