Escritor, historiador y amante, sobre todas las cosas, del fútbol. El autor de la novela La pregunta de sus ojos, que luego fue llevada al cine por Juan José Campanella, habla de cómo es ser el mismo después de que sus libros se tradujeran a más de 30 idiomas.
Por: Agustín Gallardo
Fotos: Patricio Pérez
Es el último miércoles de junio y Alemania, el campeón del mundo, está por quedarse fuera de la primera ronda del Mundial de Rusia. Ayer, la selección argentina se impuso a Nigeria 2 a 1, una agónica victoria que ahora se resume plasmada en la tapa de los diarios con la palabra “resurrección”. El fútbol, aquella famosa dinámica de lo impensado, la del periodista Dante Panzeri, se vive a flor de piel al momento de esta charla en pleno Mundial.
En un café de su Castelar natal, el exitoso escritor de cuentos y novelas que rozan permanentemente la temática del fútbol tampoco sabe, naturalmente, qué va a pasar con Francia. Quiere, como todos, que la Argentina pase, y lo dice aun reconociéndose pesimista, con un hablar pausado de cadencia amable, un tono acorde al aire de liviandad que hoy se respira afuera (y en todos lados) después del sufrimiento frente a Nigeria. “A ver: el fútbol a mí me encanta, pero odio sobredimensionarlo”, comienza analizando frente a esta reacción de amor-odio que se vive con la selección. “Bajemos un cambio –propone–. Todo juego es una metáfora interesante de la vida, porque además te permite traducir a términos sencillos categorías muy complejas que tiene nuestra vida. Para eso están los juegos, pero necesitan seguir siendo eso, un juego. Para que cumplan esa función. El fútbol no es una cuestión de vida o muerte. La vida sí es una cuestión de vida o muerte. Ahora, si el fútbol pasa a ser una cuestión de vida a o muerte, estamos dotando a una actividad secundaria de un dramatismo que solo deberíamos reservar para lo verdaderamente dramático”.
¿Tiene consecuencias esto?
Nos estamos haciendo el peor de los favores como sociedad. El futuro de la Argentina como nación e identidad colectiva no se juega ni se resuelve en un Mundial, ni con el mejor Mundial que hayas jugado. ¡Se resuelve en la vida real! Si nos creemos que nos salvamos o hundimos por el fútbol, ahí estamos jodidos. Nos distraemos de lo importante. Tomamos un atajo hacia ningún lado. Salimos campeones del mundo, ponele. A mí me va a encantar hasta el día siguiente. A lo sumo, dos días más. Y se termina. Dos días de felicidad ridícula. Me parece una situación efímera. El deporte te la puede dar y está bien, pero después termina. Yo entiendo la felicidad como una laboriosa y sacrificada construcción en el día a día. En el fútbol es otra cosa, es la suplantación momentánea de todo eso, hecha por otros en mi nombre.
¿Qué pasa con esta euforia que se retroalimenta con las redes, algo de lo que hablabas al comienzo con el WhatsApp? ¿Te divierte?
A mí me divierte la inteligencia. Si veo que en todo ese volumen de información hay algo que es inteligente, me divierte mucho. Pero la verdad es que por cada inteligente, tenés nueve pelotudos. Y como tengo una visión pesimista de la vida, pienso que eso no solo sucede en Twitter, sino en el mundo.
“Me divierte la inteligencia”.
¿De qué forma te gusta a vos conversar de fútbol?
Bueno, es un poco lo que proponemos en La pasión según Sacheri. La idea es escuchar porque es interesante la gente que viene a charlar. Yo creo que si uno se pone en una posición de escuchar constructivamente, tratando de encontrar las complejidades y las profundizaciones, salimos de lo superficial, de lo más evidente y directo. Me gusta más el rol de escuchador.
“Entiendo la felicidad como una laboriosa y sacrificada construcción en el día a día”.
Con La pasión según Sacheri elegiste una palabra con peso, la cual criticás, pero a su vez te identifica.
Sí, es un nombre pesado, pero yo trato de manejarme con prudencia en el mundo audiovisual. Obviamente eso fue decidido por los que me llamaron para hacer el programa. Esto de la pasión me parece que es algo revisable de todas formas, porque en el programa, te doy un ejemplo, con Dolina, que es uno de los entrevistados, hablamos largo y tendido sobre el costado oscuro de la pasión. La pasión como cárcel, como prisión, como padecimiento. Creo que es tan importante como el lado celebratorio, pulsional, distintivo, catártico que tiene.
¿Cómo se hace para mantener el perfil bajo luego de alcanzar semejante éxito?
No sabría cómo responder esa pregunta… Lo que sí te puedo decir es que si yo comparo mi vida con la de hace 30 años, me siguen importando las mismas cosas. La familia, mis amigos, mi país y mi club.
¿Y esta cuestión de llegar a ser tan masivo?
A mí me empezó conociendo un público más futbolero que literario, los tipos que escuchaban a Apo. Con el cine comenzó a conocerme público de otros palos. Esto es algo que no tiene que ver con la calidad de laburo tuyo, sino con que pase algo bueno que no tiene que ver con vos. Mirá, si no se hace la película, no pasa nada. La pregunta de sus ojos era mi libro menos vendido antes de la película. Luego explotó.
