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Mercedes Morán: “Si no siento que corro riesgos, no me interesa”

Es una de las grandes actrices del país. Protagonista de series y películas inolvidables, busca desafíos y elude apelar al oficio, a lo ya conocido, para resolverlos. Vuelve al teatro luego de siete años.

Fotos: Alejandra López.

Estilismo: Julieta López Acosta / Octavio Ferreiro.

De niña, no podía evitar mirar a su alrededor y detenerse en una persona sentada en un café o en otra que caminaba por la calle. Observaba como intentando desentrañar qué historia habitaba dentro de aquel cuerpo, cuáles habían sido los pasos necesarios para que alguien adquiriera una u otra expresión, para que se moviera como se movía, para que transitara el mundo de un modo singular y, a la vez, repetido por tantos otros. “No mires así”, la reprendía su madre, pero era más fuerte que ella. No se trataba de simple curiosidad, sino de una fascinación. Mercedes Morán miraba como actriz desde mucho antes de saber que quería ser una, y esa visión propia se convirtió en una herramienta esencial para componer personajes.

La mirada ajena también estuvo presente desde siempre, a veces como una carga, otras como una compañía. Nacida y criada en una ciudad chica de provincia (Concarán, San Luis), sintió el peso de esa mirada como una vigilancia, sobre todo hacia lo femenino. Su vida en una ciudad como Buenos Aires diluyó esa sensación, que de todos modos y cada tanto se hace presente nuevamente: “A las mujeres nos exigen buenos modales hasta para hacer una revolución”, grafica.

Cuando, casi de casualidad, se encontró con la actuación, obtuvo las herramientas para calibrar tanto la mirada externa como la propia y volcarlas a favor de un desarrollo personal y profesional. La actriz que supo construir, protagonista de series y películas diversas y convocantes, volverá este mes a subirse a un escenario, una experiencia que no repetía desde que terminó su unipersonal Ay, amor divino en 2017.

En el Paseo La Plaza, junto a Imanol Arias y bajo la dirección de Claudio Tolcachir, llevará adelante cada noche Mejor no decirlo, escrita por la francesa Salomé Lelouch. “Estoy muy entusiasmada. Es mi primera experiencia de teatro pospandemia. Siento como que estoy debutando. A esta altura de mi vida, siete años es mucho tiempo. Me gusta esta idea de sentirme estrenando algo nuevo, con todos los miedos, porque la supertranquilidad me da un poco de desconfianza. Siempre creo que el termómetro es esta cosita que siento en el estómago, que me lleva a preguntarme ‘¿Me saldrá? ¿Podré? ¿Me acordaré?’”.

  • El ejercicio y el oficio los tenés de sobra…

Sí, pero yo nunca apelo al oficio. Me parece que está lleno de trampas. Eso que supuestamente te da la experiencia, el saber cómo se hacen las cosas, es engañoso. Si yo no siento que estoy haciendo algo por primera vez, que estoy corriendo riesgos y me pongo a prueba para expresar una parte que no ha sido expresada, entonces no me interesa. Claro que todo eso conlleva nerviosismo, miedo, dudas. Me parece que son portadores de buenas cosas y hay que atravesarlos.

  • ¿Es tortuoso atravesarlos?

Cero. Si fuera tortuoso, me iría a la mierda. Está muy lejos del padecimiento, pero también muy lejos de la tranquilidad y el cancherismo. El primer gran desafío es esta cosa loca y fascinante que tiene la actuación, que es poder construir un vínculo con un actor y hacer creíble que este matrimonio es un matrimonio, mientras, al mismo tiempo, nos estamos conociendo como personas. El teatro, en ese sentido, es un poco más amable que el cine, porque hay un tiempo de ensayo donde las cosas van floreciendo y se van probando. En cine, eso puede no suceder. Cuando fui a Chile a hacer Neruda, por ejemplo, yo nunca había trabajado con Pablo Larraín, el director, ni con Luis Gnecco. Llegué y ya era la mujer de Neruda, sin ensayo. Es un salto al vacío, un acto de fe. Es como cuando sos chico, que comenzás a jugar y listo, no hay tiempo de preparación: vos sos un indio, yo un sheriff, te escapás y te persigo… Es fascinante, es divertido. Y es maravilloso. Estoy agradecida a la vida de poder vivir de este trabajo que amo tanto y que me salva tanto.

  • ¿Por qué pasó tanto tiempo desde tu anterior trabajo en teatro?

Tengo la fortuna de poder ir eligiendo, aunque a veces los compromisos también me van marcando la agenda. Yo no hago dos cosas al mismo tiempo, no tengo esa capacidad. El último espectáculo que hice fue mi unipersonal, que lo escribí con la idea de tener algo que me permitiera bajar y subir del escenario, combinando el teatro con unas propuestas interesantes que me llegaban de cine. Quería no tener detrás de mí el compromiso de un elenco y una cosa más compleja. Fue así durante bastante tiempo, hasta que finalmente decidí que el espectáculo terminara, porque los vencimientos con este tipo de textos son muy personales. Después se fueron acumulando películas y series. Hace un tiempo me empezaron a venir las ganas de hacer teatro, porque es algo tan diferente a todo, tan único… Logré parar con las otras cosas y apareció este material. Por un rato largo me voy a dedicar solamente al teatro.

