Hasta hace pocas décadas, se utilizaban expresiones fundantes para algunos momentos de la infancia.
“Pido gancho” era una de las frases que, con poética sencillez, usaban chicos y chicas en juegos de atrapar; en la mancha, en la escondida, simulacros de ausencias con hermosos reencuentros.
En el fragor se gritaba “¡Pido gancho!” para detener el juego, tomarse un respiro y sentirse a salvo. El pedido se completaba al cruzar los dedos, buscando detener a los perseguidores y proteger a los perseguidos. Así, jugando, todos comprendían el valor de aquel encuentro.
La magia de esa frase surgía de una ley interna –una de tantas aprendidas durante los primeros años– que no solo nutría juegos, sino que consolidaba acuerdos de convivencia.
No era una norma escrita, pero todos la acataban sin chistar. Era un acuerdo tácito, una certeza que proponía límites y evitaba desbordes.
En algunas circunstancias, el reclamo incluía una expresión de una belleza difícil de entender hoy: “¡Pido gancho para mí y para todos mis compañeros!”.
Eso significaba más que una costumbre. Al extenderse a todos, la pausa contagiaba una emotiva solidaridad. No solo se aprendía que importaba el grupo, sino que comprometía a los jugadores a lealtades futuras. “Pido gancho” se convertía entonces en un auténtico bastión contra el individualismo.
En algunas barriadas se agregaba “¡El que me toca es un chancho!”, una clara advertencia hacia los indomables.
Pasó el tiempo, cambiaron los juegos y la frase cayó en desuso.
Sin embargo, muchos chicos comprenden a quien, necesitado de una pausa, un respiro o un momento para sentirse a salvo, se detiene y cruza los dedos.
“Pido gancho para decir, mirando a los ojos, feliz Año Nuevo”.
Quizás busca una pausa personal, una tregua laboral, una pausa familiar… o la paz social.
Incluso una pausa navideña.
Pido gancho, 2025. Para mí y para todos mis compañeros; y el que me toca es un chancho.
Pido detener el vértigo acumulado para pensar el futuro con ilusión diferente.
Pido gancho para aquellos chicos que, sin otro destino, abandonaron el colegio, caminan las calles de la ciudad vendiendo medias o bolsas de basura, y tienen hambre.
Pido una larga pausa que les devuelva no solo comida, sino la protección de sus propias familias, de su vecindad y de sus líderes, para recuperar algunas de las leyes internas que parecen haber perdido para siempre.
Pido gancho para agresivas discusiones públicas; para que cambie la sordera emocional e ideológica de quienes terminan siendo modelos para los chicos.
Es difícil encarar lo imposible, pero marche un “pido gancho” para el bajo vuelo intelectual y moral de ciertos dirigentes que, con sus actos, denigran su investidura. Porque de ellos también depende recuperar leyes externas mejor pensadas.
Pido gancho para abrevar en fuentes de información diferentes a TikTok o Instagram, origen de equívocos y de enfrentamientos vanos. Pausa para leer en papel. Para escuchar.
Para que los chicos dejen de percibir que el tiempo se les escurre como agua entre las manos.
Porque con puro movimiento y sin treguas no habrá infancia; y sin infancia no habrá leyes; y sin ley es difícil ponerse de acuerdo con otros.
Pido gancho para decir, mirando a los ojos, feliz Año Nuevo.
