En 2017 fue el actor más taquillero. Este año lo encuentra recibiendo los aplausos del público en Los vecinos de arriba. Terminó de filmar una comedia negra y está trabajando sobre dos películas autogestionadas donde debutará como director. Perfil de un actor en movimiento.
Por: Marité Iturriza
Fotos: Nicolás Pérez
Diego Peretti llega puntual, enfundado en sus Ray-Ban de aviador, remera negra, campera de cuero y pelo ensortijado. Atraviesa la librería, sube la escalera que lleva a la terraza y acepta un café. La mañana brilla en la copa de los árboles que ondulan sobre la calle Honduras hasta desaparecer. Dice que no le gustan las fotos, prefiere la proximidad que crean los bares para conversar. Abajo, sobre una mesa repleta de libros, asoma la portada de La uruguaya, la novela de Pedro Mairal en la que Diego está trabajando para llevar al cine en su primer largometraje como director. La historia lo sedujo desde la primera página.
La uruguaya es una novela audaz, ¿qué te atrajo de ella?
Sí, aborda distintos temas con audacia, rompe el paradigma de la familia tradicional, habla del dinero y de cómo este va formateando al personaje. Acá se juegan varias cosas; es una novela que relata mucho el pensamiento del protagonista en primera persona, y traducirlo al lenguaje cinematográfico va a ser muy complejo, pero interesantísimo por el viaje emocional que atraviesa.
Estás trabajando en la realización de otra película escrita por Hernán Casciari…
Sí, es un proyecto autogestionado, que nace cuando se me acerca Javier Beltramino, un realizador joven que trabajó junto a Axel Kuschevatzky durante mucho tiempo y con Juan José Campanella en la gestión de largometrajes muy importantes. Javier me planteó la idea de hacer una película a partir del mejor guión que nosotros queramos hacer. Estuvimos dos años con Hernán Casciari y Christian Basilis trabajando en ese guión que, finalmente, terminó llamándose La muerte de un comediante. Esta película estaría codirigida con Javier; sería su ópera prima, conmigo como colaborador en la dirección. Nos sentimos muy bien trabajando juntos. Y la película sobre la novela de Mairal también la haríamos en conjunto y sería mi primer largometraje.
¿Cómo te ves en ese rol?
No me atrae mucho dirigir, te voy a decir la verdad; sí me gusta mucho actuar. Tampoco me atrae mucho producir, ya tuve bastante con Los simuladores. Es una actividad que no se lleva bien conmigo, porque hay que convencer a mucha gente, gestionar. En Los simuladores lo hice porque éramos cinco amigos, y en principio iba a ser una miniserie de media hora para el cable y terminó siendo un exitazo. Estos dos proyectos son autogestionados, muy artesanales. Junto con Hernán Casciari y Christian está el propio Mairal trabajando en la adaptación del guión, porque el secreto de cualquier película es el guión.
“Tengo un semblante que a los directores les atrae por cierta
cosa de hombre común al que el contexto lo introduce
en una situación completamente fuera de lo normal”.
Terminaste de filmar Iniciales S.G., de la libanesa Ranja Attieh, ¿se trata de una película sobre los argentinos?
Es una comedia negra muy buena de Ranja Attieh, que me mandó el guión y me pareció maravilloso. Narra la historia de un actor que trabaja como extra en varias películas. Todo ocurre durante la final del Mundial de Fútbol de 2014. Es una visión foránea de nuestra cultura. Creo que ven un personaje y una sociedad hedonista, que busca el placer, inmadura. Si metaforizamos a través del personaje, sería algo así como noble y muy pasional. Él tiene la superstición de que si a la selección argentina le va bien, a él le va bien. Todo está unido por esa idea obsesiva, mágica, por esas soluciones que siempre creemos que vamos a tener. Actúa Julian Nicholson, que hizo la serie La ley y el orden, y que es muy profesional. Es una película de tránsito festivalero más que de estreno comercial en la Argentina; me gustó mucho hacerla.
¿Qué cosas trabajás con tu cuerpo para alcanzar esa expresividad?
Eso no lo podés entrenar. Quizás te ayuda a tener presencia teatral la experiencia, el estar asentado; que no sea un lugar de tensión, de ansiedad, sino de creación. Es como los jugadores de fútbol: una cosa es jugar a la pelota, y otra, al fútbol, tenés que entender el partido. Cuando en el teatro te pasa eso, tu presencia se hace más notoria, porque se ve a una persona con los pies sobre la tierra. La experiencia ayuda a tener más presencia escénica, pero hay algo que viene de fábrica, y a mí me da la sensación que carezco de eso. Norma Aleandro, por ejemplo, tiene algo muy espectacular cuando entra a un escenario.
Hablás de poesía corporal, ¿por qué?
Porque creo que los grandes actores tienen una poética personal que los acompaña y que se transmite. Ulises Dumont transmitía como una angustia de ahogo urbano en cualquier personaje que hacía. Federico Luppi era nuestro John Wayne, con esa cosa paternalista que siempre irradiaba, paternalismo noble, por más que hiciera de asesino a sueldo como fue en Últimos días de la víctima.
Te definiste como un actor que trabaja cierta comicidad basada en la ingenuidad del hombre común al que le pasa algo extraordinario. ¿Es tu marca personal?
