Desde muy chico decidió que el golf sería su vida. Adquirió una madurez temprana y comenzó a tomar decisiones en función de un futuro que ya llegó: terminó su etapa universitaria y comenzó a desandar el circuito profesional.
Foto: Gentileza Mateo Fernández de Oliveira
Tenía tres años cuando agarró un hierro número 7 para niños, en el patio de su casa, y golpeó una pelota por primera vez. Estaba junto a su hermano, apenas mayor, y el padre de ambos, quien cumplió en trasladar la pasión que él mismo heredó de su padre. Mateo Fernández de Oliveira no recuerda el momento con exactitud, no consigue traerlo a la memoria al proponérselo, pero algo en su interior se sacudió aquel día. Hubo una conexión que alimentó con los años y hoy le permite dar sus primeros pasos como profesional.
Del patio de casa en San Isidro, provincia de Buenos Aires, pasó a jugar nueve hoyos junto a su abuelo en el club, por las tardes, a la salida del colegio. A los seis, comenzaron los primeros torneos. “Me gustó mucho la competencia. A todos nos gusta ganar, y a mí se me dio en los torneos de menores. Me iba bien, sentía una progresión en mi juego, pude representar a la Argentina. Los torneos se ponían más divertidos y exigentes. Todo el combo fue enganchándome cada vez más. Realmente, hasta hoy, lo que me sigue atrapando y gustando de este deporte es que uno nunca para de aprender. Torneo a torneo hay que ajustarse a lo que te exige cada cancha, cómo juega cada pasto, cada green. Me hace mantenerme despierto, disfrutando de una forma diferente”, explica.
- Para un chico no suele ser el deporte más común, comparado con los de conjunto, ¿sentías esa diferencia?
Sí, mi hermano cambió el golf por el fútbol. Pero tuve mucha suerte, porque arranqué en un grupo de chicos del Club Náutico todos juntos. Me hice muy cercano a ellos y, cuando iba creciendo y mejorando, conocí más gente en los torneos. En ningún momento sentí que me quedaba solo. Sí me pasó que sentí como si viviera dos vidas paralelas al mismo tiempo, entre el colegio y el golf.
- ¿Por qué?
Iba a un colegio solo de hombres, y todo el tiempo hablábamos de fútbol y estábamos pensando qué macana hacer para divertirnos. En el mundo del golf era diferente: la mayoría era más grande que yo, y había mucho respeto por las reglas. En este deporte sos tu propio árbitro. No es como en el fútbol, donde si hacés una falta, te la pueden cobrar o no, y entonces hacés cosas buscando que no se dé cuenta el árbitro. El golf es un deporte en el que casi no existe sacarles ventaja a las reglas. En definitiva, estás solo en la cancha y sos tu propio juez. La honestidad es el primer valor que el golf te enseña.
- ¿Sentías que habías madurado más que tus compañeros?
A veces sí. A veces me mandaba alguna cagada, me daba cuenta, y pedía que me pusieran la sanción a mí, sin esperar a que me descubrieran. Mis amigos no tenían eso.
- ¿En qué momento comenzaste a tomar decisiones en torno al golf?
La primera decisión fuerte y difícil que tomé fue dejar el colegio en 2016. Me cambié a uno a distancia. Iba a uno doble turno, y quería tener más disponibilidad para entrenamientos y torneos. Pasé de ver a mis amigos todos los días a no verlos tan seguido, me perdí los últimos dos años de colegio, probablemente los más divertidos. Lo mismo me pasó cuando me tuve que ir a la universidad. Elegí la de Arkansas, en Estados Unidos, porque el golf universitario tiene un nivel realmente muy bueno. Dejé a mi familia, a mis amigos, para irme a vivir a otro país, con otra cultura. Creo que casi todas las decisiones que tomo en mi vida están relacionadas con lo que va a ser mejor para mí en el golf. Es un poco egoísta, porque dejo de pasar tiempo con mi familia, mi novia y mis amigos, pero siento que soy un afortunado por poder hacer lo que más me gusta.
En 2017, ganó una medalla de bronce y una de oro en los Juegos Suramericanos disputados en Santiago de Chile; al año siguiente, ganó el bronce en los Juegos Olímpicos de la Juventud que se realizaron en Buenos Aires. Ya en Estados Unidos, disputó durante años el clásico torneo universitario Latin American Amateur Championship (LAAC), que finalmente pudo ganar este año, en su último intento antes de convertirse en profesional. “Es un torneo que siempre tuve entre ceja y ceja, lo quise ganar desde la primera vez que lo jugué. Cada año me enseñó un poquito más. El año pasado salí segundo, me quedé corto por un golpe. Es una gran oportunidad para los amateurs latinos, nos cambia la vida. Haberlo hecho en mi último año de la universidad y en mis últimos meses como amateur fue la frutilla del postre para cerrar una etapa de mi vida que disfruté mucho”, confiesa.
MAJORS
Al consagrarse campeón del Latin American Amateur Championship (LAAC), adquirió el derecho de competir en algunos de los torneos más importantes del circuito profesional: fue parte del Masters de Augusta, el Abierto Británico y el Abierto de Estados Unidos.
“Me di el gusto de poder competir contra los mejores del mundo justo antes de hacerme profesional. Quería demostrar que podía jugar bien, tener un buen resultado, y eso me produjo ansiedad, que no es lo ideal para competir. Creo que fue algo extremadamente valioso para mi preparación, gané mucha experiencia para lo que viene”, cuenta.