Son solo veinte metros los que separan la casa donde nació y creció Felipe Evangelista, Toto, del bar que fundó hace ya casi cuarenta años. En esos veinte metros entra una vida entera, una historia llena de proyectos, pasiones, arte, amistad, amor. Una historia que tuvo siempre como escenario al barrio porteño de Caballito. No hizo falta más escenografía que esa, la que le dio y sigue dándole a Toto todo lo que necesita.
Hincha de Ferro, el orgullo barrial, que ostentó épocas gloriosas en las que dominó el fútbol argentino y se lució también en otros deportes, Toto aprendió en el club la belleza de la vida en comunidad, de los proyectos colectivos. Dedicó su vida a crear espacios de comunión entre los vecinos del barrio, especialmente, para reforzar y, desde hace un tiempo, preservar el sello identitario de su lugar en el mundo.
Junto a sus amigos, en la juventud, cultivaron la tradición de formar “la barra de la esquina”, aquellos grupos de muchachones que se reunían en alguna vereda a discutir, bromear y ver pasar la gente, antes de meterse a hacer exactamente lo mismo, pero tomando algo, dentro de un bar (siempre el mismo, por supuesto). Toto se movía donde fuera con su hermano, Carlos Alberto, mucho más célebre en la zona como “Tablón”. En esas largas jornadas fraternales surgió la idea de reflotar los viejos carnavales, entonces en desuso, y en 1985 se reflotó la celebración en las calles del barrio.
Dos años después, con el bar que solía cobijarlos ya cerrado, los hermanos Evangelista fundaron El Viejo Buzón: “Lo puse para mi hermano, que trabajaba en mi empresa de insumos médicos, pero a quien le venía bien otro espacio. Al principio se resistió, pero después le terminó gustando”, cuenta Toto. Con el tiempo, El Viejo Buzón albergó a otras barras de la esquina, se erigió como punto de encuentro cultural, escenario de shows y tertulias, hasta que en 2014 fue declarado Bar Notable de la ciudad de Buenos Aires. Ya en ese momento, al frente del bar se encontraba Toto, luego de que Tablón y la hermana de ambos fallecieran a principios de esa década.
En el medio, aquel hincha apasionado se involucró en las actividades de un Ferro que ya no ganaba ni peleaba campeonatos, pero se sostenía en Primera División. En 1993, asumió la presidencia del club, cargo que ejerció durante tres años. Aunque sostiene con orgullo que durante su mandato se conservó la categoría, la sensación que le quedó de su paso por la gestión es agridulce: “Es injusto o doloroso a veces el camino que te indica la pasión, porque yo tenía una empresa importante y esa locura de meterme en la dirigencia me hizo perder mucho. La gente no ve que, del otro lado, el dirigente entrega y deja todo: familia y situación patrimonial”. A raíz de aquella experiencia, fundó, junto a figuras de la talla de Antonio Alegre o Ricardo Petracca, el Círculo de Directivos y Ex Directivos del Fútbol Argentino.
Solo en un par de oportunidades tuvo que alejarse de Caballito. Recién casado, pudo obtener su primera vivienda como líder del núcleo familiar en la provincia de Buenos Aires. Temperley dista menos de treinta kilómetros de su barrio histórico, pero para Toto fue como vivir en Japón. Intentó amigarse con sus calles, trató de vincularse con otro club, pero cada vez que podía volvía al lugar del que no pudo ni quiso despegarse jamás. En cuanto tuvo la chance, regresó a Capital y, luego de una breve escala en Villa Devoto, volvió adonde en realidad siempre estuvo.
Máquina de integrar y buscar en el conjunto el impulso para accionar, Toto también es presidente de la Subcomisión de Cafés Notables de la Cámara de Bares de la Asociación de Hoteles, Restaurantes, Confiterías y Cafés. Por otro lado, integra la Asociación de Amigos del Museo de Esculturas Luis Perlotti (único de su tipo en la ciudad). Y sigue la campaña de Ferro a través de una transmisión partidaria con su propio streaming: Radio Conectividad.
Como escritor, es autor de los libros Tablón y caviar, Versos a Caballito, Díascontados y La guerrade los monumentos, además de una serie de poemas en los que indefectiblemente se cuelan sus sentimientos por el barrio. “Soy nostálgico, ¿cómo no voy a serlo? La nostalgia alimenta el alma, te ayuda a revivir tiempos felices”, confiesa.
