Desde muy chico se imaginaba como futbolista, y lo intentó tenazmente, rebotando en diferentes clubes, hasta que por fin lo consiguió. Hoy es uno de los animadores del fútbol argentino.
Foto: Leandro Gómez
Apenas treinta segundos se jugaban de la segunda mitad en “la Bombonera” cuando el zurdazo de Santiago Rodríguez sacudió la red. El “Morta”, después de abrazarse con sus compañeros, levantó los brazos y señaló al cielo, convencido de que allí festejaba su abuelo materno, aquel con el que compartió cientos de tardes y noches de fútbol. Aquel que no dudó en vaticinar que su nieto llegaría a Primera.
El 11 es una de las figuras de Instituto, uno de los grandes de Córdoba que volvió este año a la máxima categoría del fútbol argentino y en un puñado de partidos pudo cumplir uno de los sueños de gloria que alimentó desde muy chico: jugar, meter un gol y ganar en el estadio que define como “un templo”.
Nació en Arizona, un pequeño pueblo de San Luis de alrededor de 1600 habitantes, y se le instaló muy temprano en la cabeza que su futuro estaría dentro de una cancha. Las piernas, cargadas de talento, acompañaron. Categoría 1997, jugó muchísimas veces con chicos dos años mayores, un poco porque le daba el nivel y otro poco porque jugadores de su edad, además de él, solo había uno en el pueblo. Era jugar con los más grandes o trasladarse a La Maruja, en La Pampa, que queda a 40 kilómetros. Él hacía las dos cosas.
“En La Pampa había una familia que me recibía como si fuera su hijo. A veces me iban a buscar. Cuando no podían, yo le mentía a mi mamá diciéndole que me iba con ellos, pero me iba a la ruta a hacer dedo para poder llegar. Jugaba torneos relámpago, esos que se arman en un día o en una noche. Eran informales, por plata, por un lechón, por lo que fuera. Me gustaba mucho jugar eso, lo disfrutaba. A mi viejo no tanto, porque recibía muchas patadas. Había gente que no medía y te iba a pegar con mala intención. También jugaba una liga pampeana en la que fuimos campeones. Fuimos los mejores de la provincia en nuestra categoría. Me crie muy bien, aprendí muchas cosas como jugador y como persona. Un montón de cosas he vivido”, confiesa.
- Todo por las ganas de jugar…
Sí, siempre fui enfermo por el fútbol. Todas las locuras que he hecho de chico, las hice por el fútbol, no por otra cosa. Por eso hoy estoy muy agradecido con la vida, con el fútbol. Todo lo que tengo lo tengo gracias a eso. Vivo de esto, siempre confié en que se me iba a dar.
- Pero costó: te probaste en Boca, River, Argentinos Juniors, Banfield, Belgrano, y no quedaste en ningún club, ¿qué pensabas en esos momentos?
En un principio sentí que iba a seguir teniendo posibilidades, pero a medida que pasaban los años esas esperanzas se achicaban un poco. Cuando me probé en Belgrano y me dijeron que no, ya tenía 17. Ahí dije “Ya está”, pero no llegué ni a pensar en un plan B para mi vida, porque al poco tiempo jugué un torneo intercolegial, me vieron de Estudiantes de San Luis y me llevaron. A los tres, cuatro meses, ya había debutado en el Nacional.
- Por ese recorrido, no hiciste inferiores en ninguna parte, ¿sentiste esa falta?
Sí, me hubiese encantado haber hecho inferiores, pero no tuve la oportunidad. No sabía cómo manejarme con la alimentación, el entrenamiento extra, los cuidados. Me costó mucho adaptarme, no sabía algunos movimientos ni las tácticas. Día a día fui mejorando y creciendo, con gente que me ayudó mucho. Hoy me siento más completo y mucho más jugador.
Después de cinco años en Estudiantes, se fue a Almagro, club desde el que recaló en Córdoba para sumarse a un Instituto que arrastraba años y años de frustraciones deportivas. Santiago fue una pieza importante en el equipo que consiguió el ansiado ascenso a Primera. “Esa tarde fue espectacular. Fue la primera vez que me pasó, mi primer ascenso. Nuestras familias nos acompañaron durante todo el año, nos bancaron, y pudieron compartir esa alegría. Y la gente también la esperó mucho”, cuenta.
- Algo más que tachaste de la lista de sueños…
Sí, siempre soñé con ser jugador profesional. Lo que soy hoy es consecuencia de ese deseo que tuve desde chico. Me pasó de la nada, un poco tarde, pero yo estaba tranquilo porque sentía que en algún momento se me iba a dar. Tuve la paciencia necesaria para que las cosas llegaran. Me queda mucho por cumplir todavía, y voy a seguir dando todo para que llegue.
TIERRA DE FUTBOLISTAS
Hay ciudades enteras sin representantes en Primera. Provincias que cuentan con los dedos de una mano, o ni siquiera eso, a sus futbolistas que pudieron llegar. En Arizona, sin embargo, se enorgullecen por contar con tres “embajadores”: Santiago Rodríguez en Instituto, Santiago Solari en Defensa y Justicia, y Pablo Solari en River.
“Santi, el de Defensa, es un gran amigo mío. Es un año más chico que yo, y nos criamos juntos, fuimos al mismo colegio. Pablito es un poco más chico, pero también compartimos bastante. Para el pueblo es un orgullo grande que estemos donde estamos, y nosotros tratamos de representarlo de la mejor manera”, dice Santiago.