Milo Lockett acaba de incursionar en el arte digital y de conformar la primera comunidad alrededor de “Miloverso”. Conversación con un artista que se define como “una persona adulta que persigue la felicidad”.
Fotos: Nico Pérez
Milo Lockett, pañuelo al cuello, delantal estallado de colores, se mueve entre los cuadros y los potes con pintura diseminados por el luminoso taller en el que trabaja junto a su equipo, y todo se mueve. Fija sus ojos entre los ojos de sus figuras, simples y cargadas de gestualidad. Mira profundo mientras cuenta que desde hace muchos años son los ojos lo que más le interesa de sus obras. “Es donde yo termino de cerrarlas, cuando pongo el punto, cuando armo la mirada”.
A Milo no le alcanza el tiempo. Acaba de llegar de Puerto Esperanza, Misiones, donde pintó un hospital y visitó escuelas, y está por viajar a Neuquén, donde seguirá pintando escuelas y jardines. En su taller, trabaja sobre varios cuadros a la vez, escribe libros, da charlas y por estos días siente el vértigo de haberse zambullido con su “Miloverso” en el arte digital y en el mundo de los NFT (tokens no fungibles), una tecnología que permite certificar la propiedad, autenticidad y unicidad de obras digitales.
Acaba de cumplir 55 años y confiesa que tiene muchas ganas de cruzar todo el país en un proyecto a largo plazo, sin apuros, que todavía no sabe definir, pero que está seguro será un proyecto colectivo. En definitiva, este chaqueño que pintó de chico, que tuvo una fábrica textil de estampado de remeras que se fundió durante la crisis de 2001 y se reinventó a través de la pintura, siempre le huyó a la soledad del artista. “Tanta soledad me abruma”, dice.
Las voces de los asistentes se cuelan en la conversación, pantallas de por medio. El taller vidriado es un adentro y un afuera, un mundo que gira a la velocidad de sus pensamientos, un espacio y un tiempo donde la creatividad es fundamentalmente ejercicio.
- ¿Qué cosas te guían frente al bastidor en blanco?
No todos los días uno tiene la misma energía para trabajar. La gente se imagina que uno es creativo y todos los días le salen cosas por ósmosis. Y para mí la creatividad se practica, uno la tiene que construir, ayudarla, y yo tengo distintos ejercicios para empezar el día.
- ¿Cómo cuáles?
Al revés de lo que les pasa a otros artistas, que la hoja en blanco los asusta, a mí me encanta eso de no saber qué es lo que va a pasar. Me agarra como una excitación cuando no tengo una idea, me parece más interesante, porque hay incertidumbre, y es donde aparece la creatividad. Hay días que uno saca cosas y hay otros que son tremendos. Tengo siempre una tela pegada en la pared, bien grande, donde mancho y dibujo y arranco y hago el ejercicio de poder resolver el problema. A veces hay que buscar la idea y ahí empiezo a trabajar junto con mis ayudantes. Soy disperso e hiperactivo, empiezo una cosa, les pido a ellos que le pongan un color. Mientras se seca eso, hago otra cosa, necesito trabajar en muchos cuadros al mismo tiempo, eso me agiliza la cabeza.
- Si tuvieras que volver a empezar, ¿harías la carrera de Bellas Artes?
Sí, me hubiera gustado hacerla. Todo el mundo piensa que porque soy autodidacta no me gusta la academia, pero todo lo contrario, soy una persona que defiende mucho la educación, porque nos abre puertas, nos da conocimiento, reconocimiento, nos lleva a otro mundo. Uno se tiene que formar, porque uno no termina nunca de investigar. Capaz que uno se termina formando de otra manera. Ser autodidacta no significa que nunca haya estudiado.
- ¿Cómo repartís tu jornada, una parte la dedicás a investigar y otra a plasmarlo?
Yo tengo dislexia, entonces me cuesta mucho la lectura, pero leo. Estoy casado con una artista, así que ella me lee mucho. Tengo pasión por los libros. Cuando me interesa un artista lo estudio, para saber cómo llegó a lo que hizo. Me interesa si sufrió tormentos, si tuvo una vida espectacular, qué le pasó para llegar ahí. Me encanta porque uno empieza a comprender mejor la obra del otro.
