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Nicolás Artusi: “Intento rebelarme ante los mandatos de la época”

Curioso, reflexivo y analítico, toma distancia de algunas corrientes para ganar perspectiva. En radio, gráfica y televisión aporta una mirada cálida y diferente.

Fotos Hernán Piñero

Mi única exigencia firme y seria fue que hubiera una cafetera en el estudio, porque no puedo pasar toda la mañana sin tomar café”, bromea Nicolás Artusi sobre las negociaciones que desembocaron en su nuevo trabajo como conductor en la flamante señal de noticias IP, que saldrá al aire a mediados de este mes. ¿Bromea? Hasta ahí nomás: se sabe que el periodista toma, en promedio, diez tazas de café por día.

A pesar de toda esa cafeína corriendo por sus venas, se las arregla para cultivar un perfil slow y reflexivo en un medio donde la hipervelocidad muchas veces se confunde con el ritmo. Hace unos cuantos años que decidió y pudo hacer de sus pasiones su forma de ganarse la vida. Libros, películas, series y, por supuesto, café, son la materia prima con la que produce contenido. En el fondo, todo es una excusa para mantener una conversación colectiva, esa que cree que es de las cosas que más se extrañan en estos meses de pandemia.

“Si bien no es lo mismo, el hacer radio desde mi casa todos los días [N. de la R.: en Metro 95.1 conduce de lunes a viernes Su atención por favor; y los domingos, Brunch] me mantuvo conectado con mis compañeros y con la audiencia. Pero esa cháchara de la oficina, escuchar radio en el transporte público, la charla circunstancial con el vecino en el ascensor o con el kiosquero hoy no están. Me parece que eso, más allá de los vínculos familiares o amistosos, es lo que más se extraña, porque los que vivimos en una ciudad sabemos que es parte muy importante de la rutina cotidiana. Creo que tal vez lo más difícil de sobrellevar en este tiempo fue la desorganización de esas rutinas”, afirma.

  • Hace un tiempo te propusiste visitar cada año un lugar donde no hayas estado nunca antes, ¿este año lo vas a poder cumplir?

Yo pensé que no, pero un amigo me hizo notar que fuimos a pasar fin de año en grupo a San Miguel del Monte, en la provincia de Buenos Aires, y que nos quedamos ahí hasta el 3 de enero. Yo no había ido nunca, así que doy por cumplido el objetivo este año. Por otro lado, conservo la esperanza de que en los próximos meses pueda ir a algún lugar que no conozco. No es necesario subirse a un avión. El año pasado fui a Rosario, así que fue tan fácil como tomarme un micro a Retiro y en tres horas estar en un lugar en el que no había estado nunca y descubrir cafeterías y librerías.

  • Si la queremos rebuscar un poco, podríamos decir que este año estamos todos en un lugar en el que no estuvimos nunca…

Eso es verdad. El otro día escuchaba a alguien decir que esta es la única cuarentena que vamos a vivir en nuestras vidas, que nunca vamos a vivir algo parecido. Y la verdad es que no lo sabemos. Hace seis meses tampoco imaginábamos esto. Los postulados de “nunca” y de “siempre” son medio difíciles de formular, sobre todo en épocas de incertezas. Está esa sensación muy grande de extrañeza por encontrarnos en un lugar en el que nunca estuvimos, pero también tenemos una capacidad fenomenal de adaptación y de olvido. Hace poco subí a Instagram una foto del año pasado en Roma y lo que más me impresionó es todo el amuchamiento de gente que había. Esta capacidad de acostumbramiento hace que mire la foto y me sorprenda de ver a la gente tan junta. Pero no sé si como mecanismo de defensa o qué, estoy seguro de que cuando nos demos la vacuna y esto haya quedado en el pasado, vamos a olvidar lo que era el aislamiento, que usamos barbijos, y nos parecerá lo más natural del mundo volver a amucharnos. 

“Ojalá todos contemos con la posibilidad material y la templanza anímica para descubrir cuál es el deseo que nos mueve“.

  • ¿Creés que no va a quedar mucho de todo esto?

Creo que algunas cosas van a quedar y otras se van a olvidar, como se olvida todo. Cuando yo era chico, por una tía que la padeció, crecí escuchando mucho en mi casa de la epidemia de polio de la década del 50. Hablaban de que los chicos no iban al colegio, que estaban los árboles y los bordes de las veredas pintados con cal para matar los gérmenes, y que los chicos se colgaban del cuello bolitas de alcanfor en bolsitas, porque pensaban que así se protegían de la enfermedad. Usaban tapabocas y no jugaban en la plaza. Después, cuando se descubrió la vacuna contra la polio, en un año la vida había vuelto a ser la de antes. Si bien se acordaban los que la habían padecido, todo eso desapareció: la cal, el alcanfor, el barbijo… Entonces, pienso que no es que lo vamos a olvidar, pero no lo tendremos tan presente. Como nos parece extraña la vida hasta marzo, creo que después, muy rápidamente, nos parecerá extraña la vida de ahora y seguiremos haciendo las mismas estupideces y las mismas genialidades de siempre. Porque, en definitiva, es una mezcla continua de genialidad e imbecilidad lo que hacemos.

