Lucas Ramón todavía no había nacido y su mamá ni siquiera estaba embarazada cuando su destino comenzó a escribirse. Héctor, dos años antes de convertirse en su padre, en un viaje en los Estados Unidos, compró un miniguante de béisbol y le inscribió el nombre “Lucas”, junto al número 21, el que él mismo utilizaba en la espalda. Así marcó el futuro del primogénito.
Héctor estuvo también a punto de alejar a Lucas del encuentro con el béisbol. Un pelotazo, que cualquiera que alguna vez haya tocado una pelota de béisbol sabe lo que duele, instaló en el pequeño Lucas el temor a jugar en un equipo. En su casa saciaba el instinto con una botella que oficiaba de bate y alguna pelotita mucho menos contundente que las oficiales. Pero no quería saber nada de acercarse a aquella que lo impactó de lleno. Pero a sus seis años, una tarde vio en el club cómo otros nenes de su edad jugaban al béisbol. No había pelotas duras, sino unas de plástico como las que se usan en los peloteros. Ahí se animó y comenzó un camino que lo llevó a la selección argentina y a jugar en Europa. “Mi papá siempre fue mi ejemplo. Él fue el capitán de la selección, y yo siempre quise tratar de alcanzar lo mismo que logró él. Por él, por aquel guante con el que me recibió en la vida, y que todavía tengo, usé siempre el número 21. Cuando llegué a la selección sub-23, me dijeron que me eligiera otro número, porque en la mayor ya estaba ocupado. No hice caso y me mantuve con el 21. ‘Si llego a la mayor en algún momento, pediré otro’, les dije. Pero justo me convocaron después de que la selección tuviera un mal torneo y quien usaba la 21 se fuera del equipo, así que me quedó a mí. Ese número es mi viejo, es mi historia”, cuenta.
Con ese número, así como papá Héctor llegó a los Juegos Panamericanos en 1995, en Mar del Plata, Lucas fue parte de la edición de Lima, en 2019, del mismo campeonato. Solo tres veces el béisbol argentino alcanzó una plaza en dicha prueba, y en dos de ellas hubo un Ramón en cancha. “Siempre me tomé todo muy tranquilo. Cada viaje y cada experiencia me parecían normales. En esos Panamericanos fue la primera vez que dije ‘Qué loco lo que estamos viviendo’. Al principio, cuando clasificamos, tampoco me había parecido algo extraordinario, no pensé mucho en eso. Pero en la villa panamericana, un día entramos al comedor y me crucé con atletas que siempre había visto por la tele. Estaba la selección de básquet, con jugadores NBA como Luis Scola y Facundo Campazzo. Se me acercaron, me saludaron, me preguntaron cuándo me tocaba competir y me desearon suerte. Yo no lo podía creer”, relata.
- Hasta ese momento, no te considerabas un par…
Claro, yo pensé que ni me iban a mirar. Toda la experiencia en esos Juegos fue espectacular. Volví a mi casa y por una o dos semanas en mis sueños seguía recorriendo la villa, reviviendo todo.
- En ese torneo, seguramente, se acercó más gente de la habitual a ver sus partidos y comentarles cosas en redes sociales, ¿cómo te llevaste con eso?
Sí, eso pasa. También lo viví cuando en 2022 nos invitaron a jugar El Clásico, clasificatorio para el Mundial, por primera vez. Salimos por tele, y hasta mi suegro me preguntó cómo me sentí con eso. Hay mucha gente que alienta por la Argentina en eventos grandes y apoya a cualquier deporte, aunque no lo conozca. Eso es lindo. Hay otros, también, que se enojan porque les parece aburrido o porque creen que es un deporte más de otro lado. A nosotros nos sirve la difusión, para que siga creciendo, porque históricamente cuesta que la gente que se acerca se mantenga y comience a jugarlo.
- Todavía es un ambiente reducido, ¿no?
Sí, lo difícil es que quienes llegan sostengan la actividad en el tiempo. La mayoría de los que jugamos somos hijos, sobrinos o conocidos de alguien que jugó antes. Al no ser un deporte tan conocido, puede que lleve un tiempo conocer las reglas, habituarse a su dinámica y encontrarlo divertido. Incluso, muchas veces los padres que traen a los chicos son quienes se terminan aburriendo y prefieren cambiarlos de disciplina. Buscar que la gente de afuera se sienta atraída es el gran objetivo.
- ¿Por qué creés que conectaste con el béisbol, más allá de la relación familiar?
Más que el deporte, lo que me enganchó fue mi grupo de amigos: todos mis amigos están ahí, en el club. Lo que me llevaba a ir a entrenar era juntarme con ellos. En un momento, pasó a ser una responsabilidad, sobre todo por la selección, pero siempre lo más importante fue ese encuentro. Cuando pienso en los viajes que hice y los torneos que jugué, lo que más recuerdo son los momentos, las cosas que viví con mis amigos. Somos pocos y nos conocemos mucho. Más que un equipo, somos un grupo de amigos, casi una familia.
DE SHORTSTOP A PITCHER
En sus comienzos, Lucas jugaba como shortstop y, de vez en cuando, tiraba como pitcher. En un momento, le sugirieron cambiar de posición, ya que en la Primera tenía a varios compañeros por delante y en la Segunda había más oportunidades de crecimiento. Aunque le divertía menos tirar, aceptó. Al año siguiente, fue convocado por primera vez a la selección mayor. Como pitcher, tuvo experiencias europeas en Alemania e Italia, donde probablemente vuelva a jugar en 2025. “Elegí bien y lo volvería a hacer, por más que sea una posición difícil”, afirma.