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BERNARDO BULGACH: UNA VIDA JUNTO AL RÍO

Con casi 90 años, remo en mano se sube al bote cada fin de semana y practica el deporte que conoció en su adolescencia y que lo enamoró para siempre.
Con casi 90 años, remo en mano se sube al bote cada fin de semana y practica el deporte que conoció en su adolescencia y que lo enamoró para siempre.

Bernardo Bulgach cree en el destino. ¿Cómo no hacerlo, si una serie de casualidades lo depositó, hace ya 75 años, frente al río, y forjó un rasgo fundamental de su identidad? Bernardo es esposo, padre, abuelo, bisabuelo, amigo e ingeniero. Pero es posible que, por sobre todas las cosas, sea remero. A meses de cumplir 90 años, cada fin de semana se sube al bote y palea unos cuantos kilómetros junto a sus amigos. Con la disciplina del atleta que es, entrena y compite; con la sabiduría que le otorgó la experiencia, disfruta de su actualidad y del camino recorrido.

El deporte fue siempre parte de su vida. Después del colegio, solía asistir a la YMCA, donde practicaba diferentes disciplinas, por turnos. Fue un pariente el que lo invitó a conocer el Náutico Hacoaj, en Tigre, un fin de semana, y todo cambió para siempre: “No pasé por el gimnasio ni por ninguna cancha. De repente, sin saber por qué, me encontré parado en la rampa, junto al agua. Inmediatamente, me invitaron a remar”, recuerda.

En el agua fue, primero, un “dominguero”: un remero de fines de semana, que salía a navegar con la familia y los amigos, para tomar algo y comer sándwiches contemplando el paisaje. En ese contexto, conseguía destacarse, y el entrenador del club percibió que podía dar el salto hacia la competición. Le propuso, entonces, entrenar asiduamente y prepararse para torneos. Conformó pareja de remo con un amigo del club y se dispuso a vivir como un atleta. “Buscaba a mi amigo en moto a la noche, salíamos al río en pleno invierno, nos dábamos una ducha, lo llevaba a su casa y volvía a la mía. En cuanto dejaba la moto, me ponía a correr para recuperar la temperatura normal del cuerpo. Era duro, pero más que nada gratificante. El remo siempre fue un placer para mí”, asegura.

Aquel placer, sin embargo, entró en pausa durante varios años. Primero, la carga horaria que le imponía la Facultad de Ingeniería lo obligó a dejar de entrenar. Poco tiempo después, se casó y, en el primer lustro de matrimonio, nacieron sus cuatro hijos varones. El río parecía volverse un recuerdo lejano, pero en realidad la llama seguía encendida en su interior. Cuando los chicos crecieron, Bernardo apeló a la vida de club, como hicieron sus padres con él, y acercó a la familia al Náutico. A medida que cada uno se enganchó con su actividad, él ganó espacio para reencontrarse con su viejo amor, del cual no volvería a separarse.

Además de satisfacer sus necesidades de remar, consiguió inculcar esta pasión en sus hijos. Uno de ellos, Patricio, ganó la medalla de oro en los Juegos Panamericanos de Indianápolis, en 1987. Es, todavía, el máximo logro alcanzado por cualquier deportista de la historia de su club y un orgullo que lleva a la emoción a Bernardo cada vez que lo cuenta.

A meses de cumplir 90 años, va casi todos los días de su vida al club para entrenar (“Un poco de gimnasio y mucho de charla con amigos”, reconoce), y cada fin de semana se sube al bote con sus compañeros. En remo de travesía, que consiste en recorrer largas distancias, despliega sus condiciones y consiguió múltiples medallas en campeonatos sudamericanos.

Después de tanta agua que pasó bajo su bote, asegura que esta es la mejor etapa de su vida en el río. Una etapa en la que se aferra a cada momento, en la que está presente en cada instante, saboreando lo que no sabe cuántas veces más se repetirá. A su edad, los chequeos médicos son constantes, y los doctores son ya sus amigos. Renueva, luego de cada batería de estudios, el estatus de deportista por un año más. 

Frente a un río que nunca es el mismo, él se mantiene como una constante. Respira hondo y, al tiempo que lamenta el deterioro que percibe en el cuidado del agua y las costumbres de los navegantes, no deja que eso le impida disfrutar del entorno que conoció, por casualidad, a sus 14 años. Celebra las coincidencias que, en definitiva, lo hicieron ser quien es: “El destino es como es, no se puede prever. Agradezco haberme encontrado con todo esto. Y confirmo día a día que se puede remar toda la vida”.

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