  • ¿Qué es lo que hace único al teatro para vos?

Si bien una siempre da vida a un personaje y trata de creer en esa realidad imaginaria, el lugar donde se construye todo este juego en teatro y en cine es bien diferente. El rol del director es distinto, mi rol como actriz también. El grado de responsabilidad es diferente. En el teatro estás en vivo todas las noches en esta ceremonia que se construye con el público, y todo lo que sucede afecta a lo que se está haciendo. En el cine estás separada de eso. Está mediatizado, hay un director, un equipo, después un trabajo de edición, una posibilidad de repetir, de retomar. La equivocación se administra de otra manera. Este salto al vacío que implica el teatro tiene un nivel de adrenalina y de nutrición bien distinto al que te ofrece el cine.

“A las mujeres nos exigen buenos modales hasta para hacer una revolución”.

  • Se genera una ceremonia, como decís. Es como un oasis en medio del acelere actual. Ahora algunas personas ven una película o serie pispeando el celular o en velocidad 1.5…

Sí, eso es un delirio. El teatro es de las actividades artísticas que todavía nos obligan a detenernos, a convocar, a tener un horario. No hay un continuado como en las plataformas. Hay una cita, un acuerdo, un convenio que se establece con la gente. Todos vamos a creer en esta realidad que vamos a construir. Tiene el poder de los ritos, esos hechos muy alucinantes donde, de golpe, el tiempo desaparece, es otro. Esta posibilidad de volver a sumergirme todas las noches en un escenario en ese tiempo/destiempo, creer durante una hora y pico en esta realidad sostenidamente es una maravilla. Es un intercambio de energías muy particular. Después de una función de teatro, nadie sale cansado. Salís muy arriba. No te pasa así después de un día de rodaje. Soy actriz porque me gusta, así que lo disfruto.

  • Te gusta, pero no era el plan A…

No, pero a veces con esas cosas que en el momento te parecen una cagada, terminás pensando “Menos mal que me sucedió”. Yo estaba embarazada de mi primera hija, era muy jovencita, tenía 18 años. Quedé bastante perdida cuando la dictadura vació de contenido algunas carreras, como Sociología, que era la que estaba estudiando. Ingresé por curiosidad a un estudio de actuación y ahí se me revelaron muchas cosas. Fue un descubrimiento que un maestro pudiera observar en mí algunas aptitudes que yo desconocía que tenía o a las que no les había dado el valor que podían tener para actuar. Una fascinación que siempre sentí y que perdura es observar el comportamiento humano. El espectáculo de la gente, de poder imaginar qué pasaba por la vida de alguien que caminaba por la calle o que nos tocaba accidentalmente de compañero de viaje en un micro. Estudiar teatro me hizo saber que eso era un instrumento. Y también descubrí que podía ser muchas mujeres y, por lo tanto, tener distintas cabezas y distintas vidas. Sin duda, la actuación me dio mucha más felicidad de la que me podría haber dado la sociología o cualquier otro trabajo.

  • Una vez dijiste que fuiste tantas mujeres como personajes interpretaste, ¿sentís por un ratito que tuviste esas vidas?

Sí, porque a mí me gusta sobre todo interpretar personajes de mujeres que no se parezcan a mí. Entonces, para abordar un personaje tenés que correrte de los prejuicios, del juicio moral al respecto. Tenés que entender por qué hacen lo que hacen. Uno tiene justificación para todas las cosas que realiza en su vida: para ayudar, para matar, para traicionar, para amar o lo que fuera. El meterme en cada uno de esos personajes me hace tener una manera de pensar y de ver las cosas diferente a la mía, unas prioridades distintas, y eso es siempre bueno. A mí me ha servido como persona el ponerme en el lugar de otro, el poder entender al otro no desde un lugar religioso, sino desde un lugar de poder correrme del prejuicio o el juicio. Eso es muy enriquecedor, te ayuda mucho en tus vínculos en la vida poder entender las razones del otro, aunque no las compartas.

  • ¿Qué cosas comparten todas esas mujeres distintas que interpretaste y fuiste?

Todas las mujeres que hemos sido criadas en sistemas patriarcales hemos sufrido lo mismo en términos generales. La mirada sobre las mujeres es densa. Hay un juicio de cómo debemos comportarnos. Debe ser la única revolución a la que se le piden buenos modales. Hoy creo que en el mundo hay un temor muy grande del conservadurismo y de la derecha, que advierten que está cambiando una moral que sostuvieron demasiado tiempo y se resisten. Tratan de tirar para atrás años de luchas y de conquistas, pero no van a poder. Ir hacia adelante es algo orgánico en las personas y en las sociedades. 

Textos

En sus trabajos en teatro, a diferencia de lo que habitualmente le sucede en el cine, Mercedes se involucra con la adaptación de los materiales y es parte del proceso de escritura. Allí, se produce en ella una disociación, e inmersa en el texto, no hay casi presencia de la actriz. Luego, ya en su oficio primario, llega el momento de cuestionarle aspectos a ese mismo texto: “El abordaje desde la actriz es diferente. Cuando ya tenés incorporado el personaje y la manera de pensar, que es un trabajo actoral, esa organicidad a veces se contradice un poco con lo que se escribe sobre la mesa, que no pasa por el cuerpo. Es interesante”.

Agradecimientos

Panorama Store.

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