Al mismo tiempo, está y no está. En escena, su ser completo en juego y, a la vez, la ausencia de lo cotidiano, de la persona que fue un ratito antes y la que será un ratito después. Un universo del que entra y sale permanentemente, donde encontró respuestas a preguntas que no había llegado a formular y donde aparecen nuevos interrogantes que la mantienen en movimiento. Desde que entró en contacto con esta forma de vivir, Lorena Vega se puso entera a disposición de su arte/oficio. Todo en ella es una máquina narrativa, que se despliega fundamentalmente en teatro y que, en los últimos años, alcanzó masividad gracias a las plataformas de streaming.
La popularidad obtenida por sus interpretaciones en El fin del amor, En el barro y, sobre todo, Envidiosa (que este mes estrena su tercera temporada) está cimentada en una base sólida construida a fuerza de empuje en el teatro independiente. Todoterreno, es actriz, directora, gestora, productora, autora y lo que haga falta para que un proyecto tome forma y adquiera entidad. Esta entrevista sucede en uno de los pocos días en los que no tiene función con alguna de las siete obras en las que trabaja. “Así es mi tipo de vida, es una decisión, un ritmo personal, y también una necesidad, porque para poder sobrevivir hay que hacer muchas cosas. También siento que estoy en una etapa abundante, nutritiva, de cruces y coincidencia de varios laburos que hablan de un momento. Me tocó una época de cosecha, luego de un trabajo de muchos años. El trabajo freelance, la gestión independiente, implica tener un motor encendido: siempre estoy buscando material, escribiendo, haciendo reuniones para armar algún proyecto”, cuenta.
- ¿Cuál es para vos esa cosecha actual?
Un reconocimiento, quizá. Creo que viene desde antes, del trabajo con las piezas teatrales. Lo que tiene el trabajo en las plataformas es que el impulso es más masivo. Yo ya sentía un lindo reconocimiento del público y también de mis compañeros, mis compañeras o de referentes de nuestro laburo, de personas importantes a las que admiro, colegas. Estaba muy contenta con la resonancia que tenía mi trabajo en términos de encuentro, de alegría, de intercambio. Una trabaja por cosas muy íntimas que necesita hacer, por una relación muy íntima con el deseo o con el amor por la disciplina. Es independiente de la valoración del afuera, aunque, al mismo tiempo, esa valoración es un gran impulso para hacer, para seguir, para confiar. La cosecha sería esa: que mi trabajo hoy está estimado por un arco grande de público.
La actuación asomó en la escuela, aunque atendió tímidamente el llamado, solo para cumplir con consignas, sin pensar todavía que allí había un lugar que pudiera cobijarla. Primero fue la voz, en un acto en el que interpretó a una conductora de radio. “Tenés que ser locutora”, le dijeron, y ella sonrió, guardó los elogios en algún rincón, pero no se sintió impulsada a activar algo en consecuencia. Luego, fue azafata en otra presentación escolar y, así como ahora la señalan en la calle como “la psicóloga” por su personaje en Envidiosa, aquella aeromoza le quedó como mote durante un tiempo. A los quince y, en principio, para acompañar a una amiga, entró por primera vez a una clase de teatro. “Yo quería hacer algo de danza, pero ella me dijo ‘Vamos a teatro’, así que ahí fui, con el interés mínimo de ocupar el tiempo. Y ya ese primer día entré en otra galaxia. Nos dieron una consigna y fue como si mi cabeza ya no estuviera más. Todo mi día previo, las miles de cosas en las que estaba pensando, se fueron, porque yo ya estaba en otro lugar. Fue espectacular. Cuando terminó la clase, sentí que me devolvieron a mi mundo, como si hubiera estado en una cápsula que mandaron al espacio y de repente prendieran la luz y ya estaba de vuelta. Me sigue pasando eso cuando actúo”, confiesa.
- La adolescencia es una época medio caótica, ¿te encauzó de alguna manera la actuación? ¿Te dio un espacio seguro?
Sí, yo lo registro como la primera vez que algo me entusiasmó. Yo era de juntarme con mis amigos, ir a bailar y a recitales. En un momento, algo donde puse todas mis pilas fue un programa de televisión clandestino que hacíamos en señales del conurbano. Un programa de TV que era como un magazine cultural que hacíamos entre estudiantes de distintas carreras. Yo estudiaba Comunicación y era la conductora y productora del programa. Lo hacíamos en VHS. Era un proyecto de gestión independiente, propia, yo tenía 17 años y aprendí un montón. Pienso que tiene que ver con algún olfato y sentido de la supervivencia, pero también crecí viendo que mi papá tenía su propio taller y era un tipo independiente que trataba de sacar su pyme adelante; y mi mamá era modista, hacía ropa en casa y trataba de salir adelante con su propia producción. Ahí estaban esos modelos.
- ¿Te acordás si tenías alguna idea de la actriz que querías ser más adelante? ¿De qué espacios ocuparías?