Sin embargo, lo has dicho muchas veces, ponderás el esfuerzo y la dedicación como parte de tu trabajo y el lugar de escritor.
Claramente. Yo confío en el trabajo y el esfuerzo porque es lo único que está a nuestro alcance. Es como cuando jugás al fútbol, ¿yo le puedo pedir a un tipo que sea talentoso? No, no se lo puedo pedir. Ahora, ¿le puedo pedir que corra? Sí.
Papeles en el viento es otra novela tuya hecha película. Digamos que ya es una constante esta cuestión. Cuando estás escribiendo, ¿te condiciona en algo saber que ese texto puede llegar a ser película?
No… ojo, me gusta que pase. Pero no, no me influye.
Ahora Sergio Borensztein va a hacer la adaptación de La noche de la usina, una de tus últimas novelas. ¿Cómo está viviendo ese proceso?
Estuvimos todo el año pasado laburando el guion, la novela es del 2016. Estamos terminando esa etapa. Es el momento de la ingeniería financiera, filmar una película es un montón de guita.
“El humor tiene esa función de volver a ponernos los pies sobre la tierra, de sacarnos de esas zonas de seriedad excesiva”.
Se había dicho que la ibas a hacer con Campanella, que volvía la dupla Sacheri-Campanella. ¿Qué pasó?
No, estamos en otro proyecto con Juan, laburando en otra idea, pero que es original, no está basada en un libro mío. Es algo que empezamos a pelotear juntos. Como Juan es mucho más optimista que yo, él dice “Estamos trabajando”. Yo le digo “Bueno, vamos a ponernos en serio, Juan” [risas].
El tema del humor aparece también mucho en tus textos y atraviesa escenarios de la coyuntura complejos y oscuros, como puede ser un golpe militar o una crisis socioeconómica fulminante. ¿Cómo hacés para mechar ese humor en la escritura?
El humor es parte de la vida, es un mecanismo que ponemos en marcha para bancarnos la vida. Hablamos antes de la pasión del fútbol y lo carnavalesco, ¿no? A ver: ¿por qué decís un chiste en un velorio? Porque estás oprimido por la muerte. Necesitás salir de eso. Cuando vos estás muy metido en la escritura, eso está pasando. Un ejemplo: en muchas partes de Papeles en el viento hay tres amigos que le hacen el aguante a uno que se está muriendo. De vez en cuando hablan de la inminencia de la muerte y enseguida se ponen a hablar de fútbol, se ponen a joder.
Esto que decís se da casi como un cambio brusco y de golpe en tus historias.
Es cierto. Es que yo lo hago así en la vida, es un riesgo que a mí me gusta asumir, que a veces vale la pena correr. El humor en general desacraliza, les saca solemnidad a los momentos, y creo que es importante para tolerar las cosas. A veces creo que la solemnidad es una especie de enfermedad. ¿A cuántos ves en las redes pontificando sobre temas más diversos, indignándose? Yo digo: ¿necesitás desayunarte todos los días con seis cucharadas de solemnidad concentrada? El humor tiene esa función de volver a ponernos los pies sobre la tierra, de sacarnos de esas zonas de seriedad excesiva. Y eso está muy bueno.
EL SECRETO DE SU ÉXITO
Eduardo Sacheri nació en la ciudad de Buenos Aires hace 50 años, pero a los pocos días de vida ya estaba viviendo con su familia en zona oeste, en Castelar. Hijo de padres odontólogos, es el menor de tres hermanos. Está casado con su novia de toda la vida, la de la secundaria, a quien conoció en el año 1985. Tiene dos hijos: un varón de 21 años y una mujer de 17. Licenciado en Historia de la Universidad de Luján, Sacheri ejerce como profesor en un colegio secundario. Comenzó a escribir cuentos a mediados de los 90, cuando tenía 25 años. La escritura llegó, cuenta, como una acción catártica y terapéutica, una prolongación, según grafica, con el acto de leer. “Yo amo leer y escribir, fue para mí meterme un poco más en esto porque necesitaba que la lectura se acercara más todavía a mí, no porque yo la fuera a hacer mejor, necesitaba leer historias más mías. La manera de leerlas era escribirlas”, dice este hombre que, con sus textos, llamó la atención de Alejandro Apo.
Sus historias de temática futbolística fueron difundidas por el periodista en su programa radial Todo con afecto. En 2005 Sacheri escribió La pregunta de sus ojos, la novela que luego fue llevada al cine con el título de El secreto de sus ojos. La película, dirigida por Juan José Campanella en 2009, ganó un Óscar al Mejor Film Extranjero. Entonces Sacheri despegó como escritor hasta un lugar que él mismo, confiesa, jamás pensó que podía llegar: las editoriales quisieron publicar sus cuentos y novelas, que inmediatamente se dispararon en ventas. Algunos de esos trabajos están traducidos hoy en más de 30 idiomas en todo el mundo. “Tengo el honrado privilegio de poder vivir de escribir. Es raro que te pase”, dice con su voz calma haciendo una pausa. Y agrega: “Pero eso claramente obedece a dos ayudas extraliterarias. La radio de Apo y el cine”.
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