- En tu caso, si uno tuviera que hacer una lectura de tu obra, lo primero que aparece claramente es tu infancia…
Tuve una infancia muy linda. En mi vida tuve muchos altibajos y muchos obstáculos, pero soy una persona que trata de resolver los problemas todo el tiempo, así sean de los más graves. Primero me conmueven, pero lo segundo que me sale es la supervivencia. Siempre tengo que sobrevivir a lo que me pasa. Y una de las cosas que creo, que la empecé a decir un tiempo atrás, es que el haber tenido una infancia feliz me hizo convertirme en un hombre grande feliz. Soy una persona adulta que persigue la felicidad.
- Tus figuras aparecen simples y atractivas. ¿Existen las cosas simples?
Yo creo que sí. El arte tiene mucha complejidad, pero por ahí está bueno pensar que uno no tiene que tener complejidades. Que también puede hacer algo simple que sea atractivo. ¿Por qué siempre tiene que haber algo atrás que el otro no pueda leer? ¿Por qué no pintar por pintar? Otra cosa que discutimos mucho con un montón de artistas es eso: yo no tengo por qué dar mensajes todos los días. Mi misión en la tierra no es dar mensajes. Mi misión en la vida es pintar, yo quiero pintar.
- ¿En qué lugar de tus imágenes reside tu mayor expresividad?
Hace muchos años que me gustan los ojos. Es lo que más me interesa a lo mejor de las obras, es lo que más gestualidad tiene y es donde yo termino de cerrar la obra, cuando pongo el punto, cuando armo el ojo, la mirada y cierro. Si bien todo hace a la estética, si saco los ojos, me parece que no está terminado.
- ¿Sos de corregir mucho?, ¿cuándo es el final?
No corrijo, soy muy disperso, por eso necesito trabajar con ayudantes. Soy muy torpe, y soy una persona a la que no le gusta trabajar sola. Lo primero que descubrí en esta profesión fue la soledad, y a mí tanta soledad me abruma. Me gusta trabajar en equipo, jugué al básquet de chico como ayuda-base, y también al ajedrez, y eso también me ayudó.
- ¿Qué fue lo que te diferenció de otros artistas?, ¿qué cosas nuevas trajiste?
¿Puedo ser soberbio? Creo que humanicé bastante el arte. Creo que hice que la gente se amigara con el arte. Me parece que entré en un momento en que el arte era muy pretensioso, imaginate que toda mi primera obra estaba hecha sobre papel en un momento en que el papel era lo menos. Todo el mundo tenía mucha pretensión de trabajar con óleo, con cosas muy sofisticadas. Todos miraban para afuera y yo miraba para adentro. Me quería instalar en la escena de Buenos Aires, no en París o Nueva York. Después, a lo mejor sí, hice otros saltos a otros lugares. Le di valor a una cosa que no tenía valor casi, que era el papel, que siempre es denostado y que sin embargo para mí es uno de los soportes más importantes. La obra de arte no tiene que ver con el material, sino con el lenguaje. En el momento en el que llegué, quizás traje un lenguaje nuevo, más despreocupado por ser obra de arte. Más comercial, reconociendo que este es mi trabajo.
- El color es uno de los elementos que te caracterizan, ¿los argentinos nos animamos al color o somos monocromáticos?
Somos muy monocromáticos y muy pretensiosos. Eso es increíble, y con el arte pasa que es como contradictorio. Por ejemplo, para que me entiendas, cuando mi obra llegó a Suiza, traté de llevar una obra más monocromática, pensando que iba a ir por ahí, y fue todo lo contrario, querían la explosión de colores, el caos, todo lo contrario a lo que eran ellos. Y acá en Buenos Aires también pasó un poco eso. Cuando empecé a explotar de colores, tuvo mucha masividad la obra. Yo cada tanto vuelvo a lo monocromático, pero como ejercicio. El color siempre me gana. Para mí es una estética, no le tengo miedo, no tengo complejidad, no sigo modas ni tendencias, hago mi obra.
“Para mí el color es una estética, no le tengo miedo”.
- En tu contacto con el público, decís que te interesa ver cómo reacciona.
Me gusta mucho el comportamiento social, ver cómo se mueve la gente, cómo reacciona cuando decís algo, quizás simplemente cuando le decís algo para sensibilizarla o para interactuar.
- ¿Le preguntás a la gente que mira la obra?
