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LA FLOR MÁS BELLA

De ella se decía que era la más bella de la Federación, que con su encanto reinaba en los salones y que le gustaban las fiestas. Características todas que la hicieron merecedora de halagos y poemas, pero que también la llevaron a ganarse fama de frívola. Sin embargo, Agustina de Rozas, hermana menor de Juan Manuel de Rosas (quien cambiaría la zeta por la ese en su apellido al irse de su casa después de una fuerte discusión con sus padres) y esposa del general Lucio Norberto Mansilla, tenía una personalidad atípica, que iba a destacarse entre las porteñas de su clase social. 

Cuando en 1831 se casó con el general Mansilla, tenía apenas 15 años, y el hombre, 41. Además de ser viudo y abuelo, Mansilla gozaba de una bien ganada fama como héroe de la independencia: había luchado en las invasiones inglesas y cruzado los Andes con San Martín, por nombrar solo dos hechos destacados de su foja de servicios. 

Así describe a Agustina el escritor José Mármol en su célebre novela Amalia: “La importancia de esa joven, en 1840, no se la daba su hermano, ni su marido, ni nadie en la tierra; se la había dado Dios. En 1840 tenía apenas veinticinco años. La Naturaleza, pródiga, entusiasmada de su propia obra, había derramado sobre ella una lluvia de sus más ricas gracias, y a su influjo había abierto sus hojas la flor de una juventud que radiaba con todo el esplendor de la belleza. De una belleza de estatuario, de pintor, y a quien ni el uno ni el otro podrían imitar exactamente”. 

El mismo año de la boda nació Lucio Victorio, el primer hijo de la pareja, quien se convertiría en un celebrado escritor. La madre Agustina era tan niña todavía, que en sus recuerdos de infancia Lucio V. cuenta que le quitaba los juguetes para entretenerse. 

Después llegaron cinco hijos más, entre los que sobresalió especialmente Eduarda Mansilla, quien también sería escritora como su hermano mayor, algo que tratándose de una mujer tenía mucho más mérito. 

A toda su descendencia, pero en particular a Lucio y a su hija Eduarda, Agustina se esforzaría por darles una educación muy superior a la que era habitual en la Buenos Aires de aquellos años. Al respecto, cuentan que, en 1845, siendo gobernador, Rosas debía negociar con un conde francés, pero como no hablaba el idioma, fue Eduarda, de apenas 11 años, quien le ofició de intérprete. Nada para sorprenderse si consideramos que la niña, además de francés, sabía tres idiomas más.

Por su parte, Lucio V. narra en sus memorias que como en la casa no había una “biblioteca materna” y que la que pertenecía al padre estaba fuera del alcance de los niños, Agustina Rosas, para enseñarles a leer a sus hijos, utilizó las cartas familiares: “La señora había coleccionado cientos de cartas y hecho con ellas, poniéndoles tapas de cartón, un grueso infolio. Era para que nos acostumbráramos a leer letra manuscrita de toda clase (…)”. 

Paralelamente, respondiendo a la elite a la que pertenecía, Agustina realizó obras de caridad y también, durante el gobierno de Rosas, presidió la Sociedad de Beneficencia siguiendo las directivas de su hermano. Sin embargo, cuando este fue derrocado, ni ella ni sus familiares fueron perseguidos. La bella Rozas murió anciana, rodeada de recuerdos.

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