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Gaspar Offenhenden: “Es muy lindo causar emociones”

Tiene solo doce años y deslumbró con su actuación en una de las series más vistas del año en la Argentina. La pulsión por expresarse, la insistencia y el talento, combinados en un niño que juega en serio.

Fotos: Pato Pérez

Cuando Gaspar Offenhenden sonríe, lo hace con el rostro entero. Todo comienza en los ojos, que se achispan y achinan levemente, y esa energía cae en cascada hasta su boca. Los dientes son la conclusión, el último toque para transmitir una emoción que se derrama en quienes la observan. Ante todo, Gaspi es eso, un propagador de emociones. 

“Más de una vez hemos buscado, ahondando en nuestra lejana infancia, la época en que empezamos a fantasear […]. En nuestros recuerdos más lejanos encontramos sueños”, dicen las primeras líneas de Vida imaginaria, el libro que reúne algunos artículos de la escritora italiana Natalia Ginzburg. Gaspi tiene esos recuerdos todavía muy cerca, y evoca el acto escolar que desencadenó todo: “Me tocaba cerrar la obra. No me acuerdo qué papel hice ni qué dije, pero era algo gracioso. Miré a todos, escuché un montón de risas y pensé ‘Esto es lo que me gusta’. Es muy lindo causarles distintas emociones a las personas”.

En ese preciso instante, una puerta se abrió y dejó entrar al futuro. Él lo supo, de manera más intuitiva que racional, y obró en consecuencia. Una curiosidad inicial, la intuición a flor de piel y la convicción suficiente para prestarle atención y defenderla se combinaron en sus primeros pasos como actor.

En su casa, su pulsión por actuar fue contenida, e incluso repelida, durante un tiempo. Su mamá se resistía a ceder ante el pedido de comenzar una nueva actividad. La falta de antecedentes artísticos en el entorno más cercano, la complicación de toda dinámica familiar cuando las tareas se amontonan y la imposibilidad de anticipar lo que vendría luego fueron los motivos de esa negativa inicial. 

Pero Gaspi no se conformó y siguió exigiendo su oportunidad de probar, aunque para eso debiera renunciar a alguna de las clases que ya tomaba en ese momento. El fútbol jamás sería sacrificado (fanático de Ferro, se entusiasma y antes de la entrevista busca los goles del fin de semana para mostrar su incursión exitosa a la cancha), así que le tocó a la música correrse a un costado. También en ese terreno dio algunas señales de lo que se confirmaría este último año: el arte se instalaba como espacio de expresión, y un toque de distinción acompañaba sus decisiones, como la de preferir, entre la amplia gama de instrumentos posibles, la flauta traversa, que no es precisamente de los instrumentos más populares (“Me pareció algo raro, veía que nadie la tocaba, y entonces para mí estaba bueno intentarlo”, explica).

El azar hizo lo suyo y, a la hora de buscar clases de teatro que se ajustaran a la escolaridad extendida de Gaspi, su mamá rastreó opciones cerca de casa. Lo primero que encontró fue el estudio de Nora Moseinco, mítica cantera de niños, niñas y adolescentes actores y actrices. De allí salieron, entre muchos otros, Justina Bustos, Martín Slipak, Ailín Salas, Martín Piroyansky, Inés Efrón, Violeta Urtizberea, Julieta Zylberberg, Iair Said, Paula Grinszpan, Marina Bellati, Alan Sabbagh, Laura Cymer y Nahuel Pérez Biscayart. “Mi mamá no sabía que lo de Nora era un lugar importante. Ella es abogada, y mi papá trabaja en producción de eventos, o algo así. Después nos enteramos de dónde estaba”, dice.

  • ¿Qué te generó cuando lo supiste?

Pensé que estaba bueno, pero nada más. Después me di cuenta de lo mucho que me sirvió haber ido ahí para poder quedar en el papel de Fito. Yo pensé que entraba, me daban un guion y actuaba eso, pero cuando fui a la primera clase no entendía nada. Es completamente otra cosa, se trata de improvisación, del movimiento del cuerpo. Fue raro al principio, pero me acostumbré y me gustó. Ahora son muy divertidas las clases.

  • ¿En qué creés que te ayudó para el casting?

En la improvisación, porque me pidieron eso en un momento. La escena que tenía que hacer era triste, y me salió llorar. Me salieron lágrimas.

  • ¿Cómo llegaste a esa emoción?

La escena fue un poco fuerte para mí, y yo de verdad me angustié. Por eso me salió llorar. Después es como que estoy ahí un momentito. Puedo dejar de llorar, pero me sigue sonando algo en la cabeza.

  • ¿El personaje tarda en irse?

Es como que me cambia el chip, me cambia la persona. Cuando me dicen “Acción”, soy Fito, por ejemplo. Me dicen “Corte”, y soy durante un minuto más Fito; después de un rato, soy Gaspi de vuelta.

El primer contacto con el mundo laboral no fue lo que vio antes la luz en público: Gaspi participó en la serie Privier, donde interpreta al mismo personaje que Alberto Ajaka, el protagonista. La explosión llegó, sin embargo, con El amor después del amor. Allí, fue un pequeño Fito Páez en pleno despertar (artístico y de vínculos de todo tipo), que forjaba su personalidad en medio de tempestades varias. Los rulos y su figura espigada colaboraron; su inteligencia y carisma, también; pero el factor fundamental que inclinó la balanza a su favor en el proceso de audiciones fue el deseo genuino de bucear en esta profesión, esta vocación innata por contar a través de su cuerpo.

“Todavía soy niño, pero ya no pido regalos, tengo todo lo que necesito”.