La gente siempre tiene curiosidad sobre tu vida y sobre tu obra. Quieren que les cuentes una historia, eso lo fui aprendiendo con los años. Incluso me sumé a un grupo de speakers para dar charlas. Armé una que se llama “El arte de reinventarse”. En esas charlas fui descubriendo que no todos necesitan escuchar la misma historia, algunos necesitan reversiones, otros, más detalles. Eso también te va dando información sobre el espectador. Hace poco hablaba sobre propósito, y contaba una anécdota que viví en una escuela de montaña en San Luis, donde intenté hacer un documental. Dentro de las situaciones, uno de los chicos llega a caballo con su hermana, los filmamos. Yo me quedé muy impactado, él tenía 12 años, estaba vestido de gaucho. Cuando baja del caballo, le pregunto “¿Te gusta la escuela?”, y él me dice “No”. Entonces, la otra pregunta que me sale es “¿Y para qué venís?”. Y me responde “Vengo porque le hace bien a mi hermana”. Eso me impactó mucho, y lo interpreté como que él tenía un propósito en la vida: cuidar a su hermana. Después me enteré de que eran huérfanos. Y lo cuento para poner en claro cuándo uno tiene un propósito. A veces uno piensa que con tener tres títulos y un empleo genial ya está, y a lo mejor no tiene ningún propósito en la vida.
- ¿Y cuál es tu propósito?
Uno es que el arte sea accesible, y accesible no tiene que ver con el dinero, sino con que todo el mundo pueda mirar arte y opinar. Está bueno cuando uno tiene la posibilidad de entrar a una muestra, a un centro cultural, no tener miedo, poder ir a mirar. Después, convertirme en una persona de bien. No es más que eso. Elegir el camino del bien es difícil. Yo no soy religioso, pero sí tengo claro eso: no quiero estar en el lado equivocado.
- Incursionaste en el arte digital con “Miloverso”. ¿Cómo es esta nueva experiencia?
Estamos en la etapa de la preventa. La colección tiene un total de 11.111 obras. Son imágenes digitales 3D muy trabajadas. Trabajé muchos meses con dos artistas digitales que me ayudaron muchísimo, y un equipo casi de 11 personas. Todo el proceso fue muy interesante, porque no solo aprendí mucho, entré a un mundo nuevo. Estoy muy contento con el equipo que armamos. Después, si funciona o no, lo va a decir el destino.
- ¿Por qué elefantes?
Los elegí por muchos motivos. Primero, porque es un animal que trae suerte, es bondadoso, familiero, trabaja en equipo, es torpe, a lo mejor no es lindo físicamente, es miedoso, al mismo tiempo es fuerte, tiene cosas que me siguen interesando desde cuando yo era chico.
- ¿Te imaginás que los integrantes de esa comunidad quieran imprimir en 3D y tener el objeto físico?
Sí, en la primera entrevista que me hicieron en una plataforma de Twitter México que comercializa NFT, había cinco personas del mundo digital que querían el objeto físico. A ellos mismos les parecía increíble estar hablando de eso. Es muy loco que alguien baje de su computadora una estampa encriptada y la transforme en un objeto. Algunos me preguntaban si el arte digital iba a reemplazar al arte físico. Yo les dije que no, para mí es una herramienta más. Yo no voy a dejar de pintar, de hacer objetos.
LOS ABRAZOS
Milo contó alguna vez que su mamá lo abrazó mucho y que esos abrazos formaron parte fundamental de su vida. Por eso al abrazo lo tiene incorporado como un ejercicio con sus hijos. “Apenas se levantan, me abrazan. Es como enseñarles a perder el miedo al amor, al cariño, al contacto. Porque si no, por ahí uno se vuelve desconfiado”, asegura.
“Hace poco estaba sentado en la vereda de un bar con otro artista, y pasa un chico vendiendo plantas. Me cuenta que no había vendido nada. Elijo dos plantas y se las compro. Entonces yo, que estaba sentado, me levanto y lo abrazo, y él me abraza más fuerte. Veo que no me suelta y me dice: ‘Hace mucho tiempo que nadie me abraza’, y se largó a llorar. Los dos abrazados a las seis de la tarde en el centro de la ciudad. Te lo cuento para mostrarte que uno nunca sabe a quién abraza. Jamás imaginé abrazar a ese chico. El abrazo fue más importante que comprarle una planta. Ahí el abrazo cumple una función, como el arte, que tiene una función cuando sirve para algo. Simplemente para mirarlo y disfrutarlo, o venderlo y comprar una heladera para el centro de jubilados”.