Hace un cuarto de siglo, el fotógrafo porteño Marcelo Gurruchaga, hasta entonces un laburante esforzado de la cámara, se reinventó con una iniciativa genial que continúa hasta hoy: organizar safaris fotográficos con viaje incluido. Empezó a escala de miniturismo, a la isla Martín García o la bahía de Samborombón, pero en pocos años la movida se extendió a todo el país y, más tarde, a los cinco continentes del globo. O seis, contando a la Antártida.
“Viajé por todo el mundo con los safaris. Armo grupos de 8 a 15 personas y me encargo de todo: los pasajes, los hoteles, las comidas y el transporte en el lugar”, explica. Agrega que participan desde sus propios alumnos hasta fotógrafos profesionales, y que pueden llevar cámaras a rollo, digitales o incluso celulares para sacar fotos (de hecho, él mismo se reconoce entusiasmado por la fotografía digital). “Lo fundamental es que cada participante pueda desarrollar su propio estilo e interés con total libertad, sin que yo busque influirlo ni transmitirle mi propia impronta, como suelen hacer algunos maestros consagrados”, aclara.
Su primera salida internacional fue a la ciudad de Ouro Preto, en el estado brasileño de Minas Gerais. “Allí hay una arquitectura y un arte barroco muy interesantes en una zona montañosa en pleno continente, lejísimo de cualquier playa”, cuenta. Le siguieron salidas a lugares tan distintos y distantes entre sí como el Lejano Oriente, Europa del Este o el corazón del África negra.
Como es de esperar, las anécdotas de los safaris son inagotables: “En Kenia fuimos a fotografiar a los gorilas acompañados por un ranger [guardia forestal]. Llegamos a un claro de la selva donde estaba toda la familia de gorilas comiendo y hasta había un ejemplar del famoso ‘espalda plateada’, una mole que pesa 400 kilos –describe–. Era intimidante, pero se nos acercó sin ninguna hostilidad, e incluso después los pudimos seguir por la selva como si fuéramos parte de la manada”.
En contraste, cuenta que el viaje a Japón fue netamente urbano y cultural. “Estuvimos en la época en que florecen los cerezos, cuando las familias hacen picnic en parques de Tokio y les caen sobre el mantel flores de los árboles. Es una ciudad llena de plazas y parques con árboles, incluso en pleno centro comercial, y por eso no es ruidosa ni estresante a pesar de ser una gran megalópolis”, describe.
Pero asegura que los safaris en la Argentina tampoco tienen desperdicio. Por ejemplo, el de Casabindo, en la Puna jujeña, para asistir a la fiesta de Asunción de la Virgen María, que se celebra con una gran devoción mixturada con los ritos de la Pachamama, e incluye el célebre toreo de la vincha, en el que el torero tiene que quitarle una vincha al toro. “Las primeras veces me sentía un extranjero, pero de tanto ir ya me aceptaron”, se enorgullece Marcelo.
“La fotografía no busca ser una copia de la realidad, sino que es una obra de arte en sí misma”.
Después de cada viaje, el grupo se reúne a hacer el balance final, al que cada uno lleva su selección de fotos. “Las analizamos y comentamos entre todos, y elegimos las que van a terminar en una muestra abierta al público. O en un fotolibro, ya sea físico o virtual, para darle un cierre y un sentido al viaje”, cuenta.
Cuando se le pregunta cuál es su lugar preferido de todos los que recorrió con su cámara, no lo duda: la Antártida Argentina, adonde fue muchas veces y de la que conoce todas sus bases. “Es un lugar donde se siente la sensación de infinito, y también es llegar a una zona donde poca gente llegó, pero lo más notable es que se hable de ‘continente blanco’, cuando en realidad es un mundo lleno de colores: los azules y grises del mar y del hielo, o el verde de la vida bacteriana. Si fuera todo blanco, no se podría ver nada, porque te deslumbraría”, asegura.
Fruto de esto es su libro Antártida: Los colores del desierto frío, que lo llevó a ser considerado entre los diez fotógrafos destacados del mundo por la revista de viajes y ecología GEO.
Es inevitable que al final de la charla surja una pregunta: ¿hasta qué punto puede reflejar la fotografía tanta belleza natural? A lo que Marcelo responde: “La vivencia no se puede reemplazar con una imagen, pero yo creo que la fotografía no busca ser una copia de la realidad, sino que es una obra de arte en sí misma”.