A días del estreno de El robo del siglo, Guillermo Francella se prepara para un 2020 cargado de trabajos, tanto en cine como en teatro. Recorrido por la profesión que tanto lo apasiona. La misma que les legó a sus hijos.
Por Juan Martínez Fotos: Nico Pérez
Cuando tenga 64, ¿me seguirán necesitando, me seguirán alimentando?”, se preguntaba Paul McCartney en la canción When I’m Sixty-Four. A esa edad, Guillermo Francella no parece tener las mismas dudas. Logró balancear muchos aspectos alrededor de su vida y su carrera profesional: mantiene la gran popularidad ganada a fuerza de risas desde los 80 hasta mediados de los 2000, y le sumó el reconocimiento y el prestigio de los roles diversos que interpretó en los últimos doce años.
El actor persiguió el deseo de vivir de la vocación en su adolescencia, cuando con un grupo de compañeros del secundario montaron una obra para recaudar dinero; luego, a medida que pasaban los años, forjó el anhelo de desdoblarse en otras historias. Arriesgó y ganó, como su personaje más reciente: Luis Mario Vitette Sellanes, el más célebre de los protagonistas del famoso atraco al Banco Río de Acassuso, en 2006. En cierto aspecto, un colega: “Es interesante, se preparó como actor para encarar la toma de rehenes y las negociaciones”, cuenta Guillermo.
“En el fondo, no somos más que un elenco que ejecuta un guion con precisión y profesionalismo”. La frase fue dicha por Fernando Araujo, el ideólogo del robo, a sus compañeros. Araujo es, junto a Alex Zito, guionista de la ficción que recrea su propia ficción: una historia de puestas en escena, con una realidad que se hacía presente, literalmente, en lo subterráneo. En la ficción de la ficción, Francella, Diego Peretti, Pablo Rago y Luis Luque, entre otros, llevan adelante casi dos horas de esta mezcla de thriller policial y comedia que se sumerge en un relato donde los delincuentes al mismo tiempo son héroes; los villanos, artesanos; y donde el delito es también una obra de arte.
Un mes de ensayos, dos más de rodaje y una serie de entrevistas de promoción. Así se puede resumir el 2019 laboral de Francella, que recién ahora, casi 40 años después de su primer trabajo en televisión, aprendió a amigarse con el tiempo libre. “En una época de mi vida, me costó mucho disfrutar del ocio. Siempre laburé, de muy pibe, y entonces la inactividad se me hace cuesta arriba. No conozco lo que es no trabajar. Pero hace años sí le encontré la vuelta: descanso, leo, veo muchas películas, hago deportes. Tengo momentos de ocio creativo, también. Aprendí con el tiempo: la madurez, el estar más grande, el tener menos ansiedad que cuando empezaba. No hace muchos años que empecé a disfrutarlo. Y tampoco me gustan los tiempos muy prolongados: me cago aburriendo. Disfruto de trabajar. Vivo de lo que amo, entonces me siento pleno cuando laburo de esto”, confiesa.
- ¿Qué hay en la actuación que te gusta tanto?
Desde muy jovencito encontré mi vocación. Después, es harina de otro costal si te va bien o mal. Pero hacer algo que te apasiona, que te seduce mucho, que te permite explorar cosas diferentes y encontrarte con gente diferente, donde te tocan en suerte roles diferentes y heterogéneos, te genera algo. Amo esta carrera desde muy jovencito. Entonces, transitarla, vivir de ella, es maravilloso. No es que voy al laburo diciendo “Uh, tengo que ir a trabajar”.
- ¿Te pasó alguna vez de estar en conflicto con la profesión?
Gracias a Dios, nunca.
Bañeros, Los extermineitors, Brigada Cola, La familia Benvenuto. Una sucesión de comedias, que denomina “blancas”, se encadenaron en su carrera y lo volvieron un personaje cercano y querido para el público, un rostro que inmediatamente provocaba una sonrisa. Y que lo sigue haciendo, por más que interprete a un secuestrador (El clan), a un hombre que se vuelve puro instinto de supervivencia y lo pierde todo en el camino (Animal) o a un ladrón irredimible (El robo del siglo).
- Aunque dijiste varias veces que no renegás de lo que hiciste, ¿te pesaba que te siguieran llamando para papeles parecidos cuando ya deseabas otra cosa?
Fue paulatino, no inmediato. Pero como nunca renegué de lo que había hecho, tampoco si me seguían convocando decía “No, esto ya no lo hago”. Me gustaba mucho la comedia, y por supuesto que lo hacía. Lo que más amo de esta profesión, lejos, es la comedia.
- ¿Te sentís un comediante?
Sí, ser comediante es algo maravilloso. Soy un actor al que le gusta hacer comedia, que puede hacer comedia y que también puede cumplir roles como los que me ha tocado vivir. Personajes bien antagónicos entre sí, con directores muy antagónicos entre sí. Me sentí pleno, porque pude lograr esa cosa que yo siempre anhelé tener.
- ¿Cuánto te importa la mirada del público?
Mucho. Me gusta hacer personajes identificables. Que la gente pueda ver algo y que no sea para una minoría. Me gusta el cine popular, y esto no significa que esté reñido con la calidad. ¿Cómo no me va a importar la gente si es la que consume, la que ve, la que compra la entrada en teatro o en cine, o prende la televisión para ver un programa de televisión? Me encanta tener ese feedback con el público, sin duda.