Eso es algo… [se ríe] que todas las películas del mundo plantean. Las que no son de superhéroes son de personas comunes. Lo cierto es que yo tengo un semblante que a los directores les atrae por cierta cosa de hombre común, muy común, al que el contexto lo introduce en una situación completamente fuera de lo normal para su vida ordinaria. Y este personaje va tomando decisiones que lo van metiendo más en el problema, pero a su vez lo van acercando más a la solución. La metáfora exacta es Tiempo de valientes, la película de Damián Szifron en la que el personaje es un psicólogo que tiene que cumplir una probation y termina siendo casi un detective policial.
¿En la psiquiatría, como en la actuación, te dedicás al estudio del alma?
A los dilemas del alma, a la angustia. El psiquiatra es más médico, en cambio, el psicoanalista y el actor se meten bien en los dilemas del alma.
¿Cómo te aproximás a esos dilemas en uno y otro caso?
En la actuación lo fundamental es descifrar cuál es la contradicción que atraviesa a ese personaje durante toda la obra, si se va resolviendo y generando una transformación en él. Esa contradicción, que es mental, hay que expresarla en las acciones que te propone el autor, primero, y en los ensayos, en los que salgan de la improvisación. En psicoanálisis, tenés unas cuantas entrevistas con el paciente. El paciente sería el guión, y vos estás haciendo un análisis de texto, tratando de encontrar el motivo de la consulta, el verdadero motivo, y es ahí donde encontrás la principal contradicción que puede tener ese paciente. Pero el psicoanalista está sentado, con un trabajo completamente intelectual, y yo soy de movimiento. No aguantaba atender tanto tiempo, como hacíamos en el hospital.
¿El arte cura?
Sí, es una gran ayuda. La gente que se acerca al arte a veces tiene mucho prejuicio, y el arte es juguetón, entretenido, espectacular, te despierta la curiosidad. A mí me ha ayudado mucho. Yo leo poesía, ¿viste que en la poesía a veces no entendés nada, pero hay tres o cuatro palabras que te atornillan la cabeza…? Así como la filosofía es la madre de todas las ciencias, la poesía es la madre del arte. Dos palabras unidas que no son lógicas, pero que provocan imágenes y una llegada emocional; eso es la piedra fundamental del arte, de la metáfora. Por eso me dedico a esto, me gusta verlo y me gustaría provocarlo. A veces me da la sensación de que sí, y otras [se ríe] uno hace lo que puede.
“Creo que los grandes actores tienen una poética personal
que los acompaña y que se transmite”.
¿Sos una persona tímida?
Puedo ser tímido, pero no vergonzoso. No soy cohibido, y eso me ayudó. Pero hay actores muy buenos que son muy cerrados afuera, entre tímidos y fóbicos, y en el escenario respiran oxígeno puro porque pueden hacer lo que se les cante. Y son maravillosos.
¿Qué heredaste de tu papá y qué de tu mamá?
De mi viejo, sobre todo en el ámbito laboral, la honestidad, hacer las cosas lo mejor posible, cierta disciplina para el estudio, la dedicación. Y de mi vieja… describirla queda corto, es más poético, me sale la palabra “ternura”, pero es muy chica… ternura y mucho más, mucha comprensión, ella siempre comprendía, tenía una sabiduría más allá de lo mundano y lo presente inmediato, su mirada iba más allá. Eso me quedó de ella, y lo trato de cultivar.
Si tuvieras enfrente un espejo, ¿qué le dirías?
Le diría: “Estoy contento con lo que veo de vos”. Por mi autoexigencia, es muy difícil estar en un lugar en el que considero que me siento cómodo. No vivo angustiado la mayor parte del día, tengo momentos en los que soy consciente de que estoy viviendo de una manera agradable. Le diría: “Por el momento, no necesito ir a un diván. Estoy bien, soy una persona como la que quiero ser”.
UN DÍA COMÚN
Separado en muy buenos términos de su exesposa, durante la semana su hija Mora (16) está tres días y medio con él, y otro tanto con la madre. “Estas cuestiones del feminismo yo las tengo totalmente incorporadas como algo básico de justicia –afirma–. Llevo a Mora a la escuela; leo mucho; voy a natación; trato de jugar un poco de fútbol, aunque las rodillas ya no me funcionan; hago mucho gimnasio de pesas y de trabajo sin oxígeno, anaeróbico, para resistencia; estoy mucho en casa; escribo; después leo lo que escribo y algunas cosas me gustan, otras no [se ríe]”.
DILEMAS DEL ALMA
Hijo de Aldo, un inmigrante italiano profesor de Física y Matemáticas, y de Margarita, una madrileña republicana que llegó a la Argentina huyendo de la dictadura de Francisco Franco, se crio en el barrio de Constitución, estudió Medicina, se recibió y se especializó en Psiquiatría. Antes de terminar la facultad, empezó como un hobbie a estudiar teatro en la escuela de Raúl Serrano. Fueron años en los que convivió con las exigencias de su profesión, los ensayos y las obras de teatro independiente. En 1996, mientras era jefe de residencia en el Hospital Argerich, tuvo la oportunidad de dedicarse a la actuación de manera profesional: pidió licencia y ya no volvió al consultorio.
PRESENCIA TEATRAL
Por las noches, el público que llena la sala del teatro Metropolitan se ríe a rabiar y lo aplaude de pie al finalizar Los vecinos de arriba. Sin embargo, afirma que no tiene suficiente presencia teatral, esa actitud corporal que sí ha podido percibir en actores como Tato Pavlosky, Federico Luppi, Walter Santa Ana o Alfredo Alcón.
Agradecemos a Libros Ref y a Giesso por su colaboración en esta nota.