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Maximiliano Espinillo: El goleador

Miembro de la selección desde 2013, es uno de los referentes de un seleccionado acostumbrado a pelear en los grandes torneos. Solidario y comprometido, celebra goles que no considera solo suyos, sino de todo el equipo.

Sus ojos solo perciben luces y sombras, sin definición alguna. Apenas distinguen la diferencia entre el día y la noche. Pero sus piernas, en cambio, son capaces de marear rivales, de bailar alrededor de la pelota con sus gambetas impredecibles y de desparramar arqueros con goles clave en contextos en los que cualquier otro se apichonaría. Maximiliano Espinillo es una de las figuras de una de las mejores selecciones del mundo: Los Murciélagos; y autor de goles clave como aquel a China para obtener la medalla de bronce en los Paralímpicos de Río, en 2016; los siete en Tokio 2020, que ayudaron a ganar la medalla plateada; o el empate contra Francia en la final de París 2024 para llevar el partido a penales.

Encarador y goleador, pero nunca individualista, Maxi sabe que las medallas se ganan en conjunto y que los goles no son solamente suyos. Él es, en todo caso, el último eslabón de una cadena de esfuerzos que hacen posible su lucimiento. “Yo tengo la fortuna de ser delantero y hacer los goles, pero si no fuese por todos los chicos, desde el arquero, los defensores y los volantes, no podría hacerlos. El fútbol es un deporte colectivo, y para que uno se destaque, debe tener el apoyo y la ayuda de los otros. Un gol es la concreción del trabajo de todos. Si nos atacan y el arquero la ataja, se la da a un compañero, ese compañero me da un buen pase a mí y yo hago el gol, hubo varias acciones que lo posibilitaron. Es el esfuerzo de todos”, afirma.

  • ¿En qué momento te das cuenta de que un tiro tuyo es gol?

Cuando paso al defensor o al volante, me acomodo y pateo, ya me doy cuenta de si la pelota va bien direccionada al arco. Pero desde que la pelota sale del pie, pierdo la referencia. Es un segundo de incertidumbre y después se da todo en simultáneo: el ruido de la red, el grito de los guías, del técnico, de la gente. De repente, estoy gritando yo también, junto a mis compañeros. Es un momento increíble, de emoción y felicidad plenas.

A los 4 años, un virus le provocó un desprendimiento de retina. Maxi no tiene recuerdos previos de imágenes, por lo que para él es como si fuera ciego de nacimiento. Por distintos motivos, su padre, su madre, su hermano y su hermana también perdieron la visión en distintos momentos. En la escuela especial a la que asistió y en su casa, la pelota fue siempre el juguete favorito. Se las rebuscaba para poder adaptarla a sus necesidades: “Era muy costoso tener una pelota con sonido, como las que usamos hoy. Para poder jugar, poníamos bolsas alrededor de la pelota, para que sonaran, o pinchábamos una pelota de plástico y le metíamos piedritas adentro”.

  • ¿Cuándo comenzás a jugar en un equipo? 

Mi hermano jugaba para un equipo de Córdoba y me llevaba a mí, que tenía 10 años, para que lo acompañara a las prácticas. No me dejaban jugar, pero cada vez que hacían una pausa, les pedía la pelota y pateaba. En 2006, más o menos, con mi hermano fuimos a un equipo de Santiago del Estero. Después se armó un equipo en Córdoba con el que ya pude competir contra otros y me enteré por casualidad de que había una selección juvenil.

  • ¿Cómo fue?

Coqui Padilla, que jugaba en la selección, se puso de novio con mi hermana. En un viaje a Buenos Aires, los visité y fuimos al instituto Román Rosell, donde hay deportes para ciegos. Comencé a patear con mi cuñado, se acercaron otros chicos y jugamos un rato. Entonces, apareció Martín Demonte, entrenador de la selección juvenil, y me invitó a sumarme. Acepté enseguida y tuve un par de concentraciones siendo muy chico.

Por esos años, para ayudar en casa y para tener un ingreso propio, Maxi comenzó, como sus padres, a trabajar como vendedor ambulante. Se subía al transporte público, con la mercadería que tocara en suerte cada semana, y enumeraba las virtudes del producto que llevaba consigo para ganar algunos pesos. Fueron tiempos duros en lo económico y lo emocional, porque sus padres se separaron, su hermana se mudó a Buenos Aires y su hermano también dejó la casa familiar. Lidió con la nueva estructura hogareña como pudo y rechazó una primera convocatoria al seleccionado mayor. Quería estar listo para aprovechar la oportunidad. Años más tarde, cuando todo se acomodó, se convirtió en un Murciélago. “Somos una marca registrada, hay mucha gente que nos apoya, que nos quiere, que nos banca. Somos tres veces campeones del mundo y medallistas paralímpicos en cada edición de los Juegos. Por eso vamos a seguir siempre con el objetivo de ganar todo. Mientras esté en forma y en condiciones, voy a aportar mis goles y mi experiencia”, declara.

 

ALZAR LA VOZ 

Luego del Mundial ganado en Birmingham, Inglaterra, el año pasado, la estructura de Los Murciélagos se sacudió: la Federación Argentina de Deportes para Ciegos reemplazó al cuerpo técnico y armó un nuevo equipo de trabajo con el que los jugadores no estaban de acuerdo. Malos resultados y una dinámica incómoda provocaron la protesta de los futbolistas, que advirtieron que no irían a los Paralímpicos si no los escuchaban. Finalmente, se produjeron los cambios solicitados y el equipo llegó a la final, donde cayó por penales con Francia y obtuvo la medalla plateada.

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