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JUAN JOSÉ GODOY

Cuando Carlos III expulsó a los jesuitas allá por 1767, no sabía ni con quiénes ni en qué problema se metía. La orden estaba estratégicamente esparcida en gran parte del continente, y sus hermanos no eran de quedarse con los brazos cruzados ante semejante ataque. Tenían de su lado siglos de histórica autonomía, una experiencia política y económicamente exitosa, y una doctrina que cuestionaba el poder absoluto del monarca subordinándolo al cumplimiento de sus deberes y que negaba el carácter divino del rey y sus descendientes. 

Uno de ellos era Juan José Godoy, nacido en Mendoza el 13 de julio de 1728. Había ingresado a la Compañía de Jesús a los 15 años y a los 34 se ordenó sacerdote. Cuando se produjo la expulsión, vio venir a los oficiales, decidió vestirse de civil y partir a matacaballo de su ciudad natal hacia Córdoba y de allí a Chuquisaca. Pero fue delatado, detenido y deportado a la prisión del Callao, desde donde lo embarcaron hacia Italia, donde recorrió las ciudades de Imola, Bolonia y Liorna. 

En mayo de 1781 pudo viajar a Londres, donde vivió hasta 1785. Allí entró en contacto con los círculos liberales y revolucionarios, y presentó un plan para “sublevar a Sudamérica con el fin de crear un Estado independiente que abarcase Chile, Perú, Tucumán y Patagonia”. El plan incluía abolir la esclavitud en América y adoptar una constitución liberal.  

El célebre historiador norteamericano William Spencer Robertson asegura que “las líneas principales de la conspiración fueron trazadas, según se presume, hacia fines de 1782. El jefe fue a Inglaterra a solicitar su apoyo. Pidió primero 6000 hombres de desembarco y un proporcionado escuadrón de buques de guerra. Si esto se obtenía, seguiría al Río de la Plata donde desembarcaría parte de la fuerza. El resto intentaría derrocar al gobierno español del Perú, y era de esperarse que las fuerzas de Buenos Aires conquistaran entre tanto a Tucumán”. 

El ministro Floridablanca decidió no esperar más y ordenó al ministro de Indias, José de Gálvez, la detención del padre Godoy, cuyo último domicilio conocido era Charleston, en los Estados Unidos. Hasta allí fueron los agentes, el virrey de Santa Fe de Bogotá, el arzobispo Antonio Caballero y Góngora. 

Dieron con el jesuita haciéndose pasar por católicos jamaiquinos que requerían la presencia de un sacerdote para la isla. Godoy aceptó y se embarcó, pero al pasar los días sin llegar a la isla algo debe haber sospechado. 

Finalmente, terminó siendo desembarcado en Cartagena (actual Colombia) y conducido prisionero a la ciudadela del Real Felipe el 14 de julio de 1786.

A Godoy no pudieron arrancarle una palabra sospechosa ni aun bajo los peores tormentos. De Cartagena fue enviado encadenado a La Habana y de allí a España, a donde llegó el 17 de septiembre de 1787 para ser recluido en el Castillo de Santa Catalina de Cádiz. Allí pasó el resto de sus días este mendocino empecinado y soñador que anhelaba una América libre de mandones e intolerantes.

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