Fue en 1508 que el papa Julio II encargó a Miguel Ángel la decoración de la Capilla Sixtina. Por cierto, la obra, que fue inaugurada el 31 de octubre de 1512, fue una creación monumental que rompió los moldes del arte renacentista.
Cuando Miguel Ángel Buonarotti comenzó a pintar los frescos de la capilla Sixtina, en 1508, ya era un artista consolidado y de los más importantes de su época. La belleza de La Piedad de San Pedro, realizada en 1499, lo había consagrado ya a los 24 años de edad como el máximo escultor de su tiempo. Desde ese momento se lo disputaron los grandes clientes. En Florencia esculpió el gigantesco David, y se le encargó que pintara al fresco una pared de la Sala del Consejo del Palazzo Vecchio, junto a Leonardo.
Miguel Ángel, uno de los genios del Renacimiento, nació en el castillo de Caprese, en la Toscana, cerca de Arezzo cuando aún no había amanecido el 6 de marzo de 1475. Fue criado por una nodriza que era esposa e hija de cinceladores: “Tomé de la leche de mi nodriza los cinceles y el mazo con los que hago las figuras”, escribió.
Su obra constituye uno de los legados artísticos más bellos del mundo. Escultor, pintor, arquitecto y poeta, Miguel Ángel pasó su vida entre Florencia y Roma. Estuvo muy vinculado a la familia de los Médici, que fueron sus más importantes mecenas, llegando a recibir el encargo de esculpir cuatro tumbas para ellos. El papa Clemente VII le hizo el encargo de construir una biblioteca en la Basílica de San Lorenzo en Florencia y Miguel Ángel acabó construyendo la sacristía nueva.
Pero no fue solo escultor y pintor. También fue arquitecto, poeta, sabía de música y ciencias y fue un estudioso de la anatomía, a la que le dedicó doce años de su vida. Moriría en Roma, el 18 de febrero de 1564.
Cuenta un artículo del portal Infobae que era de estatura mediana, de espaldas anchas, cara redonda, frente amplia y de nariz un tanto hundida debido a un puñetazo recibido por un aprendiz como él, en el taller de los Ghirlandaio. Es que solía burlarse de los dibujos de los otros.
LA CAPILLA SIXTINA
En 1505, el papa Julio II quiso traerlo a Roma para que realizara su tumba, un grandioso proyecto que entusiasmó inmediatamente al artista. Sin embargo, entre ambos se produjo una ruptura clamorosa. El papa –contará Miguel Ángel en 1523– “cambió de opinión y ya no quiso hacerlo”, y llegó a expulsarlo cuando el artista se dirigió a él para obtener dinero.
Buonarroti, cuenta National Geografic, abandonó Roma “por esta afrenta”. Pero el papa insistió en que Miguel Ángel trabajase para él y reclamó enseguida su vuelta a Roma para un nuevo proyecto: los frescos de la bóveda de la capilla Sixtina (Se la denominó de ese modo en honor al Papa Sixto IV).
Miguel Ángel realizaría los frescos de la Capilla Sixtina entre 1508 y 1512. La restauración que se realizó en la década de 1990 mostró el increíble dominio técnico del pintor, que además no contó con ayudantes para la realización de las pinturas, tan solo unos obreros que prepararon la techumbre. El tamaño gigantesco de las figuras y la dificultad de aplicar la pintura en los techos curvos convierten este fresco en una creación excepcional. El propio artista comentó en sus escritos el dolor que le provocaba trabajar desde los andamios.
El artista había conocido la técnica de la pintura mural en el taller de Ghirlandaio, pero nunca la había puesto en práctica. Por lo que respecta a los frescos florentinos de la Batalla de Cascina, no había pasado de los cartones. En varias ocasiones proclamó que su arte, su “profesión”, era la escultura, no la pintura. En las cartas a los parientes, las escasas menciones al trabajo de la Sixtina expresaban el “grandísimo esfuerzo” y también el desánimo por las dificultades “al no ser yo pintor”. Aun así, no quiso renunciar a la anterior fuente de ganancias ni al nuevo y poderoso desafío que lo absorbió completamente durante cuatro años y medio.
En los muros de la capilla Sixtina se sucedían los frescos de Botticelli, Ghirlandaio, Cosimo Rossi, Perugino y Signorelli. La bóveda había sufrido dos restauraciones, la última completada con vistas a la intervención de Miguel Ángel. El 8 de mayo de 1508 se acordó un primer plan, pero al artista le pareció “cosa pobre”. Por ello el contrato se revisó en junio: se doblaron los emolumentos y el artista obtuvo pintar lo que quisiera, no sólo en el techo, sino también en las pechinas y en las lunetas.
Luego de un arduo trabajo, la obra, se inauguró el 31 de octubre de 1512.