El padre de la couture argentina volvió en 2020 gracias a los estilismos de Juana Viale. Bogani habla de su primer diseño, los cambios en la industria y sus ganas de volver a hacer desfiles.
Foto: Pato Pérez
Las creaciones de Bogani mantienen intacta su vigencia a través del tiempo. Su genio creador juega con los años: un vestido con historia puede parecer de la última colección. Su talento atemporal sorprende y es su marca registrada”, afirmaban las paredes ploteadas del Centro Cultural Recoleta en agosto de 2013, en la retrospectiva del primer diseñador argentino en ser homenajeado en un museo. Hace ocho años, Gino escogió un centenar de sus vestidos para una sala en la que se pudieron ver sus creaciones, algunas pensadas para sus musas y clientas locales –Mirtha, Susana, su amiga del alma Graciela Borges, Nelly Arrieta de Blaquier– y otras para sus mannequins, a las que todavía llama por su nombre de pila: Delfina (Frers), Mariana (Arias), Tini (De Bucourt) o Ginette (Reynal). En esa exposición convivieron más de 50 años de trayectoria puesta al servicio de excelsos trajes con volados y drapeados de brocatos brillantes, tapados escultóricos y pregnantes, trajes de novia con encajes de bolillo y hasta faldas con plumas de avestruz.
Si bien el couturier de 78 años nacido en Libia y criado entre Italia y Buenos Aires todavía tiene ganas de desempolvar sus vestidos más atesorados en una nueva retrospectiva, no se reconoce como una persona nostálgica y aún tiene un presente activo y creativo. “Todavía me queda mucho por hacer y decir”, comenta entusiasmado uno de los primeros diseñadores de la Argentina, que empezó su carrera en Mar del Plata, a los 17, en una boutique fundada por su madre, Alma –musa y primera modelo de Bogani–, cuando en Buenos Aires solo existían casas de costura como Henriette, Paquin o Jacques Dorian, donde se compraban patrones de diseños europeos para reproducir.
“Hoy todos quieren ser diseñadores, pero nadie quiere aprender a coser”.
El año pasado, Gino cobró notoriedad nacional durante los fines de semana de agosto a diciembre al ser el estilista elegido por Juana Viale para vestirla durante la conducción de los programas de su abuela Mirtha Legrand, quien se quedó en su casa a raíz de la pandemia del COVID-19. En cinco meses creó 40 conjuntos, entre los que hubo algunos remakes suyos de los 80 y 90, como un vestido pimpollo amarillo bordado con flores, o uno corto evasé negro, de shantung de seda, con sombrero de rafia y dos estrellas de mar naranjas, totalmente bordadas a mano. “Nuestra alianza con Juana fue muy estimulante. Cada semana visitaba el atelier, se probaba los vestidos y le daba brillo a cualquier diseño, para los que tuve absoluta libertad creativa”, dice Bogani desde su petit hotel en la calle Rodríguez Peña, en la ciudad de Buenos Aires, donde nos recibe para la entrevista.
- ¿Cómo fue creciendo esta relación entre ambos?
A Juana la conozco desde que nació, pero una cosa es el vínculo personal y familiar –hasta le hice el vestido de novia a su madre– y otra muy distinta es el laboral, que, por suerte, fluyó y resultó muy estimulante a nivel creativo. Me llamó a fines de mayo preguntándome si me divertía vestirla, y en junio empecé a crear diseños sin ningún tipo de condicionamientos en cuanto a morfologías, colores, texturas. Los únicos límites que tuve fueron en cuanto a mi personal, totalmente reducido por la pandemia, así que debí coser bastante. Hice todo lo que tenía ganas, y a ella siempre le fascinó. Cada semana, Juana venía al atelier a probarse los dos trajes para los programas del fin de semana y los desfilaba, se entusiasmaba y veía cómo los diseños cobraban vida.
- ¿Cuáles fueron tus creaciones preferidas?
Fueron 40 conjuntos realizados en cinco meses. Creativamente fue como hacer una colección para presentar en un desfile. Entre mis preferidos estuvieron el primero, un vestido drapeado de terciopelo en color tomate; otro largo, escote en V, muy simple en cuanto a formas, pero con un estampado de flores y fondo blanco y terminaciones muy sutiles, bordadas a mano. Ese lo presenté para fines de septiembre y tuvo un éxito loco, como el amarillo en forma de pimpollo, que es una reversión del pimpollo estampado y escotado del ochenta y pico, que desfilaron Delfina (Frers) y Ethel (Brero). A Juana se lo hice en amarillo, con flores bordadas y como especial de primavera. Si bien no quise usar muchos remakes porque no puedo vivir del pasado, me divertía mostrar diseños anteriores para que la gente viera cuán vanguardistas fueron en su momento. También, hay muchas jóvenes que recién ahora me están descubriendo gracias a Juana. Esta oportunidad me permitió alargarles la vida a mis creaciones.
- ¿Qué considerás que es lo más importante al diseñar alta costura?
No hay vestido realizable si este no tiene posibilidad de comodidad. Cuando una mujer no se siente cómoda, no puede lucirlo, aun cuando le guste. A veces prefiero no cargar demasiado a algunas clientas que no tienen un look o estilo definido, pero mi obligación es aportar. Siempre se puede embellecer a una mujer y sumarles puntos a sus fortalezas. También destaco la importancia de trabajar con los milímetros. Recuerdo cuando le probaba los vestidos a mi madre y me decía “Soltale un poquitito, una nada”. Ese consejo me sirvió para aprender la diferencia enorme que pueden generar en los diseños movimientos mínimos de la tela.
- ¿Recordás tu primer vestido de novia?
No solo lo recuerdo a la perfección, sino que el 2020 me dio la satisfacción de reencontrarme con él y su dueña. Fue en 1969 y me llevó un mes de trabajo, día y noche cosiendo. Yo tenía casi 27 años en ese momento y cosí el vestido íntegramente a mano, en un textil tipo red de bolillas de algodón suizo, largo hasta el tobillo, con enagua de satén debajo. La cola y las mangas evasé llevaban como terminación una guarda pampa que armé cortando y cosiendo las bolillas una por una. Arriba de la guarda iban bordados cristales en forma de flor y perlas. Cuando el año pasado vino aquella novia al atelier, sacó el vestido de la caja donde lo tuvo todos estos años guardados y nos pusimos a llorar los dos. Volver a verlo, y confeccionado de esa manera –porque soy muy exigente conmigo mismo–, me reconfirmó que este era mi destino, porque en ese momento yo no sabía la carrera que desarrollaría después.