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Ana Falú: La urbanista de las mujeres

Ganadora del Premio Iberoamericano de Arquitectura y Urbanismo 2022 por sus aportes al urbanismo feminista, Ana Falú explica de qué manera la sociedad toda ganaría si se tuvieran en cuenta las necesidades y demandas de las mujeres.

Fotos: Sebastián Salguero

En esto todos ganan, como en la perinola”, dice Ana Falú con una sonrisa. Se refiere a las consecuencias positivas que tendría sobre la vida de los habitantes de una ciudad la aplicación de políticas públicas que tengan en cuenta a las mujeres. Pensar las ciudades en clave feminista ha sido uno de los principales desvelos de esta arquitecta nacida en Tucumán, investigadora y profesora emérita de la Universidad Nacional de Córdoba y también directora de CISCSA-Ciudades Feministas, una organización no gubernamental con más de veinte años de historia. El año pasado recibió el Premio Iberoamericano de Arquitectura y Urbanismo por su trayectoria en el campo de la planificación urbana, la arquitectura y el diseño desde la perspectiva de la inclusión y del género. “Me tomó muy de sorpresa y me llenó de alegría, porque el premio se dio en el marco de la bienal que tuvo como nombre ‘Habitar al Margen’, que invitaba a pensar la arquitectura desde lugares distintos de los icónicos”, afirma. El premio reconoce, precisamente, una carrera marcada por la búsqueda de integración de quienes suelen vivir al margen “en ciudades diseñadas para los hombres blancos, jóvenes y heterosexuales, donde el automóvil es protagonista”. Falú es la segunda mujer en recibir esta distinción, la precedió Rosa Grena Kliass, arquitecta paisajista brasileña que jugó un papel fundamental en el reconocimiento y la expansión de la profesión en su país.

Al amparo de la sombra de un tilo que plantó hace años en el patio de su casa, la activista reconoce que en las ciudades hay cosas que se hacen bien. “No vamos a negar la obra que se lleva a cabo, pero también es necesario diseñar políticas que incidan en la calidad de la vida cotidiana, y son las mujeres las que todavía sostienen la vida cotidiana”, remarca.

  • ¿Qué es exactamente el urbanismo feminista?

Cuando hablamos de urbanismo feminista, hablamos de incluir a las mujeres como sujetos de derechos distintos de los varones. ¿Y por qué decimos esto? Es muy sencillo: si mirás la vida cotidiana de las mujeres en relación con la de los hombres, las mujeres siguen siendo en su mayoría las cuidadoras de los ámbitos reproductivos, de los ámbitos domésticos. Si bien es cierto que esto está cambiando, pero muy incipientemente, las mujeres continúan ocupándose de la infancia, de las personas dependientes, de los adultos mayores. Entregan su vida en el cuidado, viven vinculadas a esto. Entonces, la forma en que las mujeres usan y viven los barrios y la ciudad es muy distinta de la de los varones. Es desde este análisis que aparecen el tiempo y el espacio como dos vectores centrales en la vida de las mujeres. La ciudad extensa, desigual, fragmentada, les ofrece más dificultades. Porque hay distancias por recorrer, las infraestructuras no están distribuidas de igual manera ni con igual calidad. Hay un uso del tiempo que les quita autonomía y libertades. Los estudios del INDEC de la Argentina sobre el uso del tiempo muestran claramente cómo las mujeres tienen un tercio más del tiempo dedicado a estas tareas que los varones. Y no entremos a analizar qué tareas son, porque vamos a encontrar que las mujeres son las que se ocupan de la higiene, la limpieza, la atención escolar, la salud, el abastecimiento…, y los varones lavan el auto, juegan con los chicos, muy de vez en cuando hacen los deberes, rara vez cuidan a los viejos. Lo cual habla de una ciudad que necesita reparar esto para generarles más tiempo a ellas. Esta es la dimensión material del hogar. El urbanismo feminista, entonces, se pregunta qué ofrecen o qué no ofrecen en la materialidad los barrios, cuánto incorpora la planificación de la política municipal a las mujeres con sus necesidades específicas o cuánto las omite… Y cuando las omite, las está invisibilizando. Esto es lo que interpela el urbanismo feminista. Pone a las personas en el centro del pensamiento arquitectónico, mira a todos los sujetos que la habitan y se enfoca en las mujeres, porque además, son mayoría y las olvidadas en la política.

  • ¿Una política que incluya a las mujeres también incluye a otras minorías?

Sí, claro, cuando ponés una mirada sobre las mujeres como sujeto social de derechos, también mirás a otros sujetos de la vida de la ciudad. Te preguntás, por ejemplo, ¿qué pasa con la población LGTBIQ? Cuando mirás a las mujeres, podés mirar a los migrantes, a los negros, a los indígenas, podés mirar más allá del lente androcéntrico que coloca al varón como centro de la política.

  • Las distancias en una ciudad, los equipamientos que tenga o no tenga, son todos aspectos materiales…

Sí, yo tengo una frase que dice que las infraestructuras edilicias de cuidado, de educación, de salud, son un instrumento de redistribución social. En los barrios de mayor pobreza o más degradados hay que generar infraestructuras de cuidado, porque es donde hay mayores necesidades. A veces ni siquiera entra el transporte, o no hay una parada de colectivo que proteja del sol o la lluvia. Y son las mujeres las que van al hospital con los chiquitos. Si observás el transporte público, vas a ver que los varones, en general, van con su mochilita, y las mujeres van con la mochila, el bulto de las compras, el niño de la mano, siempre con mayor carga y dificultad. Y nuestro transporte público no está pensado para esto. 