Ante algunas frases hechas que pretenden enseñarnos a vivir, Nicolás se planta y propone lo opuesto: aunque se repita que es fundamental salir de la zona de confort, él sostiene que, por el contrario, si se encontró esa zona, lo mejor es disfrutarla y acomodarse todo lo que se pueda en ella: “Es una de las frases de autoayuda berreta que más odio, porque parte de la idea de que todo el tiempo hay que estar incómodo. Viene de la mano de un mandato muy estúpido que derivó, que es ‘Reinventate’. Si tardé 40 años en inventarme, ¿por qué me tengo que reinventar ahora? O si todavía no me inventé, ¿cómo es que ya tengo que reinventarme? Todos estos postulados tienen que ver con la meritocracia o la cultura de la productividad estúpida. La verdad, no me copa la idea de que chicos o grandes tengamos que estar produciendo todo el tiempo. No estoy hablando de los comerciantes que no venden o de las empresas que no facturan. Estoy hablando de actitudes personales ante la vida. No es tan fácil ni tan deseable, tampoco. Algo de lo que vengo hablando mucho en esta época es de la tensión entre lo posible y lo deseable. Por ejemplo, es posible que nuevamente se pueda ir a comer a un restaurante, pero envuelto en una mampara de plástico. ¿Es deseable? Esa tensión entre lo posible y lo deseable es parte de los dilemas de esta época”.

  • Cada vez se desean más cosas, porque las redes y los medios son una ventana permanentemente abierta y la gente tiene culpa de no estar haciendo más de lo que hace: si ve dos series, ¿por qué no una tercera?; si lee tres libros, ¿por qué no cuatro?; y así con todo…

Eso porque el mandato de consumo se extiende a la productividad personal. Se habla de “productividad personal”. Ahora no solo hay que hacer más, sino que hay que desear más. Entonces, es una rueda de hámster continua. De hecho, la cultura popular usa la expresión “consumos culturales”. ¿Por qué la idea de leer un libro, mirar una película o escuchar una obra musical se equipara con el consumo? En la etimología de la palabra “consumo” está lo de finalizarla, acabarla. Si yo me consumo una película, no solo la veo, sino que la termino, la finalizo. O una pieza musical. ¿Y uno puede decir que finaliza o concluye una pieza musical habiéndola escuchado? Son ideas que están muy en boga en esta época y creo que, por las circunstancias que vivimos y lo extraordinario del caso, muchas de ellas se agudizaron en la pandemia.

  • En esto de estar tan rodeados de información, muchas veces se produce un mareo. En tus columnas en La Nación, y en tu actividad en general, hacés una curaduría cultural, un filtro.

Sí, a mí me interesa mucho la idea de la curaduría. Cuantos más curadores encuentres que están en sintonía con lo que a vos te gusta o con lo que vos pensás, más rico va a ser tu universo. Por mi trabajo, mis intereses personales, mis inquietudes, haber leído mucho o haber visto muchas películas, eso me pone en una situación ventajosa con respecto a poder decir, según mi criterio y mi óptica, qué libro vale la pena o qué película vale la pena. Es como una especie de algoritmo humano. Ojalá todo el mundo encuentre sus propios curadores con los cuales establecer una corriente intangible de empatía y de sintonía. Hay críticos de cine que yo sigo, con los que sé que tengo una mirada más o menos común, y me tranquiliza saber que si ciertas cosas les gustaron, probablemente me gusten a mí. Pero no es que sigo a ciegas, sino que es una suerte de orientación. En una época en la que hay tanto para ver, escuchar o leer, es necesaria cierta especie de guía en la tormenta.

“Me interesa mucho la idea de la curaduría. Cuantos más curadores encuentres, más rico va a ser tu universo”.

  • Hablabas de deseo y de lo deseable, ¿ese es tu motor?

Sí, porque es imposible transmitir la pasión por la lectura a una persona que no ama leer, por ejemplo. En lo personal, intento rebelarme ante esos mandatos de la época: tenés que correr, tenés que hacer la dieta intermitente, tenés que leer 25 libros por mes, tenés que hacer crossfit… Ojalá todos contemos con la posibilidad material y la templanza anímica para descubrir cuál es el deseo que nos mueve. Ojalá logremos llegar al día en que cada uno pueda hacer lo que quiere, siempre que no perjudique al de al lado. Que pueda ser el deseo el motor principal y no tanto la obligación o el mérito o la decisión impuesta por otros. Por otro lado, es muy difícil y hasta canalla hablar de “deseo” en un país donde seis de cada diez chicos son pobres, ¿qué posibilidad de deseo o de responder al deseo tenés ahí? Vivimos en un ámbito de incontables dificultades del orden de lo material. Es muy difícil hablar en términos concretos y hacerse cargo de lo que uno desea. 

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