Cultor de la música popular argentina, con su armónica ha recorrido el país y el mundo, alcanzando prestigio internacional. Un presente buscado y un futuro sin límites. “Siempre estoy craneando algo”, dice.
La carrera de armonicista no existía en el horizonte de Franco Luciani (42). Mientras crecía en la ciudad de Rosario, se fue acercando a la música y la convirtió en su profesión. Primero estudió batería y percusión sinfónica, pero la armónica lo abrazaría años más tarde para no soltarlo.
Señales había. En las tardes que acompañaba a su papá en los repartos de la distribuidora familiar, la sacaba de la guantera cuando su “viejo” le pedía que armara melodías, y él las lograba antes del siguiente negocio. También, en clases de audioperceptiva, cuando terminaba primero y sin equivocarse los dictados rítmicos, los maestros le preguntaban cuál era su instrumento. “Batería”, decía el joven Franco, y ellos le respondían: “¡Qué desperdicio!, debería estudiar violín o piano”. La facilidad melódica era evidente.
Recién en 2002 se marcaría el inicio de este presente que lo consagra como uno de los mejores armonicistas del mundo. Tenía una banda con amigos, pero se presentó al certamen Pre Cosquín como solista instrumental con la armónica y ganó. Después, el histórico festival de folklore le entregó el premio Revelación de ese año. Ahí empezó todo. Ahora, goza de reconocimiento nacional e internacional, y forma parte de la galería “Master of the harmonica” de una prestigiosa marca alemana. Además, ha compartido escenario con consagrados como Mercedes Sosa, a quien acompañó en su última gira internacional.
Ganador de tres premios Gardel, el año pasado sumó Frutos del país y Tangos cruzados, junto a Fabrizio Mocata, a los diez discos publicados como solista y en grupo. Está preparando un libro de obras que compuso para armónica cromática –la que toca– y un documental sobre el concierto celebración de sus veinte años de trayectoria. “Es difícil hablar de un mejor o peor momento. Soy una persona activa, siempre estoy planeando algo”, revela el también cantante, que se encuentra de gira por Europa.
- ¿Te costó decidirte por la armónica?
Es un instrumento superpopular, recontraconocido, pero no está relacionado a un instrumento profesional. Si no me pasaba lo de Cosquín, no me habría caído nunca la ficha, ese fue un empujón muy grande para que dijera “Es por acá, esto es lo mío, si vas por ello, es tuyo”. A partir de ahí me puse a trabajar y adopté la posición de darle con todo. Lo bueno es que me pude mantener en la armónica, fue un proceso donde todo tiene que ver, hasta el estudio de batería, para que pueda tener esta profesión que no es tan común.
- ¿Imaginabas este presente?
No, pero siempre lo busqué, tuve la ilusión y fui en busca de ese objetivo desde lo más sincero y el profundo amor al oficio y a la música, no desde un lugar ambicioso. Aprendí que el camino tiene cosas hermosas y que también encierra muchos esfuerzos que tal vez no son los que se ven al poner el producto en la vidriera.
- Sos uno de los mejores del mundo, ¿lo sentís así?
Es difícil de responder por lo autorreferencial, pero también hay que saber el lugar que uno ocupa y poder leer las cosas que te suceden. Cuando empecé, no había exponentes jóvenes, entonces he marcado una generación. Pensemos que el último había sido Hugo Díaz, con una obra eterna, pero que falleció en el 77, yo nací en el 81 y recién a mis 20 se empieza a ver un solista del instrumento que vuelve a ocupar lugares como los medios o el escenario invitado por artistas masivos. Eso me fue posicionando, primero en mi país, no solo como instrumentista con la armónica, sino como un nombre propio de la música argentina. Por supuesto, lo veo y lo tomo con regocijo y, a su vez, con mucho compromiso. Por otro lado, tengo un sonido propio y particular, que es representativo de acá, pinto mi aldea con la armónica. Eso me ha dado un reconocimiento muy importante que crece cada día en el exterior.
- ¿Ayudaste a visibilizar el instrumento?
La armónica como carrera profesional no es fácil en ningún rincón del mundo. Cuando empecé realmente había pocos colegas y venían de la época de Hugo, de dos generaciones más arriba, pero de la mía, no había nadie en actividad. Hoy eso ha cambiado y me da alegría verlo, no soy el único que graba discos y viaja al exterior. Lo mejor que me puede pasar es que el instrumento crezca, y sé el lugar que ocupo como referente, sé que he puesto mi grano de arena desde aquel 2002.
- ¿Por qué soñabas con llevar tu música afuera?
Me parece importante y es muy lindo poder decir “Este soy yo, estos son los colores, los aromas, los paisajes del lugar de donde vengo”. Siempre vi con mucha admiración a Mercedes Sosa, Atahualpa y Piazzolla, porque iban por el mundo llevando la música argentina y haciendo disfrutar al otro. Ese papel me gustó por eso, no por decir “Estoy haciendo patria”, ojalá sí, pero sobre todo porque uno lo hace con amor y respeto, y quiere compartirlo.
CAFÉ CON TITULARES
“Disfrutar solo o acompañado una taza de café es de las cosas más lindas de la vida, las cosas simples. Me gusta mucho”, dice, y revela que, sin ser especialista, cuando visita con sus giras un país cafetero, se trae algunos paquetes.
Hace un tiempo que ya no realiza un inventario de sus armónicas, perdió la cuenta a medida que se sumaban ejemplares. La mayoría descansa en su casa, unas tres quedan disponibles arriba de la biblioteca o en algún costado para alguna práctica rápida, y son cinco o seis las que conforman el plantel titular que siempre va con él en su bolso de viaje.