El y la pelota. Siempre se trató de eso, sin importar el contexto. En el patio de casa con sus sobrinos, en la escuela con sus compañeros, en la canchita de baby del club El Trébol de Wilde, provincia de Buenos Aires, en el césped de los campos de juego de fútbol de Lanús y San Lorenzo. Pero, sobre todo, en las canchas de futsal de Fátima, Boca y todas aquellas por las que giró alrededor del mundo con su club y las selecciones juveniles de la Argentina. Rodrigo Álvarez y la pelota. Esta historia es sobre el vínculo más duradero y sano de su vida, el que le permitió enfocarse en el juego y alejarse de influencias peligrosas.
Después de presionar en la salida del seleccionado colombiano, en la final del Sudamericano Sub-20 jugado en Lima, Perú, enfrentó al arquero y se la picó, a lo Di María en cada final, fiel al número 11 que lleva en la espalda. Fue el segundo gol del 4-2 que significó el segundo título argentino en un torneo que, por fuera de esas conquistas, solo vio campeón a Brasil. “Fue una locura, no me lo esperaba. Tenía muchas ganas de ser campeón, pero Brasil es muy bueno. Fuimos a Perú pensando en jugar la final contra ellos, y nos dimos cuenta de que las cosas no son así, que hay que pensar siempre en el rival que te toca. En los primeros partidos, no sacamos los resultados que queríamos y vimos que estaba muy peleado. El técnico nos bajó del pony a tiempo. Eso me enseñó que no hay que sobrar al rival. Hay que estar siempre con los pies sobre la tierra, porque si te agrandás, no valés nada”, cuenta.
En El Trébol, su primer club, sintió por primera vez que podía ser él mismo. Se liberaba a través del juego y lo vivía intensamente: “Jugaba de delantero y hacía muchos goles. En cada gol, me ponía a bailar, canchereaba un poco, lo dedicaba a la tribuna y, en especial, a mi mamá. Pero, al final, siempre perdíamos y yo me iba llorando”, recuerda. Al mismo tiempo, jugaba de arquero con una categoría más grande que la suya, y también como lateral izquierdo en las inferiores de fútbol en Lanús. “Yo quería jugar a la pelota, como fuera. Lo que más me gustó siempre fue el fútbol de 11, yo quise dejar el futsal incluso después de haber llegado a las juveniles de Boca”, confiesa.
- ¿Y qué pasó?
Que en mi casa somos todos de Boca. Sobre todo, me encantaba cómo lo vivía mi mamá. Ella siempre me acompañó a todos lados, pero cuando comencé a jugar en Boca la escuché gritar más que nunca, festejaba con todo. Las veces que me quise ir pensé en ella y, además, los técnicos me convencían para que me quedara. Yo, la verdad, no pensaba en nada a futuro, jugaba porque me gusta, pero no imaginaba una carrera. Cuando llegó la selección, cambió todo: viajé a Rosario para jugar los Odesur. Yo no salía de mi barrio, prácticamente, y de un momento a otro viajé para jugar, conocí hoteles. Desde ahí, me lo tomé en serio.
- Te daba más oportunidades…
Sí. Con Boca tuvimos viajes internacionales, y me dieron un viático. Fue la primera vez que me pagaron por jugar a la pelota, para mí fue un descubrimiento. Era un mundo desconocido, y estaba buenísimo ser parte. Me maravillaba hasta el hecho de que todos fuéramos a entrenar con la misma ropa, la que nos daba el club. Estaba acostumbrado a hacerlo con lo que tuviera. Por eso, me puse más las pilas. Y por hacer algo de lo que mi mamá, que murió en la pandemia, pudiera sentir orgullo.
- ¿Pensabas mucho en ella a la hora de decidir?
Sí, me dije a mí mismo que ella quería que yo jugara en Boca, me quería ver con esta camiseta, así que me quedé. Nunca me pudo ver jugar en Primera. Apenas falleció, yo me dormía pensando que, en algún lugar de la cancha, algún día de mi vida, la iba a ver. Pero no me pasó nunca, ni tampoco siento que ella me vea. Todo el mundo me manda mensajes de que mi mamá está orgullosa, que me está viendo de arriba y todo eso… Ojalá sea así, y que esté contenta.
- ¿Le dedicás los triunfos?
Sí, obvio. Todos mis goles son para ella. Todas las pequeñas cosas que me pasan son para ella. En el brazo derecho me tatué una frase: “El día que te fuiste al cielo fue el día más triste de mi vida. Dios a ti te dio alas y a mí me arrancó el corazón”.
Con él, son once hermanos. Uno de ellos falleció y otros cinco estuvieron o están presos. Dos de sus hermanas todavía afrontan condenas por las que les quedan un par de años de reclusión. “Por suerte, el deporte me llevó para otro lado. Aunque van a ser siempre mis hermanos y no me da vergüenza eso, nunca me gustaron esas cosas que hacían”, asegura el chico que se prepara para un nuevo año en Boca y sueña con jugar en el exterior y alcanzar más títulos con la selección.
A ESTUDIAR
Desde que murió su mamá, Rodrigo vive en la pensión de Boca. Al llegar allí, fueron claros con él: si no iba al colegio y aprobaba las materias, se terminaría su etapa en el club. “No me gusta para nada estudiar, pero sé que me hace bien. Y tampoco me queda otra. En 2022, teníamos un torneo en Francia con la selección. Me pusieron como condición para viajar que pasara de año. Aprobé todas las materias, fui al cuadrangular y salimos campeones. En Francia vimos el Mundial de Fútbol y yo cumplí 18 años. Fue algo inolvidable, y me lo hubiera perdido si no estudiaba”, explica.