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HALLOWEEN

Hace algunos años –no muchos–, lo llamábamos Noche de Brujas o Día de Brujas. Lo conocíamos gracias a las películas o a los dibujos animados que nos llegaban desde los Estados Unidos. Hoy, vemos por las calles de nuestros barrios muchos chicos disfrazados para festejar el Día de Halloween. Sin embargo, no terminamos de comprender del todo de qué se trata esta fiesta.

Lo interesante es que, si revisamos un poco su etimología y su historia, veremos que, en realidad, no es tan ajena a este suelo latinoamericano. ¿Por qué? “Halloween” es la contracción de “All Hallows’ Eve”, que significa “Víspera de Todos los Santos” y se celebra, precisamente, el 31 de octubre.

El Día de Todos los Santos es una festividad cristiana que tiene lugar el 1º de noviembre en el calendario de la Iglesia católica. Durante años, la Argentina conmemoraba esta fecha con un feriado nacional. Fue la última dictadura militar la que decidió eliminarlo del calendario oficial. Sin embargo, en países como Bolivia, este día continúa siendo no laborable y conserva gran importancia cultural y espiritual.

En México, la celebración es especialmente significativa. Comienza el 1º de noviembre, cuando se cree que llegan las almas de los niños (por eso es el Día de Todos los Santos), y culmina el 2, cuando arriban las de los adultos, conocido como el Día de los Muertos. Los mexicanos realizan ofrendas a sus ancestros tanto en sus casas como en los cementerios, porque entienden que sus seres queridos fallecidos vienen a visitarlos en estos días.

Este ritual de agasajar a los muertos es una tradición que se remonta a la civilización azteca. Este pueblo recordaba a sus difuntos en el noveno mes de su calendario solar (cerca del inicio de agosto) y celebraba durante un mes completo. Era tiempo de cosechas, y su intención era compartir con los antepasados la alegría por los frutos que la tierra les había concedido.

“El propósito de estas comunidades era reencontrarse con sus seres queridos”.

Por su parte, la tradición de Halloween tiene origen celta. Los antiguos celtas creían que el espacio que divide el mundo de los vivos del mundo de los muertos se estrechaba en esta época del año. El problema era que tanto espíritus benévolos como malévolos podían cruzar esa frontera y visitar la Tierra. El propósito de estas comunidades era reencontrarse con sus seres queridos y homenajearlos. Pero también buscaban alejar a las almas dañinas, a las que ahuyentaban con disfraces horribles y máscaras aterradoras.

Hoy en día, muchas de estas costumbres se han globalizado y resignificado. Lo que antes era local, hoy convive en las calles y en las pantallas, mezclando calaveritas de azúcar con telarañas de utilería.

En 2003, la Unesco declaró al Día de Muertos patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. La decisión no fue caprichosa: si lo pensamos bien, tanto de un lado del planeta como del otro, el impulso de honrar a los muertos ha estado presente en la humanidad desde siempre.

Y quizás, en cada vela encendida, en cada disfraz improvisado o en cada flor de papel, late esa misma idea: los que se fueron no están tan lejos.

 

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