Soy una privilegiada. Nací en un país futbolero, soy de una generación inclusiva y amo jugar a la pelota. ¿Hay algo mejor?
El fútbol se metió en las venas desde que nací; me apasionó y, sobre todo, me dio una identidad que jamás voy a negociar.
Es maravilloso: reúne a personas de diferentes orígenes por el simple hecho de pertenecer al mismo equipo, a la misma bandera. El mejor ejemplo: cómo se canta el himno nacional antes de un partido de la selección.
Todos (a quienes conozco) hacen lo mismo: festejan los triunfos, mastican las derrotas y soportan estoicamente las cargadas de los lunes. Sé que quedan muchos prejuicios acerca de las mujeres en el fútbol, pero a mis 16 años siento que todo es superable.
Por eso, quisiera compartir con ustedes algunas inquietudes; necesito que me ayuden con cuestiones que no termino de entender.
¿Por qué escucho –en la cancha, en un club, en muchos hogares– más insultos contra el rival que aliento por el propio equipo? Puños apretados, brazos amenazantes… ¡cualquiera sea el resultado!
Pensé descubrir en el fútbol lo que llaman “espíritu deportivo”, pero, hasta ahora, encuentro poco juego y mucha bronca. Como en los cantos de las hinchadas: al primer fallo adverso, la tribuna arranca con “Vamo’ a matar un referí…”. ¿Se animaría alguno de esos desaforados a repetirlo solo, frente al árbitro?
También les gritan “¡Muertos!” a los jugadores que tienen un mal día; y, siempre, a los odiados de “la contra”. Para nosotros, los adolescentes, la palabra “muerte” no entra en ningún deporte; porque un juego es siempre vida. No se entiende que, cuando insultan de esa manera, lo que se está matando es exactamente eso: el juego.
“Necesito que me ayuden con cuestiones que no termino de entender”.
Soy de la generación alfa, inclusiva como pocas; pienso que los cantos homofóbicos no van. Pero no gritan “gay” u “homosexual”; se canta “Son todos pu…, la pu… que los parió…”. La última vez que lo escuché fue en el Kempes; tenía a mi lado a un chico de 6 años, enardecido. Como la madre vio que yo lo observaba, aclaró: “Solo lo tiene permitido acá”.
Furia, enojo, violencia. No entré al fútbol para aprender eso.
EXITISMO
Ganar el partido hoy no es lo más importante; es lo único.
Se festeja más un gol conseguido con la mano en el último minuto del alargue que haber intentado jugar bien. La belleza del fútbol, esos gestos deportivos que enamoran, solo la veo en resúmenes televisivos sobre Messi, Maradona o algunos partidos de la Champions.
Soy chica, pero no ingenua; sé que el motor principal del fútbol es el dinero, pero ¿todo tiene precio?
Me molesta que sigan hablando de “la vergüenza” por haber salido subcampeones. ¿Es que solo sirve ser primero? ¿No vale el esfuerzo de los “equipos chicos”? ¿La ilusión por competir lealmente de las que recién comenzamos?
Último comentario, porque es importante que muchas personas se enteren.
Somos muchos los futboleros y las futboleras que queremos seguir “jugando” a este bendito deporte. Somos muchos los que aprendemos a jugar en equipo solo en una cancha, y con eso quedamos a salvo de consumos problemáticos.
Y somos muchos a los que el fútbol les permite pensar un objetivo mayor que calmar el hambre de cada día. Gracias por escucharme y pensarlo.
La privilegiada.