Lo dice uno de los autores de literatura infantil más prestigiosos de la Argentina. “Descreo completamente del talento, me parece una palabra espantosa. Sí creo en la perseverancia, en ser consecuente». Conversación con el creador de Mentiras y moretones, antes de subir al escenario.
Por: Marité Iturriza
Fotos: Sebastián Salguero
Dónde se acumulan mis golpes? ¿En qué lugar de la memoria se esconden todos mis porrazos?”, se pregunta Pablo Bernasconi. Toma el triciclo amarillo y apunta sobre los recuerdos de la infancia. Sobre la pantalla gigante del auditorio de Casa Naranja proyecta imágenes, sonidos de un piano, una trompeta… y el sepia lo tiñe todo. “Quizá la memoria traduzca los porrazos en forma de sutiles mentiras. De versiones torcidas por el tiempo. Atenuadas o exageradas, da igual. Siempre diferentes”. En las butacas –como en los libros–, gente de todas las edades sigue de cerca la obra. Mentiras y moretones es mucho más que un libro, es una obra de teatro y un recital, una aventura literaria que comparte con el músico Pablo Ríos y el actor Eugenio Davide. Durante casi dos horas, el trío invita al público a hacerse preguntas y a jugar con una hamaca que se rebela, una trompeta que sobrevive al trompetista, dos elefantes incrédulos, un cocodrilo sorprendido, una cama, un monstruo y una nena muy valiente.
¿Cuál fue el porrazo más fuerte que te diste?, ¿te acordás?
Es una linda pregunta, y es exactamente la misma pregunta que les hice a los lectores cuando salió el libro en una especie de sorteo. ¡Y explotó! La gente empezó a recordar… si ese recuerdo es un recuerdo real, fingido, aliviado, exagerado, no lo sé, pero siempre es un recuerdo diferente de lo que seguro sucedió. Tengo un recuerdo de un viaje a Córdoba, veníamos en tren desde Buenos Aires con mis padres, yo debía tener tres años… y en ese viaje me caí por una escalera y me quedé sin dientes. Me acuerdo de mi padre, que en ese momento tenía pelo (ahora no), y del calor y los dientes, un poco de sangre… y mi mamá que me apapuchaba como podía. Pero está todo tan nublado y es tan sepia el recuerdo…, tiene el mismo color que las fotos con los bordes redonditos. Mi papá no se acuerda… Entonces me pregunto: ¿eso sucedió o no sucedió?, ¿es verdad o no?
“Un dolor para un adulto, que por ejemplo puede ser perder a un ser querido, es igualable al de un niño que pierde un osito”.
Son las “mentiras” de las que hablás en la obra…
Sí, ese camuflaje que nos damos, ese velo que ponemos por delante de esas cosas que duelen. Cuando hablamos de un golpe, son acetatos lo que ponemos, algo más nítido, más transparente… Cuando son dolores más profundos, ponemos la mayor cantidad de filtros posibles para esquivarlos, para tratar de convivir con ellos. Me parece muy interesante eso, sobre todo, desde la mirada de los niños. Porque un dolor para un adulto, que por ejemplo puede ser perder a un ser querido, es igualable al de un niño que pierde un osito. En proporción, es igual, y hay que tenerlo en cuenta.
Son las “mentiras” de las que hablás en la obra…
Creo que no es tanto el libro como el momento en que sucedió el libro. Podría haber sido otro. Yo la paso muy mal en el teatro como espectador. Porque no me creo lo que está ocurriendo, en muchas obras me quiero ir. Y me pareció que eso era grave, sobre todo, en una persona que vive de la cultura… Entonces me dije: “¿Me puede pasar esto?, ¿cómo lo sano?”. En ese punto, mientras estaba resolviendo este libro, empecé a pensar qué pasaría si diseñaba una obra de teatro. Pero tenía un problema: no era actor. Pero si reunía gente en la que confiaba, música que a mí me cerrara, si trataba de incorporar este tipo de elementos de forma escénica… Y empezó a suceder con este libro. Ahí me reuní con Eugenio [Davide] y con Pablo [Ríos], y con el libro ya en la mano empezamos a armar este recital de literatura para grandes y chicos.
“En ninguna de mis ilustraciones uso objetos nuevos nunca. Siempre pasaron por las manos de… o tienen una historia por detrás“.
¿Cómo es tu proceso creativo?
Trato de analizar las cosas desde todos los aspectos posibles antes de avanzar; de estar seguro de lo que estoy por decir. A veces, eso es muy difícil: estar seguro de por qué lo decís y de dónde viene esa supuesta verdad… En parte, hacerse responsable de emitir un juicio sobre algo, progresar en la explicación o el desarrollo de una observación, hace que uno deba medirse. Eso tiene más que ver con mi genealogía científica: mi papá es ingeniero nuclear, y mi mamá, química. Y me imagino que en algún punto mamé eso de que hay una hipótesis para cada cosa, hay una prueba y un error, hay búsquedas… Y a esas búsquedas siempre las preceden experimentos. Para un artista es muy rara esa forma de llevar adelante las cosas, pero a mí me asegura la conciencia. Estoy seguro de que esa verdad no sé si es verdad, pero es verdad para mí. Y eso es mucho.
