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Un roquero detrás de la consola

Mario Breuer fue un engranaje invisible pero indispensable del rock nacional durante casi cuatro décadas, siempre desde los rubros técnicos. Hoy tiene su propio estudio de grabación en Agua de Oro, Córdoba.

Si se hiciera la lista completa de los discos de rock nacional y otros géneros que pasaron por las manos expertas de Mario Breuer, productor discográfico e ingeniero de sonido, en esta página no habría espacio para nada más. Músicos como Charly García, Luis Alberto Spinetta, Fito Páez, Andrés Calamaro, Soda Stereo, León Gieco, Los Abuelos de la Nada, Los Fabulosos Cadillacs y muchos otros pasaron por sus manos expertas, y también artistas como Mercedes Sosa o el pianista de jazz Jorge Navarro.

“Tuve la suerte de trabajar como productor en el estudio Panda, que fue el más emblemático de las décadas de los 80 y 90”, aclara, como si a la suerte no hubiese que ayudarla, este hombre ya maduro, aunque destila vitalidad y alegría. Criado en la zona norte del Gran Buenos Aires, primero quiso ser músico: empezó a tocar batería de chico y estudió percusión en un conservatorio, pero encontró su lugar en el mundo de la música cuando se fue a estudiar Ingeniería de Sonido y Técnicas de Grabación en Estados Unidos.

“Hoy me llevo más o menos bien con la percusión o el teclado, y a las patadas con la guitarra. En verdad, el único instrumento que llegué a dominar es la consola”, cuenta. Cabe aclarar que la consola es el equipo donde se unen y organizan los sonidos de todos los instrumentos y las voces de una sesión musical, en un verdadero trabajo de diseño sonoro.

Sin embargo, aclara que su tarea está muy lejos de ser la de un simple operador de una máquina: “El ingeniero de sonido define qué micrófonos usar en cada instrumento y dónde ubicarlos. Luego graba la música, ya sea con todo el grupo tocando a la vez o cada instrumento por separado. Una vez hecho se hace la mezcla, que consiste en ubicar cada instrumento y cada sonido en su lugar”, detalla.

Pero, al mismo tiempo, destaca que el sentido de todo esto va mucho más allá de las cuestiones técnicas: “En el proceso de grabación de un disco encontré los momentos más emocionantes de mi profesión. El instante en que el ingeniero o productor dice ‘grabando’ y los músicos empiezan a tocar algo que después va a escuchar muchísima gente tiene una magia incomparable”.

Yendo hacia atrás en el tiempo, recuerda que el primer álbum que grabó en un estudio, todavía en plena era de los LP de vinilo, fue el debut de Celeste Carballo: Me vuelvo cada día más loca. Al mismo tiempo trabajaba como sonidista de Charly García en sus actuaciones en vivo, y poco después tuvo a cargo todos sus discos durante 35 años: desde Parte de la religión hasta Kill Gil. “Trabajar con él es como practicar un deporte extremo, porque te hace pasar muchas horas sin parar ni para comer. A veces yo me iba a dormir y él seguía”, recuerda.  

Otro prócer del rock que lo convocó fue el Flaco Spinetta, en los 90, para grabar el CD doble de su trío Los Socios del Desierto. “Me dijo que iba a ser un disco mucho más roquero y crudo de lo acostumbrado, y que por eso yo era la persona ideal… Fue mágico trabajar con él”, cuenta. También tuvo a cargo la edición del primer disco en vivo de Soda Stereo, Ruido blanco. “Allí el gran desafío consistió en mejorar el sonido de unas grabaciones con muy mala calidad técnica de su gira por América Latina”, recuerda. 

Así transcurrió su vida en la cresta de la ola. Hasta que, pasados los 60 años, decidió cumplir su viejo anhelo de alejarse del estrés urbano y refugiarse junto a su esposa, Erica, en Agua de Oro, un pueblo en medio de las Sierras Chicas, donde instaló su propio estudio de grabación, y en la ciudad de Córdoba el de masterizado. 

“Siempre tuve el plan de vivir fuera de la ciudad, y por suerte pude concretarlo. Ahora trato de producir y grabar a artistas jóvenes que hagan una música lo más orgánica posible, sin computadoras”, cuenta. Menciona, entre otros, al cordobés Juan Roque, “que canta soul indie”, y al grupo Pasakjna, de Tilcara, “que hace música del altiplano en una forma muy original”. 

También reflexiona sobre los cambios de hábitos de los melómanos: “Hoy ya nadie se sienta a escuchar un disco como hacíamos los melómanos de antes, es una costumbre perdida para siempre. Por eso, yo algunas noches voy con mi parlante portátil al bosque cerca de mi casa y disfruto de pasar un disco entero”.

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