Cuando empecé, siempre me importó hacer algo especial, teatral, donde hubiese un lenguaje particular, donde las puestas fuesen singulares. Pensaba en la actuación, pero también mucho en el resto. En el arranque fui parte de tres grupos distintos que duraron muchos años, entonces me importaba mucho la grupalidad y que el grupo tuviera una identidad. Tratábamos de conseguir videos de grupos de afuera que eran referentes, mirar sus obras y pensar, buscar sistemas escénicos que fueran particulares. Para eso entrenábamos danza, para tener el cuerpo preparado para hacer el despliegue que hubiera que hacer. Yo creo que lo que puedo hacer hoy físicamente, que no tengo ni el mismo físico, ni la misma resistencia ni nada, es por lo que entrené en aquella época, por la huella que me dejó aquella etapa. Después, miraba mucho, tenía mis referentes, desde las grandes estrellas de Hollywood hasta algunas del cine europeo, y actrices o actores cómicos, del clown: Chaplin, Buster Keaton, Jerry Lewis, las duplas o los tríos humorísticos. Me gustaban desde Sonia Braga hasta Gina Rowlands e Isabelle Huppert.
- Desde la adolescencia ya tenías una idea más de la actriz laburante que de la actriz estrella, ¿no?
Sí, es que de Gina Rowlands, por ejemplo, me gustaba que era la actriz de un grupo de gente que hacía sus propias películas, que buscaba su propio lenguaje, su propia propuesta. Eso siempre me interesó. No quiere decir que anule otras pruebas, otras posibilidades, probar en otra cancha, ponerme a disposición del proyecto de otro para ver, porque eso también te desafía y te hace pelar algo que por ahí no sabés que podés hacer. Yo no estoy cerrada a ningún tipo de proyecto, pero siempre me gustó generar lo propio y también siempre pensé que, si me quedaba esperando a que me llamaran, no iba a laburar nunca. Generar lo propio fue y es un poco por necesidad de laburo, pero un poco por inquietud, por mi propia búsqueda poética, mi ser artista. Por mi desarrollo personal como creadora.
- A veces se mencionan como opuestas la figura del artista de lo que significa un laburante…
Sí, y a mí no me parece que tengan que estar separadas, para nada. Cada quien lo hace a su modo, y eso es lo rico de la creación. No hay método, porque cuando creés que tenés un método, fracasa. Lo lindo es el camino personal y las vueltas que hay, cómo cada quien llega a hacer algo. Por eso me parece que la actuación es infinita. Es fascinante, porque siempre es distinta y depende de la vida de esa persona, de las necesidades que tenga en ese momento, las inquietudes, con quién se cruzó. Trabajás con tu cuerpo físico, con tu cuerpo emocional, con tu experiencia, con lo que sabés y con lo que desconocés. Eso es lo interesante para actuar. Nunca se sabe dónde la cosa va a funcionar. Ese misterio está bueno.
«LA ACTUACIÓN ES UNA TAREA QUE TE PIDE DEJAR EL EGO, VACIARTE E IR DESPOJADO».
Actualmente, Lorena dirige dos obras, Civilización y Precoz; y actúa en otras cuatro: Yo, Encarnación Ezcurra, La vida extraordinaria, Las cautivas e Imprenteros. En la última también dirige y es un trabajo que considera medular en su carrera, un parteaguas que toca diversas fibras: además de dirigir y actuar, es autora de la obra, que aborda su propia historia familiar, lleva en el título el oficio de su padre (y heredado por uno de sus hermanos) y derivó en otros formatos que la completan, como un libro y un documental del mismo nombre. Como si fuera poco, su voz lleva adelante el relato que hila las distintas canciones de Novela, el más reciente disco de Fito Páez.
- Solés recomendar la actuación como una actividad para todo el mundo, ¿por qué?
Porque es una tarea que te pide dejar el ego, vaciarte e ir despojado. La escena es brutalmente honesta, queda muy expuesto lo que te sucede. Es un espacio donde todo lo que parece que en la vida real está mal, está bien. Equivocarse, recibir el accidente como algo positivo, el error como parte del relato, el equívoco como el alimento para la narración, el conflicto como lo mejor que te puede pasar. Pero, para eso, hay que estar muy permeable, hay que estar blando, no hay que ir a imponer lo propio, sino a encontrarse con el otro. Y esa experiencia cambia mucho, da la oportunidad de mirar las cosas de otro modo. Se pueden entender muchas otras cosas. Por eso también pienso que el mundo del arte es tan atacado, porque tiene mucho poder, porque puede llegar al corazón, porque se sale de la norma. Y eso me parece que hace una entrada diferente en la percepción.
NUEVA ETAPA
Imprenteros es una obra que estrenó en 2018, y la mayoría de sus trabajos teatrales ya llevan también más de tres temporadas. Lorena empieza, después de un tiempo, a sentir la necesidad de iniciar algo diferente: “Estoy muy orgullosa de las obras a las que pertenezco, son buenas fiestas teatrales. Pero también siento, quizás porque cumplí 50 años, que hay una especie de arco, de ciclo, que algo hace una curva. Estoy en el medio de ese meollo y de ese análisis, entonces no sé si puedo decir mucho más que esto, pero hay una sensación de etapa que se completa. Empiezo a sentir que tengo que hacer una obra nueva”, confiesa.
