Cierra los ojos y se esfuerza, pero no consigue recordar algún momento de su vida en el que no estuviera ya tomado por la pasión de subirse a la moto y cruzar de un lado a otro a pura velocidad. Sabe que a sus dos años tuvo una bici de arrastre, e intuye que el modo en que la utilizaba es el motivo por el que sus padres le regalaron, al año siguiente, su primera moto: azul y amarilla, hecha en China, al estilo de las minimotos Polini.
Valentín Perrone, ya con 17, es la gran sorpresa de Moto3, la categoría de menor cilindrada del Mundial de Motociclismo. Luego de un debut accidentado, sus resultados lo llevaron a recalcular objetivos: quiere ganar al menos una carrera, instalarse como elenco estable en el podio y finalizar la temporada en el top 10. El sueño ya cumplido de correr en un Mundial abrió nuevos horizontes (a lo lejos, su gran objetivo es llegar alguna vez al MotoGP, la máxima categoría de este deporte). Solo una vez, este año y con motivo del Gran Premio disputado en Santiago del Estero, pisó suelo argentino. Sin embargo, el chico nacido en Barcelona siempre sintió un arraigo mayor por la celeste y blanca de su padre (Marcelo, quien emigró en 2000) y es la bandera que representa donde sea que compita. “No es una cuestión que haya elegido, simplemente lo sentí así. Siempre me gustaron el mate, los asados, y veía el fútbol de Argentina, los partidos de River. A mi familia siempre le costó pagar las motos, y para nosotros era impensable permitirnos un pasaje en avión a Argentina para mi papá, mi mamá, mi hermana y yo. Fue hermoso poder llevar a mi papá, después de tantos años sin ir a la Argentina, gracias a las motos. Me sentí en casa”, cuenta.
- Fue una experiencia fuerte en lo emocional, ¿cómo la recordás en lo deportivo?
Fue una semana increíble. Estaba mejorando mucho, yendo muy rápido, conseguí ir con el grupo delantero hasta las últimas vueltas en la carrera, lástima la caída por la que debí abandonar. Tuve mucha mala suerte, en las primeras tres carreras me caí y abandoné. No fueron errores míos, pero comenzaron a pesarme.
- ¿Fue difícil la adaptación a la moto nueva?
Sí, sobre todo los primeros días de entrenamiento. Llegué a pensar que a lo mejor esto no era para mí, que me había saltado muchos pasos. Me acuerdo de salir a pista, intentar seguir a algunos pilotos y ver que no podía seguirlos ni dos curvas. Fue bastante duro, pero me sirvió de aprendizaje. Recién en la cuarta carrera, en Catar, pude terminar, y lo hice llorando.
- ¿Por qué?
Empecé la carrera y lo hice bien. Estaba en el grupo para sacar puntos. Cuando el neumático se gastó un poco, sentía que estaba en el límite y me bloqueé mentalmente. Pensaba que me iría al suelo y no podía permitírmelo nuevamente. Entonces, decidí bajar un poco el ritmo para sentirme seguro, pero mi mente me repetía todo el rato “Te vas a ir al suelo”. No podía ni pilotar bien, estaba llorando encima de la moto durante las últimas cinco vueltas, que se me hicieron eternas. Cuando vi la bandera a cuadros, lloré mucho más aún, solo que de felicidad. A partir de ahí todo fue mejorando.
- Al comienzo de todo, esto era un juego, ¿cuándo se volvió serio?
Hasta los once o doce años fue un juego, pero la diversión me la daba ganar. Si no lo hacía, me enfadaba muchísimo, hacía pataletas, no lo llevaba muy bien. A partir de los doce, se volvió algo serio, porque me di cuenta de que quería dedicarme a esto toda mi vida e incluso no ir más al colegio para poder entrenar más horas.
- ¿Cómo fue ese proceso?
Durante un tiempo estudié y competí. Cuando me quedaba un año más de estudios, no estaba obteniendo resultados y necesitaba hacer un cambio en mi vida, dedicar todo mi día a entrenar. Es lo que hice, con el apoyo de mi familia y mis entrenadores. Desde ese momento empezaron a salir mejor las cosas, fui más rápido, más fuerte.
- ¿Qué sentís arriba de la moto?
A veces, si no consigo ir rápido, es como si fuera montado en un toro loco que no puedo controlar. La moto me lleva a cualquier lado. Pero cuando la moto y yo somos uno, todo cambia: la moto hace lo que pienso sin que me dé cuenta, como si no hiciera falta que le diera la orden, y consigo ir rápido. Es como mover un brazo, la moto es una parte de mí. Pasa muy pocas veces, y es una sensación hermosa, de ser superior a los demás.
UN CHICO GRANDE
Fue tercero en la Red Bull Rookies Cup y cuarto en la European Talent Cup el año pasado, y este año ya hizo su primer podio en el Mundial de Moto3 (en Assen, Países Bajos); recién a fin de año cumplirá los 18 años. Es consciente de que su vida es muy diferente a la de los demás chicos de su edad: “A mí no me gusta salir, solo quiero entrenar y andar en moto. Cuanto más tiempo pueda estar sobre la moto, mejor para mí. Intento desconectar a veces, y le doy prioridad a pasar tiempo con mi familia sin ver el celular. Llevo toda mi vida haciendo esto y quiero que siga así”.