Tú bien sabes, Señor, que amamos a nuestros hijos con toda el alma.
Como genuinos frutos del amor, ellos son motivo de desvelos y razón de nuestra existencia. Pero como todo eso no parece ser suficiente, apelamos a ti para encarar etapas complicadas en la crianza.
Permítenos, Señor, conservar un equilibrio durante las frecuentes peleas entre el mayor y las mellizas, o entre ellas, a quienes nada sosiega, excepto la promesa de prestarles un teléfono.
Impide que las noches de mal sueño nublen nuestra conciencia. No dejes que la invasión de la cama matrimonial –cada noche, sin excepción– altere nuestro humor o que la lumbalgia del día siguiente reduzca un ápice el cariño por los retoños.
Te imploramos que, en ocasión de celebrar sus cumpleaños, despliegues tu infinita magia a fin de acortar la duración de las horas programadas. Bien sabes que los festejamos con regocijo, aunque nos alivian más los finales de fiesta.
Mantén, Señor, estable nuestra mente cuando los chicos invitan a sus amigos a casa. Concédenos coraje y paciencia a fin de recuperar el orden hogareño (y mental) una vez retirados todos.
Sella nuestros labios cuando, al momento de establecer normas de convivencia, broten improperios. Nada más lejano a nosotros que dañar con palabras a los tesoritos; aunque sabrás, como Padre Supremo, cuán difícil es ser moderado en tales circunstancias.
Pedimos nos cubras con un manto de piedad al recibir notas escolares, citándonos para “conversar” sobre la conducta de los chicos. En tal sentido, Señor, y si fuera posible, extiende la comprensión a nuestros empleadores por las “llegadas tarde”.
Mantén en nosotros una razonable dulzura gestual a fin de que la prole no argumente que vivimos siempre con “mala cara” (versión edulcorada de la expresión que ellos usan).
Otórganos lucidez para disfrutar de breves instantes de tranquilidad, así como templanza para soportar largos períodos de tensión.
“Apelamos a ti para encarar etapas complicadas en la crianza”.
Haznos merecedores de momentos de comunión con adultos; plácidas pausas entre tanta obligación de educarlos sin fallas.
Clarifica, Señor, nuestro intelecto a fin de comprender por qué ninguno acepta comer verduras. Devela desde tu infinita sabiduría la razón de reclamar siempre milanesas con papas fritas. O arroz, o fideos… sin salsa.
Líbranos de la tentación de consultar con profesionales de la salud, a quienes ya hemos convocado e insisten en afirmar que toda la culpa es nuestra.
Enséñanos a instaurar “razonables límites”, palabras que amigos y parientes repiten en el intento de ayudar, pero que solo profundizan la citada culpa.
Perdona involuntarios forcejeos al momento de administrarles medicamentos, y ayúdanos a comprender el motivo por el cual tienen sabor tan desagradable.
Te suplicamos ilumines a nuestros hijos para que ya no olviden –en el colegio, en casa de amigos o en un castillo inflable– el buzo, una cartuchera, la remera nueva, unas zapatillas y otros objetos que, sabrás desde tu sempiterna clarividencia, resulta arduo reponer cada semana.
Con infinita gratitud te imploramos, Señor, que libres a los chicos de todo mal, en especial el derivado de nuestros errores.
Te alabamos, te agradecemos y te bendecimos. Por los siglos de los siglos, amén.