  • No parece demasiado complicado saber mirar y aplicar el sentido común para diseñar estas políticas. ¿Qué lo impide?

Yo creo que hay ignorancia, una ignorancia que se repite en algunas frases. Porque hoy es políticamente correcto hablar de las mujeres, y creo que ningún político se permite no levantar alguno de los puntos de la agenda feminista, levantan los que tienen más marketing. Sin embargo, no entienden la importancia de dotar de estos instrumentos a la población, porque eso es generar autonomía a las mujeres para que puedan hacer vida política, estudiar, trabajar, aportar al desarrollo. No vamos a poder avanzar en ese sentido si no entendemos que el mundo privado, el mundo reproductivo, está estrechamente vinculado con el mundo productivo. Ni vos ni yo podríamos trabajar si no tuviéramos resuelto el mundo reproductivo, porque hay que comer, tener ropa limpia y atender la infancia si queremos tener argentinitos en las próximas generaciones. Hay resistencia, hay ignorancia y también se priorizan otras cosas.

  • ¿Es más caro?

No, es al revés: esto trae una serie de beneficios a la sociedad, porque permite que los hogares puedan incrementar sus ingresos, es sustentable totalmente. Si ponemos atención en estos temas, vamos a contribuir a que tanto varones como mujeres, como la población de la diversidad, puedan sumar de mejor manera al desarrollo, trabajar con mayor tranquilidad y romper el suelo pegajoso ese que todos los días nos impide a las mujeres salir y nos crea tanta culpa: dejamos los chicos, no hemos preparado la comida, no hemos comprado…

  • ¿Cuál sería el tamaño ideal de una ciudad?

El tamaño ideal de una ciudad tendría que ser una ciudad caminable, una ciudad compacta. Es algo que se ha discutido mucho durante la pandemia, mucha gente dijo “Hay que irse a vivir al campo…, hay que dejar la ciudad”. El tema no es la densidad urbana, hay ciudades de densidades medias, medias-altas como Barcelona, una ciudad con el Plan Cerdá, de la manzana abierta, en donde el centro de manzana son lugares de juegos de chicos, plazas, con distintos espacios de encuentro. Si comparás Córdoba, que tiene 24 por 24 kilómetros, con Rosario, Rosario es más compacta. Y si la comparás con Barcelona, Barcelona es mucho más compacta, y tienen la misma cantidad de población. La ciudad extendida significa más gasto energético, consumo de tiempo, recorrido de servicios, de basura, agua, cloacas, transporte público. Tenemos que cuidar el concepto de la ciudad compacta, porque la ciudad compacta con espacios de encuentro es la ciudad amable, donde encontrás todos los servicios a la mano.

  • ¿En ciudades grandes qué harías?

Descentralizar. Los CPC [N. de la R.: Centros de Participación Comunal creados en la ciudad de Córdoba en 1991] son fantásticos como idea, con todo lo que podríamos criticar en cómo se implementaron. Una propuesta excelente que fue tomada por Rosario. Mirá qué fácil sería que en cada CPC tuviéramos un lugar de cuidado infantil y cuidado de adultos mayores con una amplitud horaria importante, de calidad, con acuerdos con la universidad, para que los estudiantes puedan hacer pasantías y tenga un bajo costo para el estado. No creo que sea un problema de dinero. 

  • Si tuvieras poder de decisión en un gobierno local, ¿cuáles serían las primeras medidas que tomarías?

La primera sería una consulta popular para saber cuáles son los diez puntos que quieren levantar para tener una ciudad más amigable. Y lo haría por barrio. Después, cuáles son los tres primeros. Y sobre eso, convocaría a especialistas y a todas las universidades. Creo que con esa metodología de consulta, de comprometer a la población, en especial a las mujeres, podríamos detectar las dos o tres demandas más sentidas para hacer sus vidas más libres, más seguras, mejores. 

MARÍA

“Si me cortan la rama del árbol que me tapa la única luz que tenemos, estaríamos más seguros de noche caminando en el barrio”. La que habla es María, una vecina de la ciudad de Córdoba, y su opinión forma parte del proyecto “Voces de mujeres diversas por ciudades seguras, inclusivas y sostenibles”, que coordina CISCSA-Ciudades Feministas junto a otras cinco organizaciones latinoamericanas.

Para Ana Falú, las violencias tienen estrecha vinculación con la calidad de los espacios públicos; no solo con las plazas, sino con las calles, sobre todo en los barrios más pobres. “Con cosas muy pequeñas podemos colaborar a una sensación de mayor seguridad, siempre con metodologías participativas, cosas como la iluminación, la calidad de la vereda, el pavimento o el tratamiento de la calle de tierra, la forestación, los equipamientos. ¿Por qué los viejos no salen a caminar a la vereda acá y sí lo hacen en Barcelona? Acá no hay bancos, no hay dónde apoyarse para descansar cada 60 u 80 metros, que es lo que está estudiado que precisan. No solo le temen a la violencia del robo, no tienen seguridad para poder andar y apoyarse en algún lugar. Mirá qué cosa tan sencilla y tan sensible: un banco a la sombra de un árbol”.

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