Música y arquitectura, dos artes en armonía

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Una partitura puede convertirse en el plano de una obra arquitectónica; un diseño, en una composición musical. Los fuertes lazos entre música y arquitectura.

Por: Dai García Cueto Foto AFP

 

Claro de luna, además de una de las sonatas magistrales de Beethoven, podría ser la base e inspiración para diseñar un edificio. ¿Cómo sería, por ejemplo, una construcción basada en su Sinfonía número 5? La relación entre música y arquitectura es más cercana de lo que parece. El mismo compositor y pianista alemán fue el creador de una frase célebre que define este vínculo: “La arquitectura es una música de piedras; y la música, una arquitectura de sonidos”.

Visto de esta manera, es posible pensar en la creación de una obra de arquitectura con las mismas propiedades que una composición musical, y viceversa. Así, la melodía, el ritmo y la armonía, los elementos que dan vida a una obra sonora, tendrían su traducción en las estructuras y las envolventes arquitectónicas.

Las matemáticas son el primer punto en común de estas disciplinas, ya que ambas son artes de los números y la proporción. Tal como señala Le Corbusier, uno de los arquitectos más influyentes del siglo XX, la convergencia entre ellas es el tiempo y el espacio, y las dos dependen de la medida. Asimismo, tanto la música como la arquitectura requieren una estructura para cumplir una función: cada nota musical tiene un objetivo dentro de ese todo que resulta la composición, y todos los edificios, a pesar de estar construidos con distintos elementos, son percibidos en su totalidad sin diferenciarse entre cada forma y su función.

Otro lugar de convivencia es el relacionado con el aspecto filosófico de la estética, la búsqueda de la belleza. “La arquitectura es como la música, un conjunto de bellas piezas para formar una bella sinfonía”, dirá Renzo Piano, arquitecto italiano y creador –junto con Richard Rogers– del innovador Centro Pompidou, en París.

“En arquitectura aparece la necesidad de que el lugar sea armónico, un concepto que emerge de lo musical”. Esteban Ariaudo

Música y arquitectura también son artes que transmiten emociones. ¿De qué otro modo explicar los sentimientos de alegría o tristeza producidos, por ejemplo, por el modo en que ingresa la luz en un ambiente? Así, hay espacios que se sienten más acogedores que otros, o más “fríos”, en función de los colores que dispongan. Lo mismo sucede al escuchar las vibraciones sonoras de una canción, la cual puede provocarnos un viaje emotivo y sensorial, y hacernos reír o llorar. La música y los sonidos pueden materializarse, y de la misma manera, la arquitectura puede ser “música congelada”, como la definió Goethe, el gran poeta alemán. Es que ambas poseen elementos intangibles que actúan de manera envolvente y que requieren ser habitados.

Diversos “clásicos” de la arquitectura muestran este paralelismo. Uno de ellos es el Monasterio de Sainte Marie de La Tourette (Lyon, Francia), construido entre 1954 y 1957 por Le Corbusier. La fachada del monasterio refleja con claridad esta relación, y está compuesta por paneles de vidrio que poseen una cierta disposición rítmica en las líneas de las ventanas. Tanto en el diseño de la fachada como en el de la estructura interior, participó el músico e ingeniero griego Iannis Xenakis. Su principal composición orquestal, Metástasis, influyó notablemente en el proyecto, al tiempo que demostró reflejar cercanía con los conceptos desarrollados por Le Corbusier en su libro El Modulor, donde expone su idea sobre una proporcionalidad basada en el cuerpo humano, aplicable a la arquitectura. El gran maestro suizo incluyó, asimismo, algunas partituras de su colaborador en El Modulor II. Como decía Xenakis, “hacer música o arquitectura es crear, engendrar ambientes que envuelven sonora o visualmente poemas”.

EXPERIENCIAS

En distintas partes del mundo se han ido desarrollando proyectos que indagan la estrecha relación de las dos disciplinas. Es el caso de Esteban Ariaudo, un músico y arquitecto riojano, interesado en investigar cómo se fusionan sus dos profesiones. Desde esta perspectiva, diseña espacios regidos por patrones musicales, o viceversa: analiza las grandes obras arquitectónicas para componer música. A partir de su experiencia, reconoce que muchas veces la arquitectura crea espacios poco funcionales, “entonces aparece la necesidad de que el lugar sea armónico, un concepto que emerge de lo musical, y se refiere a que ese lugar sea vivencial y cómodo. No se puede ser ajeno a las emociones –advierte–, deberíamos poder materializarlas. Así, el diseño va a generar una sensación de confort, de espacio que genera armonía. Por eso, utilizando la música, se pueden obtener muy buenos resultados y efectivos”, explica a Convivimos. En esa línea, “confortable” es sinónimo de comodidad, correcta iluminación, selección de color y terminaciones. “El confort se tiene que generar en el

usuario, que pueda sentirse como cuando está relajado escuchando música. Tanto la arquitectura como la música crean esas sensaciones, por eso el espacio por diseñar tiene que ser acorde a las necesidades de la persona, que le brinde armonía y lo invite a vivenciarlo”, afirma Ariaudo.

La afinidad se manifiesta también en proyectos que parten desde lo musical al encuentro con la arquitectura. Un ejemplo es el ciclo multimedia “Espacio, música y arquitectura”, que organizó la Sociedad Central de Arquitectos de Buenos Aires en varias oportunidades. En la edición 2016 se presentaron bandas en vivo que tenían al menos un arquitecto como integrante, y mientras el grupo tocaba, se proyectaban imágenes sobre distintos conceptos de la arquitectura. Participaron, entre otros, Francisco Prati, exbaterista de Sui Generis, quien además fue el curador del ciclo.

Otras corrientes –impulsadas muchas veces por entidades de arquitectos de distintos lugares del país– plantean la relación con otros lenguajes más allá de la música, como es el caso de la danza, la pintura o la literatura. El año pasado, en ocasión de su visita a Buenos Aires, le preguntaron al famoso diseñador Ricardo Blummer si para diseñar una silla también tenía en cuenta otras disciplinas. El arquitecto italiano contestó: “En el diseño está implícita la capacidad de darle forma a la complejidad humana. Y la silla no solo es un acto constructivo. Es el conjunto de saberes culturales puestos en juego”.

PABELLÓN PHILIPS

Fue una obra efímera de Le Corbusier y Rogers, diseñada para la Exposición Universal de Bruselas de 1958 y encargada por la firma Philips. La construcción significó un fenómeno artístico importante por su fusión entre arquitectura, medios visuales y música.

«No voy a hacer un pabellón, sino un poema electrónico y un jarrón que contiene el poema: luz, imagen, ritmo y sonido incorporados en una síntesis orgánica», dijo Le Corbusier sobre esta obra.

Centro Pompidou (París). Su fachada, con los elementos funcionales, conductos y escaleras, visibles desde el exterior, logra una expresión sinfónica.