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SEBASTIÁN POWTER: A LA BÚSQUEDA DEL SONIDO PROPIO

A los 19 años debutó en la orquesta del Teatro Colón. Hoy, a los 21, se animó a dejarla para buscar experiencia en Europa, de la mano de un referente que lo invitó a hacer la carrera completa. El joven chelista da sus primeros pasos con aplomo y firmeza.
A los 19 años debutó en la orquesta del Teatro Colón. Hoy, a los 21, se animó a dejarla para buscar experiencia en Europa, de la mano de un referente que lo invitó a hacer la carrera completa. El joven chelista da sus primeros pasos con aplomo y firmeza.

Entender es un proceso, un punto de llegada, seguramente provisorio, al que se arriba luego de emprender un recorrido. Ese recorrido se inicia, en el mejor de los casos, con la motivación de un impulso irrefrenable, de un sentimiento que, de manera intuitiva, guía el ansia de descubrimiento. Desde muy chico, Sebastián Powter experimentó la potencia de la música fluyendo a través de su cuerpo. Junto a su hermano, corría por toda la casa, se escondía debajo de la mesa del living y vivía una aventura imaginaria al ritmo de El cascanueces, una de las obras más célebres de Piotr Chaikovski.

Sebastián quiso, entonces, probar con el camino inverso: hacer que de su cuerpo emergiera el sonido, completar el círculo, y les pidió a sus padres que lo anotaran en clases de piano. Ya había experimentado con el instrumento en el colegio y estaba fascinado, pero se encontró con un obstáculo: el profesor al que acudieron tomaba niños a partir de los ocho años, y él recién tenía siete. “Me dijeron ‘Hacé un año de otro instrumento y después te cambiás’, y acepté. Me dieron a elegir entre la flauta dulce, el violín y el violonchelo. La flauta la tocábamos en la escuela y no me generaba demasiado interés, y terminé eligiendo el chelo, porque me parecía el más distinto. Una vez que lo elegí, no lo cambié nunca. Al principio fue un hobby, hasta el 2020. En el 2018 había comenzado a estudiar con Stanimir Todorov, el solista estable del Colón, y con él me empezó a gustar mucho más la disciplina, el estudio, ir mejorando cada vez más rápido”, explica.

  • ¿Por qué sentís que te llamó? ¿Y qué te conquistó, para nunca más dejarlo?

Yo creo que el chelo, en general, en la orquesta, no tiene un rol muy protagónico, es bastante perfil bajo. Hace el bajo de las armonías, está ahí, acompañando, y no es tan conocido como el violín. Siempre que vas con el estuche del chelo te preguntan si es una guitarra. Como que no hay mucha noción de lo que es, y uno, cuando empieza, tampoco la tiene. Entonces es difícil que vos lo vayas a elegir, es más que el chelo elige a quienes quiere que lo toquen. 

  • Al principio la música era un hobby intenso, ¿cuándo comenzaste a pensar en dedicarte profesionalmente?

Creo que en 2020. Yo estaba haciendo escuela técnica, me iba muy bien en exactas, y quería estudiar Física. En un momento, tenía el plan de terminar el secundario e ir a Bariloche a estudiar Ingeniería Nuclear al Balseiro. En las vacaciones de ese año me puse a estudiar más, me establecí el objetivo de una cierta cantidad de horas diarias y lo disfruté mucho. Vi que mejoraba bastante rápido.

  • Por un lado, está la etapa de aprender e incorporar. Y, por otro, la creativa, porque la misma pieza tocada por distintos músicos expresa un sentimiento diferente, ¿sentís que también está apareciendo eso, que se marca un estilo tuyo?

Yo siempre intento que sí. En eso mi maestro me insiste mucho: “Tenés que buscar tu sonido y estar convencido de lo que vos querés hacer. No copiar, no imitar, sino buscar lo propio”. Y empecé a hacerlo también no hace mucho, a darle más importancia. Ojalá lo esté logrando.

  • ¿Cómo es esa búsqueda del sonido propio?

Es tener imaginación y a veces hasta dejar que salga solo. En ocasiones siento que si lo trato de forzar no sale, no es natural, no es honesto. Entonces, a veces, cuando uno menos lo espera, o cuando ya sin el instrumento se me queda algo dando vueltas en la cabeza, viene otra cosa que puedo probar y funciona bárbaro. Todavía no lo descifro, a veces viene solo.

  • Y cuando pudiste encontrarlo, o cuando vino y estuviste atento como para percibirlo, ¿cómo describirías este sonido tuyo?

Si le tuviera que poner una palabra, para mí sería honesto. No pretendo que suene más de lo que yo soy ni menos. Para mí es eso, suena como soy, ni mejor ni peor. Cuando toco y cuando estudio, me pongo completamente al servicio de la música y en especial del público, el que lo va a recibir. Me siento transmisor solamente. Yo no quiero ser el centro de atención al tocar, sino transmitir lo que interpreto que la música quiere transmitir, y que el público lo pueda disfrutar tanto como lo disfruto yo cuando lo escucho en otras personas o en grabaciones. Ese es el objetivo y el sonido que quiero lograr.

  • Y en ese sentido, en un escenario, ¿sirve lo voluminoso del chelo como escudo?

Sí, porque vos estás atrás del chelo, siempre. De cierta manera, protegido por él.

 

A EUROPA

A sus 21 años, Sebastián tomó la difícil decisión de dejar la orquesta del Teatro Colón, donde tenía contrato, para embarcarse rumbo a Dusseldorf, Alemania. Allí estudiará con el chelista belga Peter Wispelwey, a quien conoció en una masterclass que brindó en el Mozarteum. Serán cuatro años de carrera y dos más de posgrado. “Es el momento ideal para hacerlo, por mi edad, porque los años de estudio que más quedan para toda la vida son los de ahora. Después, cuando uno es más grande, ya no es tan fácil aprender e incorporar cosas nuevas. Llegar a la orquesta fue un sueño cumplido, y me cuesta dejarla, pero quiero intentar tener otras experiencias, abrir un poco el panorama y estar en Europa unos años, en un ambiente muy distinto, con otra cultura, otra gente, otro idioma, y ver qué resulta”, se entusiasma.

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