Lo metafórico y lo material se entremezclan, lo alegórico es tangible y más de un sueño se convirtió en real. Cecilia Fanti se mueve entre libros como en su hogar: la primera vez que tomó uno entre sus manos para hacerlo propio, a los seis o siete años, estaba en el mismo lugar donde conversa con Convivimos. Aquella casa, el primer departamento de casados de sus padres, hoy es la tercera sucursal de Céspedes, la librería donde se aboca a la desafiante y amorosa tarea de la invención de un lector (o varios).
Hasta allí llegaba, todos los meses, una mujer del Círculo de Lectores con el catálogo que hacía posible la magia. La niña Cecilia fue testigo de cómo un libro podía transformar personas y ambientes: “La figura de mi viejo era un poco como la de la ley: una vigilancia total bajo la cual no volaba una mosca. Con mi vieja solían discutir, además. Pero en cuanto agarraban un libro, iniciaba un tiempo de paz, una tregua. Cuando mi papá leía, era otro, era el que yo quería que fuera todo el tiempo. El libro, un objeto mágico y poderoso”, cuenta.
Luego de aquel primer acercamiento inocente y vital como lectora, al recibir sus primeros diarios íntimos de regalo también comenzó a ejercitar la escritura como algo privado, sin intención de que aquello llegara a alguien más. La incursión en la universidad para estudiar Letras implicó la adquisición de herramientas, pero también el riesgo de convertir un elemento satisfactorio en un deber. “El libro se me convirtió en un objeto precioso, pero mucho más distante. Perdí esa fascinación que tiene cualquier lector de a pie. Fueron muchos años de mirar todo desde arriba, por decirlo de alguna manera”, explica. Aquella mirada academicista la incomodaba, la alejaba de lo bello del universo literario, lo que la había cautivado en la infancia: “Me parece querer arrogarse un derecho o guardarse algo para sí cuando, en realidad, los que trabajamos desde el llano en la industria del libro y pensamos en un público de lectores cada vez más amplio estamos intentando ir todo el tiempo a contrapelo de eso. Que la gente lea más, primero, y que la gente lea mejor, indudablemente. Le dedico mi vida a eso”.
Su camino profesional junto a los libros inició en el área de Prensa de una megaeditorial como Random House. En ese lugar, descubrió los pormenores de la industria, conoció lo que sucede para que aquellas páginas lleguen a los lectores, la enorme maquinaria que no para de producir ejemplares de lo que fuera. Con el tiempo, supo que necesitaba algo más, que había una serie de autores y libros desatendidos por esa estructura, y que ella podría crear un espacio donde cobijarlos y propiciar el encuentro con sus lectores. Fue cuando tuvo la oportunidad de comprar una librería que, como tantas, se fundía, y se convirtió en la dueña de Céspedes.
En 2017 abrió las puertas de su primer local, teniendo en cuenta todo ese bagaje adquirido: “Si yo no hubiera trabajado en una editorial grande, mi experiencia con la librería habría sido distinta y habría cometido muchísimos errores que no cometí gracias a ese conocimiento de la industria”, explica. Ese mismo año, resignificando una experiencia personal traumática, publicó su primer libro, La chica del milagro. Tres años más tarde, llegaría A esta hora de la noche, y en 2024, La invención de un lector.
Hay en ella y en el proyecto que lidera una ética de trabajo muy clara y consistente: el objetivo es vender libros, sí, pero no cualquiera, ni de cualquier manera, sino rindiéndoles culto a aquel objeto mágico descubierto en la niñez, a la potencia transformadora y creadora de las letras impresas en unas cuantas páginas y la pausa que uno se permite para atenderlas. “Construir un lector, construirse uno como lector, es algo que lleva tiempo. Como libreros, lo que vendemos es la promesa del tiempo que vas a tener para leer ese libro. Es un desafío pensar lo que alguien viene a buscar, qué le puedo recomendar, cuál es el acertijo, para quién estamos pensando un libro. Vendo los libros que a mí me importan, que yo considero valiosos, que se actualicen en cada lectura, que no se vuelvan obsoletos”.