Si bien no te proponés hacer obras para chicos o para grandes, ¿cómo creés que son tus lectores?, ¿personas inteligentes?
Yo diría que son seres con curiosidad, con ánimo de escarbar, observar, experimentar, divertirse, seres con almas lúdicas. Mis libros, mis trayectos, están dedicados a los vínculos: al vínculo de una madre, un hijo, una tía, un sobrino, un abuelo, un nieto o un amigo de un niño o una niña. Afianzar eso es muy importante para mí. Donde hay desplazamiento de saberes y de cariños, alguien te está entregando algo y vos le devolvés, y le das otra vez. Eso es lo más positivo de cierto tipo de lecturas o manifestaciones culturales. Yo busco eso en mí, y cuando leo algo de alguien, busco eso.
En tus libros las cosas sienten, piensan, hablan… están personificadas...
Una personificación implica que algo que no tiene alma de golpe la pueda tener. Por ejemplo, en ninguna de mis ilustraciones uso objetos nuevos nunca. Siempre pasaron por las manos de… o tienen una historia por detrás. Vos ves una pava de tu abuela, un martillo todo golpeado, que es diferente a un martillo recién fabricado. Los objetos, la personificación que uno hace de ellos, es una búsqueda de una retórica. Este objeto que sirve para esto fue usado para esta otra cosa, y fue fabricado de esta forma. Lo puedo utilizar como un vehículo metafórico. Ese vehículo metafórico me transporta a un concepto del que yo quiero hablar. Una hamaca que se rebela… ¿qué pasaría si fuésemos una hamaca y todo el tiempo se nos sentaran arriba y nos empujasen? ¿Está bueno o no? Es solo una pregunta. Todas las cosas tienen un porqué, una explicación, y cuando uno las dota de una especie de alma, ya dejan de ser pasivas.
Trabajar con objetos usados te ubica en la vereda de enfrente de la idea de consumo que rige a la sociedad de hoy…
Creo en eso, es una forma de hablar de refilón sobre el consumo desenfrenado y ridículo, la era del derroche. Además, lo hago en mi casa, y no es cuestión solo de separar la basura. Es un paso por delante de todas las cosas que tuvimos que haber hecho antes. Hay un lugar de elección sobre qué necesitamos consumir, en qué gastar, todo eso es un acto de conciencia. En Bariloche, la escuela a donde van mis hijos la hicimos nosotros. Los bancos, las mesas… En toda la escuela no hay un chicle pegado debajo de las mesas, no porque alguien les haya dicho que no lo hagan, sino porque me vieron a mí todos los fines de semana laburando haciendo las mesas. Las cuidan por empatía directa. Ese es un aprendizaje inmediato. Esto de los objetos a mí me interesa, pero no como trampa. Por eso da una elipsis tan grande una hamaca que no se mueve…, no me encuentro diciendo: “Chicos, tal cosa”, no les estoy bajando línea.
En el momento de creación, ¿en qué te apoyás?, ¿en una palabra, una melodía…?
En general, hay como un faro previo que es la idea raíz del libro, que muchas veces es el título. Es como una ley de gravedad, todas las cosas que tienen que ver con ese libro empiezan a orbitar alrededor, las ideas se pegan y el espacio de atención se reduce muchísimo a eso. Es hasta peligroso… (risas).
En uno de tus relatos hay una cita de Buda que dice: “El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional”. Hay todo un trabajo para sobrellevar el sufrimiento. ¿Creés que es sanador?
Es sanador poner conciencia en ciertas cosas que a veces nos atropellan, como el éxito o algo que no sale bien. Hoy muchas carreras artísticas están sostenidas por cúspides que son electrocardiogramas de un solo punto, y eso es tan voluminoso y tan empalagoso que es como que disfraza la evolución de una persona en un punto exitoso. Yo descreo completamente del talento. Me parece una palabra espantosa. Sí creo en la perseverancia, en ser consecuente, en la construcción de una obra, con altibajos. La construcción de una obra no es un accidente. Yo soy muy cauteloso, por eso publico muy poquitos libros. “Talento” es una palabra muy dañina, es la persona tocada por una varita mágica, es un horror. Yo sé que las cosas me cuestan mucho, no escribo de una forma natural, le pongo un montón de tiempo. Tampoco es sacrificio, esa es otra palabra con la que no estoy de acuerdo. Pero sí ser conscientes de que no hay una varita, no hay una musa inspiradora que nos sienta en un sillón y nos vomita un milagro. A mí no me sucede, y dudo mucho de que a alguien le pase. Se establece como un romanticismo, y el talento tiene muy buena prensa.
VER DE LEJOS
Nació en Buenos Aires, pero desde hace unos quince años vive en Bariloche. “Me gusta la Patagonia, soy más de la montaña que del mar –afirma–. El tema de la introspección me sirve. La distancia, la expansión, los horizontes y el frío funcionan. Viví durante un tiempo en Buenos Aires, pero me sentía muy aturdido. No notaba que estar en el ojo de la tormenta me ayudase a observar mejor las cosas. La parte de la experiencia me aturdía, no la podía separar de la observación. Y la observación necesita foco, distancia, lejanía, silencio. A mí me sirve eso. Si quiero observar y escribir un cuento, necesito alejarme, mirarlo”.