- La obra se completa cuando la ve alguien…
Mirá, hay propuestas cinematográficas que las ve muy poca gente, y es arte. Es arte puro, por cómo fueron filmadas, lo que quisieron contar, el espíritu que tienen. Hay algo, un viaje que logró un gran artista. Yo hacía películas blancas para chicos, que el contenido era nada, pero fui muy feliz cuando veía lo que les pasaba a los niños. Era un humor muy blanco, muy naif, pero rompía la taquilla, los chicos lo veían. Hoy esos chicos son grandes, recuerdan esas películas y me lo dicen siempre.
- ¿Qué es para vos el prestigio? ¿Es pura mirada ajena o es algo que podés buscar y generar?
Creo que los trabajos de cada uno también elevan el nivel. Yo, gracias a Dios, viví los dos estados: ser un actor muy popular, raso desde el punto de vista de los contenidos que hacía; y hoy gozo de otra cosa muy diferente, que es la mirada externa, la crítica especializada, el respeto en mi país y en el exterior. Claro que es la mirada del otro, pero también tenés que ayudar vos con productos que de verdad hacen que tengas otra mirada como espectador. La comedia siempre está minimizada, como abajo de la cosa dramática. Pero cuando hay una comedia de otro nivel, con profundidad, te aseguro que es un género más que difícil. Yo lo respeto mucho. A veces, cuando me han visto en otros roles, dijeron “Ahora sí”. Como que le tienen un respeto mayor a El clan que a Casados con hijos. Y yo te aseguro que es muy difícil Casados con hijos, es muy difícil Poné a Francella. No son géneros fáciles de desarrollar.
“Vivo de lo que amo, entonces me siento pleno cuando laburo de esto”.
- ¿Ver el disfrute tuyo ayudó a que tus hijos también eligieran este trabajo?
Crecieron en una casa donde su papá era un actor muy conocido. Visitaban los canales asiduamente, los camarines de los teatros, los sets de filmación. Comen con actores desde que son chiquitos, en casa y en restoranes. Mis chicos estaban en el moisés arriba de la mesa cuando cenábamos después de las funciones. Conocen este universo como nadie.
- O sea que te la veías venir…
Con Johanna sí: desde muy chiquita, sin saber leer, quería estudiar los libretos. A ella siempre le sedujo esto. Se preparó, se formó mucho, estudió todo: canto, baile, actuación. Terminó su escuela secundaria y hablábamos de que lo que ella amaba era esto. Nicolás no, él iba por otro lado. Se puso a trabajar en producción, hizo conmigo algunas cosas, y algo le empezó a pasar con lo interpretativo. Y bueno, se dio el gusto de empezar a leer libretos, a estudiar teatro, a tener su oportunidad.
- Los dos debutaron en cine haciendo de hijos tuyos.
Sí, y me llena de orgullo. En Corazón de León, Marcos Carnevale me sugirió que Nicolás fuera mi hijo. Su formación era incipiente, estaba empezando a estudiar, y yo tenía algunos reparos. Pensaba que no se encontraba preparado. Pero hizo una audición y es algo innato lo que salió. Johanna participó de programas de televisión, personajes pequeños y más grandes. Ella no tenía muchas ganas de trabajar con el padre, porque es una mochila que llevan, pero aceptó hacer una audición para esta película. Gustó al director, Ariel Winograd, y a la producción, y está fantástica en su rol.
- Aunque un padre siempre dice que lo que elijan sus hijos va a estar bien mientras sean felices, ¿te provoca algo especial que hayan elegido tu profesión?
No puedo decirte que sí, porque es una profesión tan especial… Pueden estar con alguna continuidad determinada, pero de golpe encontrarse boyando un año entero. Si no entraste en una de las dos únicas novelas de los dos canales principales de aire, estás un año dando vueltas. Si no estás en un proyecto teatral, fuiste. No está bueno levantarse a la mañana y no tener nada que hacer. De esto los previne: les dije que era una profesión muy pesada. Hay grandes talentos en la Argentina, hombres y mujeres, que están boyando y no pueden vivir de la carrera. Les advertí. Pero también debo reconocer que el estado de felicidad que les da cuando trabajan, me hace sentir más que feliz.
UN 2020 MOVIDO
Enero comienza con el estreno, el jueves 16, de El robo del siglo, dirigida por Ariel Winograd. “La historia siempre me apasionó. Me gustó sumarme, fue un viaje fantástico, del que me dio mucho orgullo haber participado. Es una película que creo que va a generar adrenalina en la gente”, cuenta Guillermo.
“El robo del siglo es una película que va a generar adrenalina en la gente”.
En mayo comienzan los ensayos de la versión teatral de Casados con hijos, que estará en escena de junio a agosto: “Me preguntaba cómo transitar de nuevo a Pepe Argento. Nos juntamos con Florencia y Darío para hacer unos copetes radiales, ella me dio el pie y yo dije ‘Moni’ ya con el agudo que hacía Pepe. Y arranqué. Creí que iba a demorar un poco más en encontrarlo, pero sentí que fue como andar en bicicleta: nunca lo perdés. Fue fantástico”.
Después del teatro, será momento de otra película, dirigida por Marcos Carnevale, producida por Martín Kweller y con guion de Nicolás Giacobone (ganador del Óscar a Mejor Guion Original por Birdman, junto a Armando Bo, Alejandro González Iñárritu y Alexander Dinelaris).
Agradecemos a 111 Be the Change, Teran, Mancini y Hotel Intercontinental.