La conexión con sus emociones en el plano profesional fue, a su vez, una oportunidad para hacerlo en el ámbito personal. En una etapa en la que el proceso de adquirir autonomía a veces implica, como efecto secundario, el levantamiento de muros a su alrededor, Gaspi y su mamá (principal acompañante en el set), se encontraron con un nuevo espacio compartido. Entre escena y escena, con la sensibilidad a flor de piel y tiempo para atenderla, construyeron un nuevo lenguaje. Parafraseando a Fabián Casas: una técnica que sirve para actuar, si no te sirve para vivir, no te sirve para nada. Gaspi lo entendió de entrada.

  • ¿Cómo fue para vos ser el único chico entre tantos adultos?

Al principio me sentía un poco nervioso, porque ellos tenían un montón de experiencia, y yo, nada. Sentía la presión de hacerlo bien. Una presión mía. Después me fui aflojando. En un momento, llegaba y estaba recanchero. La primera vez que me acompañó mi papá, yo le enseñaba a él por dónde había que ir, le explicaba todo.

  • ¿Y cómo te sentías con tu desempeño?

Bien, porque los demás me felicitaban. Campi, los demás actores, los de técnica. Ahí me di cuenta de que lo estaba haciendo bien.

  • ¿Qué fue lo más divertido de todo esto?

Todo. Lo único que se ve en la serie es lo que actuamos, pero hay mucho más. Por ejemplo, una escena de treinta segundos se puede llegar a filmar en tres horas. Siempre estás hablando con alguien, no hay ningún momento en el que no estés interactuando con otra persona.

  • ¿Lo viviste como un trabajo?

No, lo veo como un hobby. Por ahora me gustaría seguir actuando, al menos hasta la adolescencia. Cuando se me presenten castings, voy a ir. Podría ser un trabajo más adelante. Me encanta el fútbol, también, pero no sé si me gustaría ser futbolista. Es mucho sacrificio, creo. Me gustaría no ser solamente actor, sino estar relacionado con otras cosas del cine, como la dirección. Antes no tenía ni idea de lo que era un director, pero ahora entiendo el rol, el laburo. Es tremendo. Me copó ver cómo manejaban todo, cómo pensaron la historia.

Parado en el umbral que separa a la niñez de la adolescencia, este año no solo trajo a su vida la exposición pública y la apertura a un nuevo oficio. También fue el año en que vivió su primera fiesta, y el de su viaje de egresados de séptimo grado. Hay un quiebre, nuevos horizontes que se asoman, un nuevo colegio (la pérdida de cotidianeidad con algunos de sus amigos actuales, la incorporación de nuevos rostros a su día a día), intereses que quedan de lado y otros que toman su lugar. “Ahora veo más series o pelis que dibujitos. Ya no veo cosas animadas. Dejé de jugar a la mancha, ya no salto a la soga. Me doy cuenta de que me dejan ver más cosas, y entiendo chistes que hace dos años no hubiese entendido. Me dan un poco de vergüenza los videos de TikTok que subía con mi hermana durante la pandemia”, confiesa.

  • En el Día de la Niñez, ¿vas a pedir algún regalo?

No, sé que todavía soy niño, pero ya no pido nada. No me interesan mucho los regalos. Tengo todo lo que necesito. 

«EL MEJOR»

Martín Campilongo, Campi, fue el actor que más escenas compartió con Gaspi en su papel de Rodolfo Páez, papá de Fito. Cuenta su experiencia: “Trabajar con Gaspi fue un placer enorme. El primer día que volví de una escena con él, le dije a mi mujer: ‘Hoy me tocó actuar con el mejor actor de la serie’. Lo que tiene es que es un niño, y eso es lo que debemos tener todos los actores de por vida: el niño a flor de piel para jugar. Gaspi jugaba, se divertía, hacía sin ningún problema lo que le pedían. Un adulto está lleno de cosas, de trabas, se cuestiona si corresponde, si sale bien en cámara, si la luz le pega bien o mal. Y no nos tiene que importar eso. Tenemos que ir más por el camino de Gaspi. Fue divino laburar con él, nos divertimos mucho. Aprendí un montón y recordé unas cuantas cosas que con el tiempo se van olvidando. Lo adoro, y el escenario o alguna cámara nos pondrán de nuevo a laburar juntos. Eso lo sé”.

«QUE SEA UN JUEGO»

Felipe Gómez Aparicio dirigió, junto a Gonzalo Tobal, El amor después del amor. Ambos, junto al showrunner de la serie, Juan Pablo Kolodziej, y algunos ejecutivos de Netflix (teniendo en cuenta, además, la opinión de Fito Páez), fueron los encargados principales de elegir a los protagonistas. Sobre el trabajo con Gaspi, recuerda: “Me sorprendió mucho el nivel de memoria y detalle que Gaspar tenía sobre todos los guiones, que fueron ocho capítulos. Sabía absolutamente todo lo que pasaba en la historia a nivel de continuidad, narrativo y de relato. Con los días, se empezó a convertir en parte del equipo, y cuando pasa eso con los actores es lo mejor. Ahí es cuando sale la magia. Eran enormes sus ganas. Teníamos que pararlo, si era por él se quedaba a vivir en el set todos los días. Eso es lo primero que tratamos de identificar antes de elegir a un niño para un proyecto. Lamentablemente, en algunos casos hay una imposición de los padres. Con Gaspar pasó todo lo contrario. No solamente me encontré con un niño superinteligente y sensible, sino que además conocí a su mamá y su papá, y descubrí que el que quería hacer esto era él, que los empujó a ir al casting. Quiero evitar, por más que parezca que un chico puede hacer un personaje, que lo haga por obligación. Quiero que sea un juego y que le guste. Gaspar es un pequeño actor con una sensibilidad increíble, es un gran artista”.

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